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Lamentos del parque Maceo

Parecería que solo las altas verjas impedían que la incivilidad se ensañara con un sitio emblemático de la capital. Un espacio más que alerta de la necesidad de que se combinen definitivamente la responsabilidad institucional, el rigor legal y la conciencia ciudadana

Autores:

Javier Rodríguez
Aileen Infante Vigil-Escalera

Hace tiempo Mirtha Pérez no lleva a sus nietos al parque Antonio Maceo, a pesar de vivir frente a este por más de 55 años. En los últimos meses, la acción inescrupulosa de algunos visitantes ha privado a los pequeños de jugar en el área infantil y a los adultos de un esparcimiento placentero.

Durante años una verja de altos barrotes y un equipo de agentes se encargaron de mantener la seguridad de las instalaciones, pero el efecto corrosivo del mar sobre la estructura metálica propició su retiro. También se eliminó a los encargados de las puertas de acceso.

En su lugar, la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana (OHCH), al frente de las últimas tres restauraciones realizadas en el parque, colocó una valla pequeña de aluminio fundido que, además de ser más resistente, resultaba menos agresiva con el entorno.

Sin embargo, paralelamente al mejoramiento de la visibilidad del espacio, se ha registrado un incremento considerable de las indisciplinas sociales en esas instalaciones, que hoy son reflejo de la frase popular «Ayer maravilla fui y hoy sombra de mí no soy».

Enfermarse de rechazo irreflexivo

Ubicado en la intersección de las calles Malecón, Belascoaín, San Lázaro y Marina, el parque Maceo fue reparado completamente en 2001 por la OHCH con el objetivo de devolverle la vitalidad a tan importante sitio de la historia y cultura habaneras.

En aquel momento el proyecto mejoró la circulación interna, el estado del Torreón de San Lázaro, la vegetación, el área infantil, las redes técnicas para el alumbrado, las fuentes, los baños y el drenaje.

Apenas cuatro años después, las instalaciones sufrieron grandes afectaciones con el paso del huracán Wilma por el occidente del país, lo que requirió de una segunda restauración.

Tras la rehabilitación, los inversionistas del proyecto consideraron pertinente sustituir la cerca provisional, mantenida hasta entonces como límite físico del parque, por una que brindara seguridad vial a los padres y maestros que llevaban a sus niños para realizar diferentes actividades y ayudara a preservar el lugar.

Pero la cercanía del mar dificultaba mucho la conservación de las estructuras, a pesar de la restauración realizada a los barrotes una vez al año para eliminar el óxido.

María Isabel Martínez, jefa del Grupo de Inversiones Malecón y Extramuros, refirió que a finales de 2014 la cerca se encontraba en mal estado y se decidió retirarla. En su lugar se ubicó una más pequeña que mantuvo definidos los accesos a la instalación y mejoró la visualidad espacial del parque y su entorno.

El 2 de julio pasado la especialista informó a sus superiores sobre la sustitución de la verja y el remozamiento de los muros y columnas que le sirven de base, no sin advertir las dificultades sufridas durante el proceso.

Refirió Martínez que durante la restauración los constructores le informaban del robo o rotura de los trabajos recién culminados. En las madrugadas personas inescrupulosas destruían los avances de la jornada.

«Como medida de protección, mientras terminábamos de colocar la nueva verja les pagamos a los albañiles para que velaran en la noche por los trabajos realizados durante el día, porque los constantes hurtos impedían la culminación de la obra», explicó.

Fotografías de la fecha de entrega atestiguan el esfuerzo realizado, pero apenas  tres meses después el lugar exhibe un aspecto deplorable. Un recorrido no solo revela secciones de cerca arrancadas de su base o aflojadas de sus ejes, sino el destrozo total del parque infantil, cuyo estado lamentan padres y pequeños de la zona.

Los nietos de Mirtha Pérez no son los únicos afectados en esta historia. La pequeña de Armando Gutiérrez, vecino del lugar, tampoco disfruta de los columpios, ni aprende a subirse sola en el tiovivo, que la asusta por su ruinoso estado.

Este es uno de los espacios más dañados, pero no el único, si se tiene en cuenta que hasta los bancos de concreto han sido víctimas de la falta de civilidad.

Plantas y luminarias son también testigos de la acción de manos crueles que privan al visitante del frescor de las primeras y la necesaria iluminación de las segundas.

María del Carmen Rodríguez, quien acostumbraba a sentarse en los bancos durante el horario nocturno, hace unos meses prefiere la seguridad de su portal. «En esa boca de lobo no hay quien esté», confesó.

Desde su quinto piso frente al parque, Miriam Domínguez lamenta el deterioro de las tres fuentes, que hace tiempo no cumplen su función, y extraña la belleza que aportaban al paisaje.

«La última vez que las llenaron, los niños de la zona las usaron como piscinas y hubo que vaciarlas», advierte, mientras un grupo de jóvenes conversan en el interior de la mayor, sin notar el daño que causan a la estructura con su presencia.

Esto sin mencionar el elevado número de veces que las cuidadoras refieren tener que limpiar los grafitis en la base del monumento al Titán de Bronce, o la pintura en los grabados y las estatuas que acompañan a la escultura del héroe.

Por la civilidad

Buscar a un responsable ante este tipo de hechos pudiera parecer una misión imposible entre la inconsciencia y la falta de disciplina.

Ante el desconocimiento de los vecinos  sobre el organismo encargado de garantizar la seguridad del parque y la integridad de las instalaciones, visitamos la Dirección Municipal de Comunales de Centro Habana, responsable por los espacios públicos en el municipio.

Su directora, Maitee de la Caridad Varela, explicó que la OHCH continúa encargada de cuidar y mantener el lugar, en tanto no se haga su «entrega oficial». Mientras dura el proceso de transición de una entidad a otra —añadió—, «el parque Antonio Maceo se encuentra en terreno de nadie».

Luisa Poey, jefa de la Base de apoyo y mantenimiento de las instalaciones de Comunales en Centro Habana, aseguró encargarse de la higiene del lugar con dos reclusos que limpian las áreas todas las mañanas.

Sin embargo, no hace falta ningún traspaso.  Según explicó María Isabel Martínez, la Oficina del Historiador hizo lo establecido para restaurar cualquier monumento o instalación fuera de su circunscripción. Los inversionistas de la OHCH recabaron la autorización de las instituciones pertinentes para acometer los trabajos en el parque Maceo.

Refirió que antes de comenzar las labores, su departamento de Inversiones le comunicó a Comunales de Centro Habana el objetivo de la intervención y las obras que se realizarían, único procedimiento existente para este tipo de gestión.

«La OHCH solo informa del objetivo; en el proceso no se hace ningún contrato por escrito que establezca nuestro compromiso con la obra ejecutada una vez concluida. El cuidado y conservación de cada espacio intervenido es responsabilidad única y exclusiva del organismo encargado, en este caso Comunales», aclaró Martínez.

No obstante, Bárbaro Galarraga, inversionista residente de la OHCH, explicó que la institución no se desentendió del lugar una vez colocada la cerca pequeña, y desde entonces garantiza las labores de jardinería y mantenimiento de las estructuras afectadas por causas naturales.

«El estado actual del espacio no es responsabilidad de la institución que lo restauró, sino de los mismos visitantes que no han sabido preservarlo», concluyó María Isabel Martínez.

Más allá de la cerca

Ubicado en uno de los municipios más poblados de la capital y sin ninguno de su tipo cerca, el parque Antonio Maceo constituye punto de encuentro de muchas personas que asisten al Hospital Clínico Quirúrgico Hermanos Ameijeiras, esperan los ómnibus urbanos, frecuentan el Malecón o simplemente visitan el interior del histórico sitio.

Durante los últimos meses, sin puertas que controlen su acceso, no solo ha aumentado el número de visitantes, sino también la frecuencia de indisciplinas sociales dentro y fuera de sus instalaciones, según declaraciones del mayor Alberto Aneiro, jefe de la Policía Nacional Revolucionaria en el Consejo Popular Cayo Hueso.

«Hemos tenido que actuar debido a las indisciplinas sociales y acciones vandálicas como robos con violencia, lesiones, muchachos que entran y rompen el jardín y demás estructuras», agregó.

Eloy Font, presidente del CDR número 3, ha presenciado irregularidades sociales durante las guardias nocturnas, pero nunca ha sorprendido a alguien robando o destruyendo elementos del parque.

Según establece el Código Penal de la República de Cuba, las personas que cometen delitos menores, tales como daños a la propiedad pública o apropiación indebida de objetos, pueden ser sancionados con la pena de privación de libertad de tres meses a un año, multa de cien a 300 cuotas, o ambas.

Aun así, el notable incremento de estas indisciplinas en parques y monumentos hace preguntarnos si las medidas se están aplicando.

Además se impone la recuperación del respeto por el valor social e histórico presente en este tipo de espacios, lo cual requiere de una elevada conciencia cívica y de valoración del patrimonio público.

La solución al fenómeno no puede reducirse a la colocación de cercas o personal encargado de velar por la propiedad social de la que todos somos responsables.

Flashazos de su historia

La explanada que ocupa el parque Maceo fue sede de la Batería de la Reina o San Lázaro. A principios del siglo XX, con su demolición, el lugar permaneció abandonado hasta que con la construcción del muro del Malecón se cementó y fue dedicado a Antonio Maceo.

El monumento, realizado por el escultor italiano Domenico Boni, se inauguró el 20 de mayo de 1916, pero la estatua permaneció abandonada hasta 1925, fecha en que el parque fue arreglado, según la propuesta del arquitecto Francisco Centurión.

En 1960 el parque fue objeto por parte del Gobierno Revolucionario de una remodelación capital que le dio otra fisonomía: se aumentó el área a 30 000 metros cuadrados y se le practicó el túnel que lo une con el muro del Malecón. Además el proyecto dividió el área en tres zonas, dándole mayor jerarquía a la de la estatua.

Hasta 2001, última reparación capital, que le dio la fisonomía actual, el parque fue restaurado en varias ocasiones por el Estado.

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