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Remembranzas que conmueven

Un septuagenario pinareño rememora pasajes de su amistad con los hermanos Saíz Montes de Oca, a 58 años del asesinato de estos jóvenes revolucionarios

Autor:

Dorelys Canivell Canal

SAN JUAN Y MARTÍNEZ, Pinar del Río.— «Los conocía desde el primer grado de la escuela, porque era contemporáneo con ellos. Sergio era más joven y Luis de mi edad. Nací en octubre y él en noviembre de 1938. Éramos de la misma generación y teníamos iguales ideas.

«Yo era de la clase más pobre y solo pude estudiar hasta sexto grado; ellos hicieron un poco más. Después seguí en la escuela de inglés en el mismo grupo de Sergio y hacíamos, junto a otros estudiantes, un periódico que se llamaba La Voz de los Alumnos».

Así Mario Bruno Solano Vargas recuerda a los 76 años su amistad con los hermanos Saíz Montes de Oca. Corrían tiempos difíciles, en que las diferencias remarcaban la pobreza extrema de muchos y la holganza de pocos. Suficiente huella para dejar en la memoria de este hombre los avatares de la última mitad de la década de los años 50 del pasado siglo.

«Cuando toma auge el proceso revolucionario, ellos pertenecían al Movimiento 26 de Julio y tenían una célula de acción y sabotaje», recuerda Solano.

—¿Qué tan jóvenes eran cuando eso?

—Contaba Luis con 18 años y Sergio con apenas 17. Entramos al Movimiento en 1956, y un año después los matan a ellos. Participábamos incluso en acciones dentro del Instituto y algunas veces teníamos que salir huyendo.

—¿Cómo recuerda la noche del 13 de agosto de 1957?

—Yo estaba viendo una película en el cine de San Juan y Martínez. Escuché los dos disparos. Cuando me asomo veo a una persona en el suelo con los pies hacia el cine y que mueve la mano derecha. Salgo corriendo y digo: «¡Coño, mataron a Sergio!». Al instante, todo el mundo ayudó. Lo cargamos, y en la misma esquina de la calle Real estaba la Casa de Socorro. Lo llevamos para allá, y mi sorpresa fue ver en una camilla a Luis, ya muerto.

—Al parecer los esbirros de la tiranía lo tenían todo muy bien planificado...

—Sí, era una ejecución planeada: el hombre, el asesino, vino por el día y se los enseñaron. Ellos salen para la calle. En la esquina se queda Luis, y Sergio va hacia el cine, donde el guardia lo estaba esperando. Quiere registrarlo. Sergio se niega, y el hombre le da con una fusta. En eso viene Luis e intercede por su hermano, el guardia le dispara y Luis sale caminando, pero antes de llegar a la esquina cae al suelo.

«Sergio le grita y le espeta en la cara: “¡Mataste a mi hermano y ahora me tienes que matar a mí!”. A Sergio solo le dio tiempo a levantar la mano, el balazo le segó la vida, y ahí mismo murió».

—¿Ustedes conocían al guardia?

—Se llamaba Margarito Díaz. No era del pueblo, sino de Consolación del Sur. Cuando cometió el crimen se montó en un jeep y se fue. Después, para evitar revueltas, lo trasladaron para el cuartel Rius Rivera —lo que es hoy el politécnico Primero de Mayo—, y hasta ahí llegó la cosa.

—Habían matado a los hijos del juez y de la maestra del pueblo. ¿Qué connotación tuvo el hecho en San Juan y Martínez?

—Los padres de Sergio y Luis eran personalidades aquí. Solo por eso tuvieron que hacer un juicio. Al criminal lo condenaron a diez años y cumplió su sanción, pistola en mano, cuidando presos. Más bien lo que hicieron fue cuidarlo. Al triunfar la Revolución, los sanjuaneros que estaban detenidos en el mismo lugar que el asesino, trataron de cogerlo, pero se escapó y salió del país.

«Hay una famosa carta que hizo Esther Montes de Oca para una estación de radio venezolana, que de eso no se habla mucho. Se había dicho que Luis y Sergio eran unos forajidos. Ella lo desmiente todo y explica quiénes eran sus hijos.

«Fíjate si Esther estaba al tanto de todo, que la noche de los hechos, al salir, les alertó que se cuidaran. Ellos vivían a la entrada del pueblo, y el día del entierro nosotros empezamos a gritar “¡Abajo Batista!” e hicimos guardia de honor. A mí me tocó al lado de Sergio, pero cuando salimos se paró Esther y nos dijo:

«“Vengan acá todos, ustedes son mis hijos. No podemos provocar más al Ejército. Ellos están esperando una provocación para convertir esto en algo mucho mayor. Ustedes van dando gritos todo lo que quieran, pero la mayor ofensa es que al pasar frente al cuartel hagan un silencio total. Eso será más ofensivo para ellos que los gritos. Ustedes son mis hijos, repitió, y yo no quiero que haya más muertos. Cuídense, por favor”.

«Muchas personas dimos aquel día la vuelta por toda la calle Real, y después cogimos para el cementerio. Cuando llegamos allá quedaba gente al pie de la calle. Éramos  miles y miles en ese entierro, y todo era por lo bueno que eran esos muchachos».

—¿Cómo se organizó el Movimiento en San Juan y Martínez una vez que mueren los hermanos Saíz?

—Luis era jefe del Movimiento 26 de Julio, y Sergio de Acción y Sabotaje. Los dos eran muy arriesgados. Después de eso, se siguieron haciendo cosas.

«Se recogió dinero, medicamentos, ropa para llevar a la Sierra. Se pusieron bombas, petardos. Se hacían acciones desestabilizadoras, cuidando siempre no dañar a las personas, pero nos hacíamos sentir.

«Yo siempre he dicho que nosotros hicimos lo que teníamos que hacer. Éramos los jóvenes de entonces. Ahora la juventud está haciendo la parte que le toca; hay otras misiones, otros trabajos, y son momentos distintos. Siempre hay algún regado, no podemos pedir que todo el mundo sea igual, ni que tengan el mismo pensamiento».

—Según se ha recogido por historiadores y estudiosos, las ideas de los Saíz eran de avanzada, iban más allá de su tiempo y su época...

—Eso es llamativo, asombroso, sobre todo por la edad que tenían. Si uno lee Por qué luchamos, el testamento político de estos hermanos, o Por qué no asistimos a clases, es fácil advertir la claridad de pensamiento, el sentido visionario, la capacidad de interpretar la realidad de entonces, de identificar dónde estaban los males y, a partir de ahí, visibilizar nuevos caminos.

«Ellos sabían quién era Carlos Marx. Tenían un concepto político muy desarrollado para su juventud, su época y el contexto en el que se desarrollaban. Pero siempre fueron así.

«Recuerdo que en San Juan a inicios de los años 50, hubo una gran creciente y se inundó medio pueblo. A mi casa llegó el agua. Ellos estaban por todo el barrio y organizaron recogida de ropa para dar a los demás. Cuando eso apenas tenían 11 y 12 años, eran muy queridos en este lugar».

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