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La buena cara de La moneda cubana

Jóvenes emprendedores que parecían precipitarse en muchos abismos viven su resurrección. Un proyecto comunitario que ya integra a 283 estudiantes de la capital los forma para insertarse en el competitivo mundo del trabajo no estatal

Autores:

Dinella García Acosta
Yaima Malagón Franchi-Alfaro

Terminó el grado 12 y no volvió a estudiar. Tampoco le interesaba ningún trabajo. Su vida parecía arrimarse a muchos abismos. Anderson Correa Martínez, quien tiene 24 años de edad y vive en el Consejo Popular Catedral, de La Habana Vieja, lo cuenta aliviado ahora que forma parte de los primeros 21 muchachos que se graduaron en el Programa de entrenamiento para jóvenes emprendedores La moneda cubana, que le abrió el camino para que se desempeñe como ayudante de cocina en un restaurante, oficio que combina con el estudio del inglés.

El mencionado proyecto rescata a jóvenes como Anderson, desvinculados del estudio y el trabajo, con el fin de brindarles cursos de gastronomía que luego pondrán en práctica en restaurantes de la ciudad. La iniciativa comenzó en 2011, en un pequeño barrio del Consejo Popular Catedral, La Habana Vieja, y ya integra a 283 estudiantes de toda la capital.

En los diferentes talleres, los jóvenes aprenden las disímiles modalidades de la gastronomía.

Ángel Aguilera, coordinador del programa y delegado de la circunscripción 6 de dicho Consejo, relata que cuando comenzó en el cargo realizó un diagnóstico en la comunidad, y dentro de los problemas identificados se encontraba el de 21 jóvenes, de entre 17 y 25 años, aislados de la vida laboral y estudiantil. Entre ellos, además de Anderson, estaba Ángel Alberto Dalbise, quien tiene ahora 27 años y es ayudante de cocina.

«Antes de entrar en el proyecto yo estaba en la calle y hacía lo que podía; entre otras cosas vendía ropa. Buscaba un avance en la vida».

En el barrio existía un restaurante no estatal llamado La moneda cubana, en Empedrado 152, entre Mercaderes y San Ignacio. El dueño, Miguel Ángel Morales, necesitaba fuerza laboral para su nuevo negocio, y tuvo la idea de vincular a estos «muchachos» al restaurante.

«Luego surgió la interrogante de cómo emplearlos si no tenían conocimientos de gastronomía, y por eso buscamos a un profesor de técnicas de salón, y se creó un curso para el aprendizaje de las primeras habilidades», cuenta Aguilera.

La primera etapa de formación duró cuatro meses, y cuando terminaron se convirtieron en fuerza de trabajo del establecimiento. Ángel Alberto obtuvo satisfactorios resultados y fue ubicado en el lugar, donde aún labora.

«Aquí hice muchos amigos y aprendí a cocinar. Empecé a ver otro mundo. Ahora mis aspiraciones son continuar superándome profesionalmente, porque de mi esfuerzo depende la situación económica de mi familia».

Al efectuarse la primera graduación la idea se propagó, y casi cien jóvenes quisieron incorporarse. Con la aceptación que tuvo, el Programa creció y ya sus cursos llevan tres años de funcionamiento. La matrícula abre en septiembre y los estudios están planificados de enero a diciembre, con receso en julio y agosto.

Laura Guillén.

«Estudié Química en los alimentos y al terminar el servicio social me quedé sin trabajo. Supe por una amiga lo que se estaba haciendo y en estos momentos curso el segundo año. Salir adelante es lo que más deseo», confesó Laura Guillén, de 24 años y alumna del programa.

Y sin técnica…

Integran el plan académico cursos sobre técnicas gastronómicas que son impartidas por profesionales de la Federación de Asociaciones Culinarias de la República de Cuba, como Higiene y manipulación en los establecimientos de elaboración y servicios, Cocina Profesional Básica, Servicios Gastronómicos, Generalidades de Cocina Internacional, Coctelería Internacional, Maridaje y Servicio de vino, y Cocina Cubana y Servicio de Protocolo.

El entrenamiento en el oficio lo conjugan con una preparación de cultura general, apoyada por la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana y la Dirección de Patrimonio.

Además reciben otros conocimientos básicos, entre los que se encuentran idioma inglés y francés técnico; educación formal; ortografía; panorama de la cultura cubana, patrimonio y turismo, marketing, relaciones públicas, gerencia básica, responsabilidad social, contabilidad básica, y realizan recorridos por lugares de interés de la ciudad.

«La asignatura Rutas y Andares nos permite conocer los museos y lugares que para muchos jóvenes resultan desconocidos», comentó Ubert Escalona, alumno de 26 años.

Su llegada no se parece a la del resto de sus compañeros. Él supo del curso cuando estaba ya en los límites de edad requeridos para matricular: «Por suerte la persona encargada de hacer las captaciones me permitió entrar».

Aguilera, el coordinador del proyecto, señaló que la Federación de Asociaciones Culinarias de la República de Cuba les brinda apoyo y son los organizadores del proceso docente.

«Hace ya unos años que empezamos a trabajar con los muchachos, porque uno de los principales intereses de nosotros como institución es acercarnos a la juventud que a veces carece de orientación técnica», expresó el chef Eddy Fernández, presidente de la Federación de Asociaciones Culinarias de la República de Cuba.

Una de las profesoras de Servicio Gastronómico, que proviene de la Federación, es Luisa Pérez Ferrín, quien con 65 años ama la profesión como el primer día. «La parte docente ha sido una gran experiencia para mí, pues los jóvenes han llegado a nuestras manos en cero, y paulatinamente hemos visto el resultado de tanto empeño. Llevo un año impartiendo clases y me siento feliz».

El programa no cuenta con una sede fija. Las aulas son 11 «paladares» del sector no     estatal del Consejo Popular, que de 8:00 a.m. a 12:00 meridiano se convierten en escuelas y, por las tardes, en lugar de entrenamiento. También poseen espacios en entidades estatales, como el policlínico Tomás Romay, que pertenece a la comunidad, y en la sede municipal de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC).

Por la magnitud alcanzada en el número de jóvenes interesados en el proyecto, las «paladares» con las cuales cuentan para garantizar una ubicación laboral no son suficientes. Esa es la razón por la que designaron a una persona responsable de la ubicación laboral, que se dedica a encontrar y facilitar que otros centros gastronómicos se incorporen a la iniciativa.

Otra de las profesoras que se enamoró del proyecto es Deisy María Reyes, responsable de impartir la asignatura Trabajo Comunitario. Ella labora en el consejo Catedral, escuchó del plan y conversó con Ángel Aguilera para empezar con los muchachos.

Su especialidad es provocar el incentivo para la realización de diversas actividades sociales y culturales, con el fin de lograr una mayor integración y compromiso social de los estudiantes. De ese empeño se derivaron 363 donaciones de sangre, la activa participación en la campaña contra el Aedes Aegypti, la creación de seis comités de base de la UJC, con un total de 55 militantes, y el recién constituido Club Juvenil Martiano. Este recorrido es la razón por la cual, en 2012, el programa recibió la Moneda Conmemorativa Aniversario 50 de la UJC.

«En abril se desarrolla una jornada científica en la que los muchachos proponen sus trabajos de investigación. También se imparten conferencias sobre el embarazo precoz y el consumo de drogas, en las cuales están involucrados el Centro de Educación Sexual, la Dirección Provincial de Salud y el Plan Maestro de la Oficina del Historiador», afirmó la profesora Reyes.

Cuando nos devuelven la luz

A Alejandro García, de 20 años de edad y que vive en La Habana Vieja, esta oportunidad le «devolvió la luz». Antes de matricular en el proyecto vendía pan. Ahora cursa el segundo año y es el coordinador de grupo, además de trabajar en La moneda cubana desde hace un año.

Alejandro García.

El objetivo de todo el esfuerzo realizado por cada miembro de la iniciativa es que los jóvenes se sientan útiles en la sociedad. Muchos de estos muchachos proceden de familias disfuncionales, han sufrido la violencia intrafamiliar o padecen problemas de salud, por lo que se han sentido marginados, y en el programa han encontrado la esperanza.

«Al principio las materias que se impartían eran solo de corte gastronómico, pero gracias al apoyo de algunas organizaciones ahora tenemos un curso de cantina, y en septiembre próximo abrirá uno de talabartería (arte de trabajar artículos de cuero para caballerías, como monturas y guantes)», aseveró Aguilera.

Al terminar el primer año los estudiantes son evaluados por una comisión de idoneidad, la cual confirma si realmente han adquirido las habilidades necesarias para trabajar como parte de la plantilla de los restaurantes, a partir de segundo año.

El proyecto es autofinanciado. Cada estudiante contribuye cada mes con 50 pesos moneda nacional, y ese dinero es controlado por un Departamento de Economía del Programa. Ese presupuesto es utilizado en diferentes actividades y en una estimulación económica mensual para los profesores.

Las figuras docentes son principalmente jubilados que además poseen licencia de repasadores por cuenta propia. Incluso después de estar años fuera de la vida laboral se han sentido todavía útiles y lo han hecho por los jóvenes.

«Se ha logrado una vinculación entre el sector estatal, el cuentapropista y las organizaciones del barrio en función de desarrollar a la comunidad. Este paso de avance está relacionado con la idea de que el joven pueda aprender para luego encaminarse en la vida», apuntó el coordinador.

Yinet Brito.

Algunos como Yinet Brito abandonaron sus estudios y se unieron al programa. «Ahora, además de las clases y el trabajo, curso el grado 12 en la Facultad por las noches».

Más de 200 alumnos son la razón de que Aguilera comente que no es un programa de gastronomía; es un entrenamiento para jóvenes emprendedores, el cual, hasta el momento, ha generado 67 empleos.

Hasta el momento, el programa ha generado 67 empleos en restaurantes de la capital.

Esta iniciativa muestra cómo el sector cuentapropista se inserta dentro del desarrollo local como una herramienta de transformación comunitaria. Asimismo evidencia el papel del delegado, que como parte de la Ley 91 de los consejos populares, debe crear estrategias de participación que resuelvan las problemáticas sociales.

Familia que abre caminos

Hay quienes supieron del proyecto por los comentarios de sus amigos del barrio. Carlos Yamil Domínguez es uno de ellos. «Cuando empecé solo había 62 estudiantes, porque en aquel entonces todos éramos de La Habana Vieja; no como ahora, que hay de otros municipios. No teníamos dónde dar clases, lo hacíamos en teatros o en los lugares donde se podía coordinar».

«El deseo de todo el personal relacionado con el proyecto es que los estudiantes reciban también la preparación político-ideológica que no han recibido antes, ya que somos una gran familia que intentamos impulsar a los jóvenes por el buen camino», añadió Aguilera.

Al proyecto pueden ingresar todos aquellos jóvenes de La Habana que no posean     vínculo laboral o estudiantil, entre los 18 y 25 años de edad, con nivel medio educacional y pocas opciones de empleo. Asimismo, excepcionalmente, muchachas del grupo de edades de 15 a 17 años que se encuentren desvinculados y tengan un marcado interés en la gastronomía.

Con el programa no solo aprenderán el oficio gastronómico, también podrán cursar el grado 12 y prepararse para los exámenes de ingreso a la Universidad. Gregorio Amado Acosta, uno de los encargados de hacer cumplir tal empeño, es licenciado en Lengua y Literatura y ejerce como profesor de Ortografía y Entorno Legal.

«Me cautivó el objetivo y la heterogeneidad del proyecto. Me dediqué entonces a establecer el nexo entre el Programa y la Facultad, con el propósito de incentivar a los jóvenes a terminar la educación media superior».

Esta iniciativa podría servir de guía para la realización de proyectos en otros municipios que posean parecida situación con jóvenes desvinculados, con el objetivo de que una vez adquirida la formación, estén en condiciones convertirse en personas emprendedoras que asuman diversas iniciativas, como pudiera ser conformar cooperativas, otra manera de incrementar sus ingresos personales y aumentar la calidad de vida y su contribución social.

Una de las estudiantes más identificadas con el Programa es Amanda de la Caridad Blanco, de 19 años. «Tenemos muy buenas relaciones con los profesores. Ellos nos escuchan, se preocupan por nosotros, son como nuestra segunda familia. Fuimos prácticamente rescatados».

Ella se desempeña como coordinadora de un grupo, lo que «me ha otorgado gran sentido de responsabilidad; ahora me siento capacitada para enfrentarme a la vida laboral. Sin embargo, me conmueve hablar de que este año termino, porque tengo muchas amistades y aquí encontré la motivación que necesitaba».

De esa forma el proyecto cada día se revitaliza y se inserta en la actualización del modelo económico cubano.

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