Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Desterrar el abandono

Este diario visitó el Centro de Protección Social de La Habana, ubicado en Las Guásimas. En esa institución gente noble, sin prejuicios y con mucha paciencia dedica sus jornadas a regalar sensibilidad y comprensión a quienes, viviendo en las calles, les han sido negadas por su propia familia

Autores:

Ana María Domínguez Cruz
Yuniel Labacena Romero

«No hacen falta alas/ para hacer un sueño/ basta con las manos/basta con el pecho/ basta con las piernas/ y con el empeño».

Silvio Rodríguez, No hacen falta alas

12:45 p.m. Divisamos la guagua, a poco más de cien metros. La esperábamos, y ya la ansiedad nos embargaba.

—¿Quiénes vendrán?, inquirimos.

—No sabemos, siempre es una sorpresa. Mujeres, hombres, ancianos, jóvenes… Cuantos vengan serán bien recibidos, nos explican.

Y llegaron. Eran 12, y algunos se resistieron a bajar del ómnibus. Unos gritaban, otros forcejeaban con el personal que los traía, mientras varios de ellos se mantenían en calma. Habían caras ya reconocidas.

—¿De dónde vienes? ¿Sabes qué lugar es este? ¿Sabes por qué estás aquí?, preguntamos.

El señor de mirada penetrante y camisa raída no quiso responder.

—Díganos qué cree que le pasará en este lugar.

Y la señora sonrió.

—No es la primera vez que vengo aquí, ya me han traído. A lo mejor me quedo, a lo mejor me voy. Este no es mi mundo.

—¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué preguntan tanto?, indagó el señor.

—Somos periodistas, y queremos saber.

—Pues sepan que me trajeron desde Centro Habana y ni sé dónde estoy. No quiero que me quiten mis cosas, no quiero que me hagan nada.

Paso a paso los fueron trasladando al Departamento de Admisión y Diagnóstico, donde médicos y enfermeras esperaban su llegada para evaluar su estado de salud, realizar la caracterización social y esclarecer sus datos generales, junto a los trabajadores sociales.

«La mayoría llega con evidencias de no mantener su higiene y con una situación de salud deteriorada. Luego de examinarlos físicamente, los bañamos, les entregamos su ropa y calzado, les indicamos su lugar para descansar y los alimentamos. Repetimos el proceder las tres veces al día que arriba la guagua después de realizar el recorrido por los diversos municipios», nos explican los trabajadores sociales.

Ropa, zapatos, medicamentos, sábanas, toallas, colchones… Todos estos artículos les son garantizados a su llegada al Centro. Foto: Roberto Suárez Piñón.

No fue fácil. Cada persona que llegó al Centro —muchos sin identificación—, se comportó de manera diferente, y no siempre entendieron la importancia de aceptar la ayuda que se les ofrecía. Por suerte arriban acompañados de representantes de los ministerios de Trabajo y Seguridad Social y Salud Pública, así como de agentes de la Policía Nacional Revolucionaria.

—Cuando me trajeron a mí fue igual, nos confesó Hugo Hernández.

Callamos.

—«Llegué en agosto, y no creo que me vaya de aquí. No tengo familia y la vida en la calle es a puro dolor. Duermo bajo techo, veo televisión, como comida buena y tengo amigos. No sabía que existía un lugar como este, y cuando me trajeron, pensé lo peor, me comporté un poco agresivo. Después comprendí que aquí podía tener una vida mejor».

Nos sorprendió su sinceridad, y quisimos conocer más historias. Mientras se llenaban cada una de las planillas de la caracterización social de estas personas y se les brindaba resguardo quisimos ser testigos de lo que nos habían contado «que debía ser». Nos quedamos un rato para dialogar.

Varias guaguas recorren los municipios tres veces al día para facilitar el traslado de las personas al Centro de Protección Social. Foto: Roberto Suárez Piñón.

En efecto, lo establecido en el protocolo de actuación para la admisión, diagnóstico, atención y reinserción social de las personas con conducta deambulante parece tener un camino seguro en el Centro de Protección Social de La Habana, ubicado en Las Guásimas. Quienes transitamos por las calles de esta ciudad no tenemos conocimiento de que esta política exista, y que gente noble, sin prejuicios y con mucha paciencia dedique sus jornadas a regalarle sensibilidad a quienes le ha sido negada. Lamentablemente, no todos saben cómo dejarse ayudar.

Cuando de amor se trata

Tiene 28 años, y cotidianamente se enfrenta a historias de vida desgarradoras. Nos sorprende que siendo tan joven tenga una responsabilidad tan grande. «Cuando llegan aquí, sabemos que llevan varios días, semanas… sin comer, bañarse, peinarse. Muchos solo ingieren bebidas alcohólicas y su forma de comportarse puede ser retraída, aislada o, a veces, exaltada, alterada. Estamos aquí para ayudarlos, cambiarle su modo de vida, ese es nuestro trabajo».

Yoandry Alonso Acosta, director del Centro de Protección Social de La Habana, accede a compartir sus vivencias, y mientras ello ocurre recuerda también los años en los que laboró en el Hospital Psiquiátrico de la capital. Le motiva su trabajo, «porque mi deber es lograr que este sea un lugar acogedor y que se le brinde a estas personas la atención debida, y sobre todo mucho amor».

Yoandry Alonso Acosta, director del Centro de Protección Social de La Habana. Foto: Abel Rojas Barallobre.

«Desde febrero de este año estamos aquí, y hemos logrado reinsertar a la sociedad a 236 ciudadanos. Antes existía el Centro de Evaluación y Clasificación de Deambulantes de La Habana, conocido como La Colonia, ubicado en Capdevila, en el municipio de Boyeros; pero ahora contamos con más capacidades, y con nuevos proyectos de inversión podremos mejorar las condiciones.

«Actualmente tenemos 195 personas, de las cuales 42 son residentes permanente, pues carecen de familia, vivienda y alguna posibilidad para obtenerla hasta el momento. De este total, 15 son de reingreso, es decir, no es la primera vez que los traen, pues cuando abandonan la instalación y vuelven a la calle son encontrados nuevamente en los recorridos. Ha sucedido así incluso con personas de otras provincias».

Ropa, zapatos, medicamentos, sábanas, toallas, colchones… Todos estos artículos les son garantizados a su llegada al Centro; no importa el horario, el propósito es «crearles un ambiente diferente, más saludable, y que no sientan que la vida aquí es similar a la que llevaban en la calle. Nuestro trabajo es brindarles ternura y favorecer su reinserción social».

Alonso Acosta explica, y así fue constatado, que existen varias salas donde se ubican las personas según su edad y diagnóstico clínico y social. «En ellas existe el entorno indispensable para vivir, desde las condiciones higiénico-sanitarias. Todos comparten áreas como el comedor, los patios, la sala de televisión y los locales para juegos pasivos».

Algunos de los que residen de forma permanente en el Centro y mantienen condiciones físicas aptas para trabajar, se desempeñan en la instalación como jardineros, auxiliares de limpieza, carpinteros, agricultores y en otras labores, agregó el Director, quien destacó que esa manera útil de invertir el tiempo de manera retribuida los hace sentirse más plenos en su condición.

«No pocos están contratados fuera en entidades estatales y no estatales, y nosotros verificamos con sus empleadores su conducta y actitud ante el trabajo. Tenemos trabajadores por cuenta propia que se desempeñan como parqueadores y otros que son cocineros. Todos nos deben mostrar las cartas de aceptación laboral para confirmar la veracidad de su contrato», añadió.

El también Licenciado en Derecho y Máster en Psiquiatría subrayó que los horarios de desayuno, almuerzo, comida y merienda son respetados todos los días. Así lo confirmaron quienes fueron entrevistados por este equipo de reporteros.

«Han sido diez meses de mucho trabajo y aún nos falta crear otras condiciones para que se sientan bien el tiempo que estarán aquí, pues como todos sabemos este lugar tiene un carácter temporal en busca de la reinserción social de las personas, quienes en ocasiones rechazan las atenciones que brindamos. Por ejemplo, uno de estos ciudadanos, a quien apodan como el Gavilán, ya ha estado aquí 19 veces.

«Existe una permanente voluntad política de erradicar este fenómeno. Más de cuatro millones de pesos asignó el Estado en este 2015 para las inversiones y mantenimiento del Centro», aseguró.

No hay freno en esta obra

Ramón González Sanz es un trabajador social que ha vivido todo el proceso con las personas con conducta deambulante, desde que la guagua emprende su recorrido hasta llegar al Centro, la estancia en él y luego la reinserción social. «Lograr que suban al ómnibus es el proceso más complicado, pues algunos ofrecen cierta resistencia. Duele encontrar a otros inconscientes, y llevarlos al policlínico más cercano es la salvación.

«Han existido hasta madres con sus niños de tres o cuatro años deambulando en parques, hospitales, edificios en peligro de derrumbe; sin ropas y zapatos adecuados…. Ese contacto inicial, que se profundiza con el trabajo en los municipios, es fundamental para lo que se logre después, y hasta para el retorno de muchos a sus provincias de origen.

«Antes de la reinserción social o traslado de un caso a su lugar de residencia propiciamos reuniones y encuentros con familiares y personas de su comunidad. No podemos entregarlo a su pariente y ya, pues existe todo un proceso de concientización y de seguimiento, así como de información de los beneficios que le brindamos de empleo y de las prestaciones de la Asistencia Social», afirmó este joven, quien se desempeña como jefe del departamento Prevención, Asistencia y Trabajo Social en La Habana.

A veces es difícil lidiar con estas personas y existen prejuicios, pero para Roberto González Mansi y Kenia Estremera Fajardo, el médico y la enfermera que los acompañan día y noche, no hay freno en esta obra de infinito amor. Al primero lo encontramos en el puesto médico, mientras hacía el resumen del día; con la segunda, habíamos iniciado un diálogo en el trayecto al Centro, pues le dimos «botella» en nuestro carro.

¿En qué estado de salud llegan estas personas? ¿Cuáles son las enfermedades más comunes? ¿Qué hacen con ellos? preguntamos, e inicialmente solo tuvimos el silencio por respuesta, quizá porque es «muy sorprendente describir su estado de salud, muchos son enfermos mentales, tienen una marcada dependencia alcohólica, presentan discapacidad intelectual o alguna discapacidad física», como nos dijeron poco después.

Según cuentan, las enfermedades más frecuentes entre estas personas al llegar al Centro son las lesiones dermatológicas como la piodermitis, la escabiosis y las micosis en los pies, consecuencia de la falta de higiene; y las infecciones respiratorias, así como la desnutrición por la falta y mala alimentación.

«Muchos llegan con urgencias clínicas o quirúrgicas no psiquiátricas, en estado de intoxicación alcohólica aguda, con infecciones de transmisión sexual y con tuberculosis activa», argumentó el médico; mientras la enfermera añadió que es esencial cumplir la dispensarización y supervisar a cada uno de los pacientes, pues muchos tienen tratamientos sistemáticos, debido a su salud tan delicada».

Un equipo médico los acompaña día y noche.Foto: Abel Rojas Barallobre.

Tres hospitales atienden directamente al Centro. Además se garantizan semanalmente interconsultas de todas las especialidades, incluyendo Estomatología y Oftalmología. Se coordina el ingreso de quienes lo necesiten en los hospitales, y se ofrece en la propia instalación el tratamiento de deshabituación al alcohol, servicio al que acceden hoy 28 personas, por el Centro de Salud Mental del municipio de Cotorro.

Una gran casa, una gran familia

Recorrimos hasta el último rincón del Centro: cada una de las salas, la cocina, el comedor, la lavandería, los almacenes, las áreas de trabajo, el local del personal de custodia, de servicios y otros. Es amplio, y todo está bien cuidado, aunque los salones deben ser más accesibles, sobre todo para los más ancianos, hay que seguir embelleciendo las áreas, aumentar los espacios de esparcimiento, implementar más actividades educativas…

En cada sitio la solidaridad ha encontrado buen resguardo. En cada sala hay un trabajador que vela por el cumplimiento de la limpieza, la entrega de los recursos y la disciplina de cada local, tarea indispensable que ha potenciado la  motivación de las personas que allí viven. Muchos han demostrado sus destrezas en el cultivo de una parcela para el autoconsumo, y así los terrenos improductivos, con los deseos de transformación de ellos, se han modificado.

Foto: Abel Rojas Barallobre.

«Comenzamos con una idea pequeña que cada día se hace más grande, sobre todo cuando llega un nuevo caso, pues todos tienen características diferentes y el trabajo desde la prevención social tiene que hacerse persona a persona», aseguró el Director del Centro. «Hay mucho que hacer para que el Centro poco a poco se convierta en una gran casa, en una gran familia, no solo para los que se quedan, sino para los que logramos reinsertar.

«Tenemos que remodelar cada espacio, lograr más ambiente y salud. Se necesita hablar y atender a las personas con conducta deambulante sin prejuicios, con humanismo y con deseos de darle un sentido a sus vidas, pues muchos de los tormentos que ellos atraviesan les pueden suceder a cualquiera», dijo con la voz entrecortada, con las ansias de que ese fenómeno desaparezca; sin embargo mientras exista, «estamos nosotros, protegiendo a cada ciudadano, rehabilitando almas, persuadiendo a cada familia, devolviendo hábitos de higiene, valores sociales, haciendo una obra de amor».

Mientras Yoandry dialogaba con este equipo de reporteros, recordamos a aquel hombre que nos dedicó un poema de su propia inspiración al entrar a su sala, y a aquellos que nos brindaron su pan, nos abrazaron y sonrieron ante nuestras preguntas o al lente del fotógrafo. Y mientras ello ocurría pensamos como el inmenso Silvio que «No hacen falta alas/para ser más bellos/basta el buen sentido del amor inmenso/no hacen falta alas/para alzar el vuelo».

Foto: Abel Rojas Barallobre.

Historias en primera persona

«Dicen que molesto, que mi conducta no es adecuada… Mi papá vive en Playa, en La Habana, pero con él vive también mi madrastra, y no nos llevamos bien por mi problema con el alcohol. Ni ella ni él me quieren ahí. Mi hermana gemela tiene su casa y su familia en Villa Clara, pero prefiere que esté aquí o en la calle, y no con ellos. La visito, a veces, y veo a mi sobrina pero no me aceptan. Siempre terminamos fajados. Yo no tengo casa.

«¿Qué tiempo llevo en el Centro? Más de cinco años, pues antes estuve en La Colonia, como le dicen al Centro que estuvo ubicado en Capdevila, en Boyeros, pero ese lugar ya no existe. Desde febrero me mudé para aquí y las condiciones son muy diferentes.

Foto: Abel Rojas Barallobre.

«Ahora trabajo como auxiliar de limpieza y me pagan, no está mal, aquí nos quieren mucho, nos ayudan y nos hacen sentir bien. ¿Sabes qué? Ya no bebo como lo hacía antes y tengo una buena alimentación y una gran familia. No vivo de recoger cosas en los basureros y de lo que otros me daban por lástima, aunque quisiera tener mi propio hogar». (Rafaela)

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Foto: Roberto Suárez Piñón.

«Cometí muchos errores en mi vida, lo reconozco. Desde el 2012 dejé de vivir en mi casa, en Punta Brava, con mi familia. Dormí en los portales, en las terminales… donde me sorprendiera la noche, y buscaba en los basureros cualquier cosa, no solo para comer sino para venderlas. Vivía como podía de lo que también me regalaban, y la mayoría de las veces solo gastaba el dinero en beber.

«En un recorrido de las guaguas me trajeron hasta aquí, pero no me quedé mucho tiempo. Después me volvieron a traer, ¿y quieres que te diga la verdad? En la calle solo pasaba trabajo y necesidades, pero aquí me siento bien. Nos levantamos, desayunamos, ayudamos a bañar a los viejitos, limpiamos las salas, se nos pone la televisión, jugamos dominó…

«En la calle me relacionaba con otros que tenían mi misma situación, que ahora están también aquí en el Centro, y son mis amigos. Entre todos los que estamos aquí hay mucho respeto, cordialidad, y al que no tiene buena forma se la enseñamos porque esta es como la casa y en ella nos tenemos que llevar bien. De aquí no me quiero ir, a ningún lugar de este mundo». (Héctor)

Foto: Roberto Suárez Piñón.

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«Comencé a vivir en la calle en el año 2005. ¿Las causas? El divorcio con mi mujer, con la que vivía en Santiago de Cuba. Tuve que retornar a La Habana a vivir con mis hermanos. Ellos no me soportaban porque era un estorbo, no cabíamos todos en la casa de mis padres ya fallecidos. Me alquilé con el poco dinero que tenía y cuando se acabó, lo único que quedaba eran las calles.

«Estaba acostumbrado porque cuando tenía problemas con mi mujer por la bebida, dormía en los parques. Los lugares por los que deambulaba eran por La Habana Vieja y Plaza; allí era donde mejor se podía recoger materias primas en los basureros y encontrar alimentos. Me trajeron al Centro en el año 2008, pero me he ido varias veces.

«No mantengo vínculos con mis familiares, no quiero saber de ellos porque me trataron muy mal. Me agrada lo que me dan en el Centro: nos dan comida, techo, tenemos donde bañarnos, la posibilidad de vivir dignamente. Estamos mejor que en las calles, pero este no es mi mundo, yo no quiero estar aquí. (Pedro)

Foto: Roberto Suárez Piñón.

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«No siempre conoces a la persona adecuada. A mí me pasó, y no me di cuenta a tiempo. Aquel hombre se quedó con mi casa, me lanzó bajo amenazas junto a nuestra hija de diez años a la calle. Decidí deambular con ella. Por suerte, después la llevaron a un hogar para niños sin amparo filial, y allí estuvo hasta que su padre la recogió. La visito los fines de semana, y me siento tranquila porque está estudiando y le va muy bien.

«En aquellos años peleé mucho con mi madre y mi hermana, y con ellas tampoco puedo contar por mi conducta. La vida en la calle es un infierno, no quiero volver a tener esa experiencia. Aquí en el Centro todos están pendientes de mí y de cuantos llegamos. Es un sitio grande, que debe seguir ordenándose con más cosas, con otras áreas y donde se desarrollen más actividades.

Foto: Roberto Suárez Piñón.

«Tengo 54 años y tengo muchas ganas de vivir. A veces me siento triste por estar en este lugar y no tener mi propio hogar para ser feliz con mi hija. Siempre debemos pensar bien las cosas, pues luego todo se complica y dormir sin un techo o comer lo que encuentras no es saludable. Por suerte aquí he encontrado mi casa, mi familia, ojalá no me abandone tampoco». (Olga)

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