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Sed de la tierra

La persistente sequía que azota a varias provincias de la zona oriental de Cuba constituye una amenaza para la estabilidad socio-económica de esos territorios

Autor:

Juan Morales Agüero

LAS TUNAS.— La existencia del agua establece un sencillo dilema: o la utilizamos con racionalidad o desaparecemos. Porque si este fluido huérfano de olor y de color se agotara, todas las formas de vida estaríamos, sin derecho a réplica, condenadas a morir.

La ciencia intenta conjurar tamaña amenaza con el hallazgo en los laboratorios de una sustancia alternativa capaz de suplir la fórmula compuesta por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. Sin embargo, y a pesar de la tenacidad desplegada, en las probetas no se ha conseguido obtener resultados alentadores.

Aunque el colapso de las reservas globales de agua no parece inminente, inquieta el deterioro de sus niveles, tanto para el consumo humano como para la industria y la agricultura. La mengua de los regímenes de lluvia hace temer que en el futuro se desaten guerras por su control. Tal eventualidad pende como Espada de Damocles sobre países de los cinco continentes, que se disputan derechos sobre importantes corrientes fluviales.

Para un expediente tunero

«La falta de lluvia en la provincia es un fenómeno cíclico que nos afecta», asegura la geóloga Mirtha Rodríguez, delegada del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos (INRH) en Las Tunas. Se atribuye, entre otras causas, a los cambios climáticos derivados del efecto de El Niño y a la deforestación. El descenso del promedio histórico anual en los últimos 30 años ha golpeado con fuerza a la agricultura, obligada a producir casi siempre en condiciones de secano.

«La sequía de 2004 fue terrible. Tanto que al cerrar diciembre de ese año el territorio compiló apenas el 56 por ciento de su acumulado histórico de lluvias, ascendente entonces a 1 126 milímetros anuales. A nuestros embalses no les fue mejor, pues su almacenaje se redujo a la quinta parte de su capacidad».

Agrega la funcionaria que, al no llover durante buena parte de 2004, al año siguiente tuvimos que vérnoslas con graves aprietos en materia de humedad. Tantos, que los embalses, capaces de asimilar en conjunto alrededor de 350 millones de metros cúbicos, llegaron a sumar solamente 39 millones.

«Ya en marzo de 2005, la presa El Rincón, principal fuente de abasto de la ciudad capital, de unos 165 000 habitantes, quedó en volumen muerto, considerado así cuando almacena menos de 400 000 metros cúbicos. También colapsó El Lavado —abastecedora del municipio de Jobabo—, y quedaron casi al borde del límite Cayojo y la cuenca La Cana. A partir de junio comenzó moderadamente a llover y la situación cambió algo», comenta.

En 2006, el mapa isoyético cubano, confeccionado por los especialistas luego de evaluar los niveles de precipitaciones cuantificados en los últimos años, actualizó los parámetros tuneros y fijó la media histórica de lluvias de la provincia en 1 038 milímetros anuales, una de las más bajas del país.

«La sequía persistió en el territorio hasta 2007, cuando nos azotó la tormenta tropical Noel —recuerda Mirtha. Lo que en otra circunstancia hubiéramos ahuyentado con un suplicante “solavaya”, devino regalo, pues llovió al 147 por ciento de la media histórica y casi todos los embalses vertieron.

«En 2008, el huracán Ike se ensañó con la provincia, pero sus lluvias dejaron un saldo positivo en cuanto a aguas represadas —continúa—. Durante 2009 y 2010 también hubo humedad, con rangos similares a la media histórica. Desde entonces la situación cambió diametralmente: en 2011 y 2012 llovió menos que de costumbre. Y en 2015, solo al 84 por ciento, con alrededor de 800 milímetros, inferior a la media.

«Hoy, como dice el refrán, estamos “con el agua al cuello”, pues los 23 embalses acumulan apenas 85 millones de metros cúbicos, de los 350 para los que están concebidos, es decir, están al 22 por ciento de su capacidad. Para colmo, el promedio pluvial de la comarca ronda los 61,8 milímetros», puntualiza.

A todas luces, el panorama lluvioso tunero actual es bastante difícil, y muy parecido al del tristemente célebre 2004. A su imagen y semejanza, y como consecuencia de la falta de lluvia en el ciclo húmedo pasado, embalses y cuencas irrumpieron en el período seco —de noviembre a abril— en contexto desfavorable. A una represa importante, como la de Playuela, proveedora de la población del municipio de Majibacoa, le quedan pocos días de cobertura. Las de El Rincón, Cayojo y la cuenca La Cana, aunque en mejor coyuntura, capean como pueden el difícil temporal.

«Actualmente reciben agua por pipas casi 160 000 habitantes de los ocho municipios —precisa Mirtha—. La cifra incluye a 223 comunidades que no disponen de redes hidráulicas ni de fuentes propias, por estar salinizados los suelos, y 161 cuyas fuentes se agotaron. Las subterráneas de abasto, por cierto, exhiben una situación preocupante: 65 están afectadas y 40 a punto de colapsar. Otras 25 seguramente se agotarán en los próximos días, antes de que comience, en teoría, el período lluvioso».

Atajar la fuga

En 2007, la provincia de Las Tunas, junto a otras 11 ciudades cubanas, resultó escogida para incorporarse a un programa de rehabilitación de su deteriorado y longevo sistema de redes hidráulicas, sobre todo el de su ciudad capital. El presupuesto fue de 17 millones de dólares.

«Desde 2007 hasta 2010 la prioridad fue la rehabilitación de redes —dice Mirtha—. A partir de 2012 le sumamos el programa de las conductoras. Para este año tenemos un proyecto amplio, que incluye la importación y montaje de la planta de tratamiento de agua para los poblados de Chaparra y Delicias, previstos para conectarse a la presa Juan Sáez. Además se pretende dar los toques finales a los acueductos de San Antonio, comunidad periférica de la cabecera provincial, y al del municipio de Jobabo, uno de los más afectados por la sequía.

«La ejecución suele atrasarse, pues los trabajadores deben sustituir tuberías y suprimir salideros, por donde se escapa casi la mitad del agua generada en la provincia. Pero al final el resultado vale la pena. La gente lo reconoce, porque el agua irrumpe con más fuerza en los hogares, incluso en aquellos repartos altos donde tradicionalmente nunca llegó.

«El trabajo es arduo y, como resulta extremadamente complejo por causa del pésimo estado de las redes hidráulicas, lleva tiempo. Para acometerlo se ha tenido que adquirir tecnología, en especial grúas, camiones, retroexcavadoras, motoniveladoras, compresores y hasta una máquina para sellar conexiones. La población se admira al verlos trabajar.

«Pero de nada valdrán todas estas inversiones y todos esos esfuerzos si la población y las direcciones de los centros de trabajo no se sensibilizan con el ahorro de agua —agrega la funcionaria—. Somos testigos de cuánto se derrocha en ambos sectores. Es un señalamiento que nos hacen en todas las rendiciones de cuenta del delegado a sus electores, a donde casi siempre asiste uno de nuestros representantes», añade.

Para que no nos agüen la existencia

Según los anales meteorológicos, la capital mundial de las precipitaciones es Mawsynram, una aldea hindú donde la humedad alcanza los 11 871 milímetros de lluvia cada año, y el lugar más seco, cierta región del desierto de Atacama, en Chile, donde no se registra un chubasquito desde hace cuatro siglos.

Los tuneros estamos distantes de ambos extremos. Ni tan húmedos ni tan secos. Eso sí, debemos aprovechar hasta la última gota el agua disponible. Desperdiciarla, amén de insensato, sería un crimen de leso sentido común. Solo que, en ocasiones, el sentido común parece ser el menos común de los sentidos.

Los embalses tuneros están muy por debajo de su capacidad de almacenamiento.

Mirtha Rodríguez, delegada del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos en Las Tunas.

Caprichos de San Pedro

Las sequías tienen antigua data. Entre las primeras conocidas figura la que asoló a China en 1644 y derrocó a la dinastía Ming. La más letal, empero, fue la Gran Sequía de la era victoriana, entre 1876 y 1879. Sus efectos repercutieron en casi todo el trópico, y la hambruna resultante dejó un saldo de 30 millones de víctimas. En el siglo XX, la peor castigó a la región africana de Sahel entre 1970 y 1980. Cobró 100 000 vidas.

En la actualidad, las precipitaciones brillan por su ausencia en extensas áreas geográficas del planeta. Unos 4 000 millones de personas sufren de una angustiosa carencia de agua al menos durante un mes cada año. Y hay más: a juzgar por la Organización de Naciones Unidas, para 2030 la mitad de la población mundial vivirá en zonas de intensa sequía.

Cuba no escapa al difícil panorama. Según el Centro del Clima del Instituto de Meteorología, el 45 por ciento de su territorio enfrentó déficits en los acumulados lluviosos durante 2015. En su último período húmedo —de mayo a octubre pasados— el promedio de precipitaciones ni siquiera rozó la media histórica, pues solamente acumuló el 84 por ciento. En esa etapa los embalses adscritos al Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos (INRH) represaron apenas la mitad de su aforo total. Y las cuencas subterráneas, exhaustas, llegaron en peor situación que en 2004, cuando el país sufrió una de las sequías más severas de su historia.

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