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Una dinastía nada triste

Para que la muerte, en medio del dolor que causa, no parezca tan cruel, se necesitan personas que trabajen en los servicios fúnebres con una elevada vocación de servir, y hacerlo siempre con dignidad, elegancia y respeto a los derechos de los dolientes

Autor:

Marianela Martín González

Si alguien cree que los trabajadores de los servicios necrológicos son aburridos o tristes, valdría la pena que conozca a una familia que durante más de 20 años ha dedicado su existencia a esos menesteres, asociados en ocasiones a una solemnidad que podría pensarse pedante.

Cuando fui tras esa dinastía de funerarios, creí que me tropezaría con personas excesivamente protocolares…, pero todas aquellas conjeturas las eché por tierra al tener delante a Jorge Andrés Rodríguez Yumar, uno de sus miembros, quien ante mi despiste al identificarlos en la funeraria La Nacional, en Centro Habana, me dijo: «Fíjate en mi nariz, y nos reconocerás al instante».

Y tenía razón Jorge Andrés. Casi todos tenían una nariz aguileña y prominente, que a la legua permitía asociarlos como los Rodríguez Yumar, excepto Yordy Lázaro Rivero Rodríguez, un mulato de 19 años, quien me aclaró con sarcasmo que era de la misma estirpe, pero había nacido «de noche» y con nariz achatada.

«Fue mi abuelo quien despertó la vocación por este servicio, en el cual a pocos les gusta ganarse el dinero, y a casi nadie le gusta acudir, porque siempre se asocia con la muerte y la pérdida de seres queridos», explicó el joven, quien funge como operario del grupo electrógeno en el crematorio de Guanabacoa.

Yordy aspira a seguir los pasos de sus tíos para trabajar como ayudante de servicios fúnebres, una plaza que consiste en recoger los cuerpos sin vida en los lugares estipulados por los protocolos: hogares y hospitales, principalmente.

—¿Cómo es posible que una persona de tu edad se incline por un oficio como ese, a veces estigmatizado por su contenido?

—Es un empleo como otro cualquiera. Tiene sus encantos y sus problemas, pero alguien tiene que hacerlo. Me crié  prácticamente en las funerarias con mis tíos y mi madre. La vieja, que es también trabajadora del sector, cuando mi abuela no podía cuidarme me llevaba al trabajo, y gracias a eso aprendí que es un oficio que da muchas satisfacciones cuando se hace con amor.

«Hay quienes creen que te agria el carácter, pero eso no es cierto. Tenemos que saber que en la vida todas las cosas tienen un final, y la muerte resulta el final de la existencia humana. Tiene que haber personas que se dediquen a darle al fallecido un hasta siempre digno, y para eso se necesitan profesionales que estén orgullosos de su misión, que parece dura, pero no deja de ser tierna a la vez.

«Crecí escuchando anécdotas que conmovían, como la muerte de personas jóvenes, de niños, de gente que perecieron en accidentes… Todas esas cosas me hicieron ver la muerte como algo evitable en ocasiones, aunque natural y lamentable a la vez. Para que, en medio del dolor que causa, no parezca tan cruel, se necesitan personas que trabajen en los servicios fúnebres con una elevada vocación de servir, y hacerlo siempre con dignidad, elegancia y respeto a los derechos humanos de los dolientes», precisó.

La ética y la razón

«Por el contenido de nuestro trabajo tenemos que ser responsables e incluso indulgentes con quienes, a veces, no comprenden que somos los que damos la cara al público, aunque no los únicos que participan en los trámites para que se haga firme un velorio, o la cremación, que tanto se estila en los últimos tiempos».

Así describe José Ramón Rodríguez Yumar, administrador de la funeraria de Calzada y K, los principios básicos de un trabajador funerario.

«Para nuestro trabajo están exigiendo tener 12mo. grado de escolaridad. Creo que eso no basta. Hace falta tener un alto compromiso con el público. Saber que cuando acuden a nosotros es por una necesidad extrema y dolorosa.

«A nadie que respete su trabajo en el sector se le ocurriría a la hora de ejercer el oficio usar faltas de respeto. Es de muy mal gusto y hasta puede considerase una torpeza ofrecerle los buenos días o las buenas noches a quien está pasando por el mal momento de velar o enterrar a un ser querido».

—¿Qué dilemas tiene este oficio, José Ramón?

—A veces somos juzgados injustamente por la población, cuando en medio de la consternación tiene que sufrir las demoras de la llegada a la funeraria o recogida de los cadáveres. Es cierto que hay algún que otro negligente, como se refleja en la novela cubana que por estos días se difunde en la televisión, pero la mayoría de los que aquí trabajamos somos conscientes de que lidiamos con asuntos tan serios como la pena y el dolor.

«En nuestro trabajo hay falta de transporte como en los demás sectores; hay falta de piezas de repuesto como en los demás lugares, pero todas esas adversidades se tratan de paliar con la organización que tenemos establecida.

«Una de las situaciones peores por las que tenemos que pasar es la insuficiencia de neveras para conservar a los fallecidos que, por razones justificadas, deben permanecer en condiciones especiales, hasta que puedan ser velados o cremados.

«En cualquier funeraria que se demande ese servicio la coordinadora debe localizar a su administrador, quien a su vez debe solicitarme ese servicio, pues es en Calzada y K donde único ofrecemos la asistencia de preservar los cadáveres. Tenemos como inconveniente contar solo con capacidad para seis fallecidos, y cuando la cifra de demandantes supera ese número, entonces hay que solicitar ayuda a Medicina Legal.

«Cuando estamos en una situación tan adversa como esa, tratamos de convencer a los familiares para proceder a enterrarlos. Es ese uno de los momentos más difíciles de este oficio, y uno de los que más pone a prueba nuestra ética.

«En esos casos damos prioridad a los que fallecen en edades tempranas: niños y jóvenes. También a quienes perecen en accidentes».

Un oficio aleccionador

Antonio Rodríguez Yumar es otro de los cuatro hermanos que han dedicado su vida a los servicios necrológicos. El mismo día que habíamos concertado la entrevista regresaba de Guantánamo, a donde había ido a llevar un cadáver. Por el camino el carro fúnebre que conduce lo había dejado varado en Las Tunas.

«Son gajes del oficio. Hay que ser músico, poeta y loco para asumir las responsabilidades que tenemos. No es la primera vez que eso me sucede, ni será la última. Cuando eso pasa llamamos y enseguida acude otro carro. Si ya estamos vacíos, entonces nos las ingeniamos para regresar con el carro reparado.

«Este oficio me ha permitido ver de todo. Es una escuela. Es un trabajo como todos: se disfruta porque uno da lo mejor de sí para calmar el dolor de otros. Se sufre porque de modo directo manoseamos la muerte todos los días. Hay que buscar un equilibrio para amarlo y practicarlo siempre con dignidad», concluyó Antonio.

Hasta que nos duele a nosotros

Esther es la única mujer que integra la familia de los Rodríguez Yumar, que por más de 20 años se ha dedicado a los servicios necrológicos. Es la madre de Yordy Lázaro y Alaín Ernesto, quien no estuvo presente durante este encuentro por estar enfermo, y también integra el gremio.

Esther se considera fuerte para asumir la responsabilidad que durante 23 años viene desempeñando. Sin embargo, reconoce que hay acontecimientos que sensibilizan mucho más a quienes lidian casi todos los días con dolores ajenos.

«Por la fecha en que nuestros padres fallecieron, hace menos de cinco años, recibí dos llamada en la funeraria La Nacional, donde trabajo como coordinadora. Una la hizo una mujer, la otra un hombre. Ambos estaban desesperados por la pérdida de seres queridos.

«No es frecuente que uno llore con los dolientes, pero ese día al sentirlos enternecidos en llanto, no tuve más remedio que romper a llorar. Eran muy frescas las huellas del dolor que me habían dejado las muertes de mis viejitos. Solo cuando uno pasa por un momento como ese, puede entender cómo se sienten las personas que reclaman nuestro servicio», acotó.

Antes de concluir esta entrevista Jorge Andrés me pide que deje un mensaje a los lectores: «Cuiden mucho a sus padres, que como ellos no hay nada en el mundo».

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