Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un «Chama» con manos prodigiosas

La historia del joven Israel Echevarría Barrios demuestra cuánto aportan la tradición familiar, la tenacidad y el ingenio para resolver problemas cotidianos de una institución

Autor:

Mónica Brizuela Chirino

Israel siempre está trabajando, con su overol lleno de grasa. Apodado cariñosamente como Chama desde que tenía 16 años, durante sus prácticas del Politécnico, este joven se fue insertando poco a poco en la fábrica de conservas La Conchita, donde todos lo admiran.

Tiene 28 años y labora oficialmente en el centro hace 16. Creció al lado de su tío, Mario Yoniel Barrios, tornero experimentado. «Soy para él un hijo más, siempre estaba en el taller, observándolo y ayudando; me llevaba a donde fuera en su moto y veía siempre cómo hacía sus trabajos con el torno; aquello desde niño me fue gustando», evoca Israel.

En sus estudios de Secundaria era de los pocos muchachos a los que no les interesaba seguir la enseñanza para alcanzar una carrera de Medicina, de artes o letras; su objetivo estaba en el politécnico Primero de Mayo, en la especialidad de Tornería. Por razones académicas no la obtuvo y se conformó con Mecánica.

Pero esto no se convirtió en un obstáculo frustrante. Ahora es un mecánico-tornero-innovador, algo poco común y, por eso, relevante. Ha llegado a ser merecedor de varios reconocimientos nacionales por las soluciones que ha aportado a la emblemática fábrica pinareña.

Todos los días su faena comienza a las seis y media de la mañana. Vive a diez minutos de la fábrica, trabaja la jornada laboral completa y cuando suena la sirena de fin de labor regresa a casa con su esposa y su niño de cinco meses y sigue siendo el héroe creativo.

Algunos se preguntarán por qué el héroe. Y podría responderse, entre otros argumentos, que este muchacho es el único en la historia de La Conchita que ostenta el Sello Forjadores del Futuro, otorgado en enero de 2015, por sus aportes al desempeño fabril en sucesivas contiendas productivas.

«Cuando hay un problema en la fábrica nos reunimos como colectivo, los de mantenimiento y el jefe de brigada, vemos el asunto y tratamos de buscarle una solución. De ahí salen varias ideas y yo me encargo de darles un seguimiento», explica.

Según varios de sus compañeros, es fabuloso el don que tiene para arreglar y rediseñar las diferentes maquinarias utilizadas: desde un motor reductor que, gracias a su innovación, se recuperó y la fábrica ahorró gran cantidad de dinero, hasta la readaptación de varios equipos con muchos años de explotación, para que trabajaran con más baja potencia y mayor velocidad.

La Conchita está funcionando desde el año 1937 y no poca de su maquinaria se resiente. Conocida mundialmente, esta fábrica inició su producción con pasta de guayaba y hoy produce aderezo, mayonesa, jugos y dulces en conserva, productos todos que gracias a las adaptaciones e innovaciones, siguen llenando la línea de producción.

Conversando con Chama nos damos cuenta de que su sencillez lo precede; siempre alegre, riéndose, con una mirada esperanzadora. El sábado, por ejemplo, labora hasta el mediodía, llega a casa y es para terminar los quehaceres pendientes, pero los domingos son para la familia: visita a sus padres, sale con su esposa, atiende a su bebé y así pasa un tiempo tranquilo. El lunes vuelve a ser Chama, el mecánico.

En la fábrica hay un lugar especial: «la shopping». Este sitio es el que les proporciona a Israel y sus colegas diversidad de materiales para poder trabajar en sus proyectos. Se trata de un espacio casi de basurero, donde, no obstante, se puede encontrar todo tipo de piezas e instrumental necesario para las innovaciones.

Ellos reciclan, reutilizan estos objetos que nadie considera importantes, y logran la maravilla. Israel, quien siempre ha contado con el apoyo y orgullo de sus padres, comenzó su presencia en fórums científicos a nivel nacional en 2010, con un turborrepasador con el que obtuvo Premio Relevante. Luego participó en la edición 2011 y también alcanzó este galardón. En 2012 y 2013 su trabajo es destacado, y hasta la fecha sus buenos oficios mantienen a La Conchita dentro de uno de los centros de referencia por las invenciones que se aplican a su maquinaria.

Su plaza es del Departamento de Mantenimiento, pero ahora también es el delegado de la ANIR en la entidad. «Me gusta innovar, ser creativo, remodelar piezas, pero me encantaría más que todo poder inventar equipos completos y reemplazar con esos a los antiguos o defectuosos. Desgraciadamente no tenemos la tecnología ni la maquinaria necesaria para hacerlo», confiesa.

Para ilustrar sus dotes, entre otros aportes, se hallan varias bombas de agua que remodeló y que funcionan a la perfección; o los motorreductores de la industria, encargados de reducir la velocidad de combustión, acoplados de tal forma que permiten emplear baja potencia y así ahorrar energía.

«Un domingo me llamó el Director a la casa y me dijo: “Te tengo buenas noticias, vamos a montar la pieza que hiciste”. Fue la primera, y una de las principales en la envasadora de tomate. Es inmensa, se necesitó de mucha ayuda para culminar el trabajo; dedicamos casi todo un día a montarla, porque había que guiar despacio la grúa para que quedara en su lugar, apretar con equipos especiales aquellos grandes tornillos y, al final del día, estaba todo listo, imagínate. Fue mi primer gran trabajo y eso me puso muy contento; ese día hice fiesta», recuerda.

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