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En el pecho, nuestra Orden más martiana

Su Santidad Kirill, al recibir la Orden José Martí de manos de Raúl, comentó que la simpatía especial de los rusos por los cubanos sigue intacta y consideró su deber «apoyar estas relaciones en nuestra sociedad»

Autores:

Alina Perera Robbio
Enrique Milanés León

Este sábado, recordando el espíritu que le embargó en días de infancia mientras Fidel visitaba su Leningrado, el Patriarca ruso resumió, en el perfecto español de los amigos, el agradecimiento al recibir, de manos de Raúl, la Orden José Martí: «¡Viva Cuba!».

Si el viernes su visita estuvo signada por el bien llamado encuentro del milenio con el Papa Francisco, que dejó para la Historia un diálogo hasta entonces inédito, ayer los actos de Kirill se tornaron más íntimos, cual si reservara la jornada a afectos delicados que inscriben emociones eternas en el alma de los involucrados: la Iglesia Ortodoxa Rusa y el pueblo de Cuba.

No importó que en la resolución de otorgamiento Cuba asentara el respeto por la especial contribución del Patriarca a la elevación de las relaciones entre nuestros dos países: Kirill admitió solo sus «modestas labores» y repartió entre muchos el honor al afirmar que recibía la Orden como una condecoración «del lindo y trabajador pueblo cubano» a toda la Iglesia Ortodoxa Rusa, y en alguna medida, a todo su pueblo.

Su Santidad comentó que la simpatía especial de los rusos por los cubanos sigue intacta y consideró su deber «apoyar estas relaciones en nuestra sociedad».

En su agradecimiento, el Patriarca ruso subrayó la valentía con que soviéticos y cubanos trabajaron juntos en defensa de la justicia.

Además de Raúl, acompañaron a Kirill y a su delegación en este abrazo de pueblos, por la parte cubana, el Primer Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel; el presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Esteban Lazo, y el canciller Bruno Rodríguez, entre otros dirigentes del pueblo que condecoró al hermano ruso. Por la Federación Rusa, estuvo en la ceremonia el embajador Mijaíl Kamynin. Al final del protocolo, cuando unos y otros redoblaron los saludos, señoreaba en el Palacio de la Revolución la idea que completaba el retrato de este vínculo: «¡Viva Rusia!».

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