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Donde hay abejas no hay hambre

Fernando René Deulofeu Rodríguez alcanza cien kilogramos de miel por colmena, mientras en la Isla el rendimiento promedio es de 42

Autor:

Marianela Martín González

«La única adicción saludable es la del amor», me dijo Fernando René Deulofeu Rodríguez, un apicultor de 80 años de edad, luego de preguntarle el secreto de su vitalidad, que se aprecia con solo mirarle a los ojos y conocer el resultado de su labor como apicultor.

Este pinareño, quien cree en los jóvenes y asegura que hay que brindarles confianza para que se enamoren del campo y apuesten por echar allí sus raíces, renunció al uso del azúcar y endulza todo con la miel que produce. Con esa práctica ha logrado mantener en buen estado su salud y hasta hacer una campaña contra la diabetes en su familia.

Deulofeu es de conversar pausado y atribuye su buena memoria al entrenamiento que hace de ella, y a vivir alejado del estrés, en el kilómetro 120 de la Carretera Central, en Consolación del Sur.

Por lo preciso que es como interlocutor, nuestro diálogo en el capitalino Palacio de Convenciones —donde se encontraba como delegado al Congreso Internacional Apicultura 2016— fue productivo, a pesar de los pocos minutos de que disponíamos, en medio de un ambicioso programa diseñado para intercambiar experiencias entre productores y científicos de más de 20 países, de casi todos los continentes.

Deulofeu me contó que en 1961 le escribió una carta a Fidel, en la cual le explicaba la necesidad de fundar un movimiento de apicultores en Vueltabajo.

La misiva explicaba las ventajas y desafíos del proyecto para que la apicultura fructificara en esa zona, conocida como el emporio del mejor tabaco del mundo, pero necesitada desde siempre de una agricultura diversificada, donde la apicultura jugara su papel regulador del ecosistema.

«Fidel no tardó en mandar a un compañero llamado Omodono Pino, a quien llegué a querer como a un hermano, por su manera de ser y todo lo que me enseñó sobre la apicultura y la vida.

«Sabía muchísimo. Era de la antigua provincia de Las Villas, la que ahora se llama Villa Clara. Supe que murió hace años en Santiago de Cuba.

«Entre él y yo organizamos 13 brigadas de apicultores y motivamos a los productores a la crianza de abejas en Pinar del Río. Por eso, me consideran fundador de esa actividad en Vueltabajo.

«Siempre que me reconocen como promotor de la apicultura, pienso en aquel hombre que vino a perfeccionar nuestros conocimientos y, por supuesto, en Fidel, que en medio de todas sus obligaciones atendió mi solicitud».

—¿Desde qué edad se dedica a la apicultura?

—Desde los ocho años. Mi abuelo me enseñó a trabajar con las abejas casi desde que aprendí a caminar. Me decía que donde ellas se criaban no había hambre.

Este productor alcanza cien kilogramos de miel por colmena, mientras en la Isla el rendimiento promedio es de 42 kilogramos por colmena. En tratar bien a las abejas asegura que radica la clave para duplicar los resultados.

«Fíjate si el buen trato influye, que ya casi ni me pican, y cuando empecé a trajinar con ellas me comían vivo. En aquel entonces no sabía que no se podía golpear las cajas con rudeza y que había que tenerlas contentas, con abundante azúcar para que se alimenten.

«Las abejas requieren, además, un poco de su propia miel. Yo les doy la de tercera categoría. También hay que tener a su alcance suficientes especies de plantas melíferas, como la campanilla blanca y morada, romerillo amarillo y el añatero, que es la planta más melífera de Pinar del Río.

«Mi Cooperativa de Crédito y Servicios, la IX Congreso de la ANAP, es la única que se dedica a producir miel, cera y propoleo en Cuba. Ha sido visitada en varias ocasiones por especialistas de la Unión Europea, que es el destino principal de la producción de miel del país».

—¿Cuánto usted percibe anualmente por sus producciones?

—La apicultura requiere de muchos insumos y genera gastos, pero así y todo deja ganancias considerables si uno maneja a ese gran rebaño como hay que hacerlo.

«Anualmente gano cerca de 20 000 pesos. Eso es lo que me queda como ganancia limpia, luego de hacer los descuentos para sustentar la crianza y brindar todas las atenciones culturales que lleva la apicultura».

—¿Cuántas personas trabajan con usted?

—Mi nieto de 20 años y yo trabajamos los seis apiarios que tenemos. Solo en el tiempo de zafra, que se extiende de octubre a febrero, contratamos a tres o cuatros obreros para que nos ayuden a castrar.

—¿Cree usted que la apicultura gane adeptos en la Isla, en medio de otras opciones que dan igual o más ganancias y no requieren de tanta entrega?

—La apicultura es un arte y siempre va a tener seguidores, pero para estimular el interés por ella, a las nuevas generaciones hay que hablarles de las mismas cosas que mi abuelo me dijo y despertaron mi curiosidad por ese mundo en miniatura, parecido a una sociedad disciplinada, donde todos juegan un rol.

«La miel es un regalo de la naturaleza. Es un alimento completo. Posee propiedades cicatrizantes, antioxidantes y bactericidas. Es un producto muy demandado. En Cuba tenemos que pensar en usarla más en el mercado interno y sacarle más provecho con los encadenamientos productivos, pues nos la compran casi toda como materia prima.

«Las abejas no solo dan miel y cera, también polinizan los cultivos y con eso contribuyen a la reproducción del 80 por ciento de las especies vegetales del planeta.

«Cuando logras darle el justo valor a tu panal, nada en este mundo puede separarte de él. Yo ya tengo demasiados años y todavía cuido de los míos, pero cuando no pueda hacerlo mis hijos y mis nietos lo harán.

«Por suerte, a todos mis hijos los contagié con el único vicio que tengo desde los ocho años. Es una tradición que se ha transmitido de generación en generación, y estoy seguro de que ellos no la dejarán morir».

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