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Óleo de una mujer entre hierros

La grasa y el churre inherentes a un central, repleto de equipamiento mecánico, no son un problema para Laira Leyva Pupo. Tampoco su juventud o su condición de mujer

Autor:

Juan Morales Agüero

PUERTO PADRE, Las Tunas.— Cada mañana, al filo de las 5 y 30 de la madrugada, la ingeniera industrial Laira Leyva Pupo abandona la cama y se apresta para marchar a su trabajo en el coloso azucarero Antonio Guiteras, distante unos seis kilómetros, en el poblado de Delicias.

Antes de partir a tomar el ómnibus de la fábrica —pasa puntual una hora después—, les da un beso en la frente a sus dos hijos pequeños, que duermen como benditos. Su familia la ayuda en su atención, y se encargará de llevarlos luego a la escuela. A su regreso, por la tarde, ella los compensará en besos, abrazos, caricias y atenciones las horas perdidas.

«A las 7:00 a.m. ya estoy en mi puesto, lista para participar en el cambio de turno de tiempo de zafra —cuenta esta joven de 26 años de edad, graduada en la Universidad de Las Tunas—. Un rato después, tomo rumbo a lo mío, en las diferentes áreas, como parte del Grupo Técnico de mantenimiento, al que pertenezco».

Laira procede a inspeccionar en detalle los sistemas de trabajo y la documentación de cada dependencia. Así, verifica si los mecánicos efectuaron las revisiones a su cargo y si las consignaron en los libros; comprueba si se registraron todas las incidencias; confirma si las tareas pendientes se ejecutaron y si se tuvieron en cuenta las normas técnicas...

«La vorágine de la zafra exige una gran organización y mucha disciplina tecnológica —asegura—. Por eso, también en horario matutino, participo en el consejillo de mantenimiento, donde se conoce la situación técnica de cada bloque. Y claro, debo buscar tiempo para actualizar mis papeles en la oficina».

Agrega que sus responsabilidades van más allá de esas rutinas productivas, pues —casi siempre en horario de la tarde— debe recorrer las áreas para corroborar si los problemas señalados se resolvieron. Además, apadrinar equipos por expresa indicación del Grupo Técnico; gestionar recursos en falta... «Ayer fui al central Majibacoa a buscar una pieza», dice.

Para Loira, la grasa y el churre inherentes a un central tan grande como el Antonio Guiteras, repleto de equipamiento mecánico, no son un problema. Tampoco su juventud o su condición de mujer.

«Tengo aquí mi ropa de combate para meterme sin miedo por todos los recovecos de la industria —acota divertida—. Me gusta descubrir cómo son y cómo funcionan. Al principio algunos hombres decían que les resultaba extraño ver a una ingeniera metida entre los hierros. Pero les demostré que las mujeres podemos hacer lo que nos propongamos. Ya se acostumbraron.

«Llevo tres años de trabajo y nunca he percibido subestimación a mi persona, ni como joven ni como fémina. Los “viejos” saben que ellos también fueron una vez novatos. No dirijo directamente a hombres, pero trato con ellos todos los días. Nuestras relaciones son de mutuo respeto», comenta emocionada.

«Jamás me pasó ni remotamente por la cabeza que iniciaría mi vida laboral en la industria azucarera —admite—. Pero cuando me gradué esta fue la opción que me dieron. Y no me arrepiento de haberla aceptado. Ya he hecho mío el ruido del central y el olor a meladura. Ahora no cambio mi puesto por ninguno. Eso, a pesar de que pude iniciarme en el área de fabricación y hasta figurar en la lista de reserva del jefe de laboratorio».

La dicotomía academia-práctica signa la cotidianidad de Loira. Según la joven ingeniera, muchos conocimientos adquiridos en la Universidad se ven superados, ocasionalmente, por situaciones puntuales urgidas de soluciones inéditas, lo que me recuerda la tesis marxista-leninista de que la práctica es el criterio de la verdad.

«Aquí los jóvenes somos minoría, pero desplegamos una intensa actividad política y laboral. Yo dirijo el único comité de base de la industria, integrado por 21 militantes. Atendemos un universo de más de 80 muchachos. La emulación actual prendió fuerte en el grupo. Damos prioridad a estimular a quienes más se destacan en la zafra, que es nuestra razón de ser».

En la industria laboran jóvenes de alta calificación. De acuerdo con Loira, algunos lo hacen en puestos esenciales, como operadores de calderas, de planta eléctrica, de equipos de evaporación... El colectivo juvenil de zafra los visita para conocer sus inquietudes y, en la medida de las posibilidades, gestionarles respuestas y soluciones por los canales correspondientes.

«Puedo asegurar que en el central azucarero Antonio Guiteras los jóvenes que hacemos zafra somos una enorme fortaleza. Los veteranos en edad de jubilación pueden estar tranquilos. La nueva hornada de trabajadores, técnicos y profesionales haremos nuestro el legado de esta legendaria fábrica, que ha hecho historia como una los mayores productoras de azúcar de Cuba».

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