Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Añeja tradición en manos nuevas

Seis jóvenes descubren los encantos de las esponjas en el Taller de Recortadores en Surgidero de Batabanó

Autor:

Yunet López Ricardo

SURGIDERO, Batabanó, Mayabeque.— Por un abrazo del mar Caribe, al sur de Mayabeque, acaba la Isla de Cuba y comienza el Golfo de Batabanó, donde se unen arena y arcilla en zonas poco profundas, tratan los arrecifes de frenar las olas y los pescadores pasan días en alta mar tras langostas, camarones y también esponjas.

Surgidero es un pueblito ubicado en esa franja de costa que ha encontrado en su reserva esponjífera, además de mejoras económicas, un patrimonio conformador de su identidad. Caibarién y Batabanó son los únicos lugares donde se procesan estos poríferos en Cuba.

Su pesca se realiza en esas aguas desde finales del siglo XIX y hasta hoy, constituye un importante renglón exportable y característica imprescindible en la vida social y cultural de los batabanoenses.

«Actualmente hay siete embarcaciones dedicadas a su captura, pero antes de 1959 existían más. Luego disminuyeron pues comenzó a explotarse la langosta. No obstante, las esponjas han contribuido siempre a nuestro desarrollo.

«En el fondo del mar es negra, por una especie de tela que la cubre. Muere cuando se pone al sol. Al taller llega el esqueleto y aquí se pica, recorta, clasifica, selecciona, seca y empaca», explica Carlos Luis Fernández Torres, jefe de brigada.

Toda la producción tiene como destino final el mercado francés, aunque se comercializa una pequeña cantidad en La Habana Vieja para el turismo, y se utiliza otra en la etiquetación del tabaco exportable.

Con las mismas técnicas e instrumentos de un siglo atrás laboran estos hombres, y el mayor peso del trabajo recae en los más jóvenes. En palabras de Fernández Torres, esponjero desde 1976, «los muchachos son los clasificadores A, los cuchillos, los recortadores; aprendieron de los más experimentados y hoy llevan la vanguardia de la producción».

Enamorado de Surgidero

Con apenas 15 años Raúl Palenzuela comenzó a trabajar en el taller. Ahora tiene 29 y se confiesa enamorado del océano, las costas de su pueblo, el salitre y las esponjas.

«Toda mi vida ha pasado frente al mar. Mi familia es de pescadores y yo soy esponjero. Comencé en esta labor por un movimiento de aprendices y así conocí, poco a poco, cada uno de sus secretos.

«Soy clasificador A, lo que requiere vasta experiencia, pues de acuerdo con la calidad de la pieza debo ubicarla en las pacas. El tamaño natural de las esponjas varía, pueden ser pequeñas como un puño o tan grandes que un hombre no puede abrazarlas.

«Enormes he visto pocas, pero recuerdo que en mi infancia eran comunes aquí. Hoy, debido a la pesca, no les da tiempo para desarrollarse completamente, e influye además que hay zonas muy explotadas donde ya no existen», manifiesta.

El gremio de los recortadores de esponjas constituye una de las tradiciones más importantes de Batabanó. Antes del triunfo este era un negocio familiar, pero la Revolución permitió que todos participaran.

Los pescadores las capturan mediante el buceo y sin tanques de oxígeno, solo con caretas, patas de rana y snorkel. «Antes las arrancaban, pero hace alrededor de un año utilizan cuchillos para cortarlas y así permitir su reproducción fácilmente.

Aquí hago de todo un poco: recorto esponjas, hago las pacas y lo que se necesite, dice Ernesto Ruiz. Foto: Cristian Domínguez

«Un trabajador recorta entre 20 y 30 libras diarias de esponjas, y en un mes el taller produce, aproximadamente, una tonelada. Los períodos de mayor pesca  son los meses intermedios del año.

«Estoy orgulloso de lo que hago y espero seguir aquí para enseñar, como hicieron conmigo, a los demás muchachos que vengan», asegura.

Al compás del mar

«La pesca y mi familia se entienden bien. Mi padre trabajaba en lo que yo ahora, como cuchillo, —el que pica la esponja cuando llega al taller—; mi madre procesaba langosta en la industria».

Cuando Ricardo Ortelio Otaño Arrascaeta aún no sabía pronunciar palabras, ya pasaba las horas dentro de los canastos y se entretenía mirando cómo las moldeaban.

«Me crié aquí, aprendí a correr entre ellas y sin planificarlo el destino me hizo regresar. Quise ser cantante, pero como no logré realizar ese sueño, volví.

«He sido testigo y protagonista del proceso de la esponja toda mi vida. Lo primero es clasificarla según el sexo y después por el tamaño. Luego se corta en las cinco dimensiones exportables, la mayor puede ser de 16 cm.

«No pasan por ningún proceso químico, se hace de forma totalmente natural y a mano. Hace ocho años contamos con una prensa hidráulica para hacer las pacas, pero antes se armaban manualmente», explica.

Hoy, en lugar de micrófonos, cuchillos; mas sigue siendo artista quien descubre la artesanía en un cuerpo marino. «Muchas sensaciones se apoderan de mí mientras canto y recibo ovaciones del público. Pero cuando cierra el proceso de la esponja o se cumple la producción del mes, estoy igualmente realizado, y de una forma u otra escucho el aplauso».

Sin notas musicales, pero al ritmo del corte afilado transcurren las horas de Ricardo. «Nuestro día a día se resume en la preocupación por si llovió y la esponja se mojó, si debe lavarse antes de entregarla, si la calle está húmeda y no se puede sacar al sol; y así, aunque estemos en la casa nos preocupamos por el trabajo; es parte de nuestra vida y me hace sentir satisfecho».

Por las leyes de la esponja

Ernesto Ruiz Rodríguez tiene 25 años y, aunque es graduado de Derecho, hace tres que trabaja en el taller. «Algunos amigos me hablaron de esta labor y me atrajo, hoy estoy aquí porque me gusta y además es bien remunerada.

«Estudié, pero nunca ejercí la abogacía; prefiero salir al mar abierto, estar rodeado de azul, de él también se aprende mucho.

«Aquí me siento feliz y hago de todo un poco, recorto esponjas, hago las pacas, lo que se necesite», dice, mientras responde mis preguntas con una de las nueve tijeras del taller en la mano, la cual es tan antigua como la esponjería y puede contar su historia con cada tris tras.

«Este tipo de tijera se utiliza en otros países para despojar de su lana a las ovejas, pero aquí la empleamos  para recortar esponjas. Es mi instrumento de trabajo, y por su vejez necesita mantenimiento diario, ya que es de acero y el salitre la oxida», precisa.

Raúl Palenzuela recorta entre 20 y 30 libras diarias de esponjas, y en un mes el taller produce alrededor de una tonelada.Foto: Cristian Domínguez

Para quien ha crecido en Surgidero de Batabanó y ha vivido entre la tierra y el agua es muy fácil explicar las características de las esponjas. «Según el sexo se diferencian en el color, en la textura, la suavidad, la resistencia, el paño, son muchos detalles a tener en cuenta.

«La hembra es más sedosa, con tejidos más suaves; el macho es áspero y duro. Nosotros procesamos y exportamos las dos. Los compradores prefieren la hembra, pero debido a la disminución de esta se está exportando mayormente el macho, que también tiene buen precio», argumenta.

En un día Ernesto recorta y llena un canasto, ello  significa alrededor de 500 piezas, en dependencia del tamaño de cada una. «Paso más tiempo aquí que en mi casa, esta labor es una de las cosas lindas que tiene Cuba, la esponja solo se pesca aquí, en las Bahamas y algunas partes de Europa.

«Debería respetarse más y ser reconocida. Si salgo a otra provincia y pregunto, muy pocos conocen de este trabajo y el valor que tiene para la economía del país», concluye.

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