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Su vida, una expedición con la mochila siempre lista

Antonio Núñez Jiménez, el cuarto descubridor de Cuba, en el recuerdo de Yociel Marrero, un inquieto ambientalista que quedó marcado para siempre por la impronta humanista de aquel sabio rebelde

Autor:

José Alejandro Rodríguez

Anclada para la posteridad y con sed de aguas tumultuosas permanece allí, en el Museo de la Fundación de la Naturaleza y el Hombre Antonio Núñez Jiménez, la canoa que comandó ese gran geógrafo y revolucionario cubano, en la expedición En canoa del Amazonas al Caribe, entre 1987 y 1988. A su alrededor, encontramos piezas arqueológicas de Cuba y toda Latinoamérica, atributos de las culturas prehispánicas y del terco imaginario indígena que aún hoy se resiste a desaparecer bajo los rótulos y fetiches de la llamada civilización occidental.

Núñez siempre concibió el estudio de la naturaleza como una aproximación al ser humano.

Frente a mí, y meciéndose constantemente en un sillón, el investigador Yociel Marrero, de la Fundación. Un inquieto condottiere medioambiental, marcado por la impronta de uno de los héroes más originales, a veces olvidado, de la Revolución cubana.

¿Por qué lo llamaban el cuarto descubridor de Cuba, después de Cristóbal Colón, Alejandro de Humboldt y don Fernando Ortiz?, le espeto a boca de jarro. Yociel recorre con su mirada el Museo y tanto botín de una audacia por vida, hasta detenerse en un punto fijo, como si viera a Núñez frente a nosotros, listo para la próxima expedición…

«Él con sus estudios en la Cuba profunda de las cavernas, de los ríos y montañas, de los rompecabezas arqueológicos y paleontológicos, enriqueció el sentido de pertenencia a esta tierra diminuta, pero cargada de belleza y singularidad. Porque estudió al cubano en su transfiguración y conformación. Y trabajó por el cubano».

—Su vida fue una expedición...

—Hermosa definición. A él le hubiera gustado escucharla. Siempre tenía la mochila preparada.

Un Julio Verne guerrillero

De improviso, viajo a mi lejana infancia, en los días triunfales de la Revolución, y aquel geógrafo combatiente y barbudo verde olivo, una suerte de Julio Verne guerrillero en marcha con Fidel, descubriendo los secretos de Cuba y fundando esperanzas… hasta que Yociel me despierta...

«Muchos tienen la impresión de que era un observador nato de la naturaleza, un estudioso absorto en ella. Mas, para Núñez, la naturaleza empezaba y terminaba en el ser humano. A pesar de ser un sabio, un hombre de estudios, de prestigio científico, siempre luchó mucho y fue al encuentro de las personas.

«Su protagonista esencial era el ser humano, quien establece todas las relaciones con el ecosistema, porque, o lo beneficia o lo daña. Indudablemente, fue un pionero de la ecología, cuando el medioambientalismo aún no era una fuerza predominante en este mundo.

«Pero siempre concibió el estudio de la naturaleza como una aproximación al ser humano. Era un humanista, y eso explica que la dictadura de Batista persiguiera su Geografía de Cuba hasta quemarla en piras. O que, incorporado a la Columna del Che en Las Villas, fueran determinantes sus conocimientos geográficos para el avance hasta la triunfal Batalla de Santa Clara».

Visionario audaz

Según Yociel, aquel Núñez que con solo 17 años fundó la Sociedad Espeleológica de Cuba, y la mantuvo viva después descubriendo y desandando galerías y cavernas, no concebía la ciencia como una escritura de buró. «Era un hombre de acción, un visionario audaz, con ansia de futuro», enfatiza.

Eso explica que estuviera en el epicentro de la Revolución en aquellos años iniciáticos, muy cerca de Fidel y el Che, participara de la redacción de la primera Ley de Reforma Agraria y presidiera aquel INRA que trajo la justicia y la equidad a los campos de Cuba. El mismo hombre que posteriormente dirigiera la Academia de Ciencias de Cuba, donde sentó las bases de muchos proyectos de investigación; aquel que fuera viceministro de Cultura y ejerciera la diplomacia. Todo sin abandonar sus expediciones científicas.

Por desfasajes generacionales, Yociel era un revoltoso de las aulas universitarias cuando Núñez protagonizara con un grupo de colaboradores cubanos y extranjeros, su proeza científica: la expedición En canoa del Amazonas al Caribe, para validar la hipótesis de la migración aborigen desde el continente al Arco de Las Antillas.

Del Amazonas… al Almendares

En 1995 y con solo 25 años, Yociel fue a procurar a Núñez Jiménez. El desconocido ingeniero, que entonces hacía sus pininos en el Gran Parque Metropolitano de La Habana, se le apareció al sabio, rogándole asesoría y orientación para una futura expedición a lo largo del río Almendares, con vistas a detectar sus focos de contaminación principales.

Y no se hizo rogar el hombre que había asombrado al mundo en canoa desde el Amazonas al Caribe, el mismo que surcó los glaciares del Ártico y la Antártida, ascendió a Machu Pichu y se deslumbró con las islas Galápagos. Se alistó en esa aventura intestina, confiriéndole la misma trascendencia. Recorrieron por tierra las márgenes del río que inspiró a Dulce María Loynaz, cuando las aguas de este no estaban tan corrompidas por la vesania del pragmatismo.

Hicieron un diagnóstico que, con el tiempo, permitió un programa de saneamiento, al punto de que este ha elevado su composición de oxígeno, aunque aún no se ha salvado del todo.

Allí, Yociel observaba el carisma de organizador de Núñez: «Convocó a científicos de diversas instituciones, a las autoridades y fuerzas vivas de cada municipio limítrofe con el Almendares. Me llamó la atención la energía de aquel hombre de 74 años, cómo compartía su saber y pulsaba constantemente la opinión ajena aunque fuera contrapuesta, aparte de documentarlo y fotografiarlo todo.

«Él asumía la responsabilidad científica, la responsabilidad de compartir el conocimiento con visión de futuro. Esa puede ser una lección para quienes hoy, entre tantas complejidades, solo ven lo inmediato y tangible, y no pueden liberarse para soñar y proyectar.

En una semana a lo largo de las márgenes del Almendares, Yociel captó lo que era la impronta de vida de Núñez:

«Le gustaba hacer las cosas bien, enfatiza, no hacer por hacer. Núñez fue, junto a Celia Sánchez, el mentor de lo bello y del detalle, de esa parte sensible que debe fomentar una Revolución. No soportaba lo vulgar y chambón, lo mediocre y rutinario».

Tenía una gran capacidad para escuchar los criterios ajenos, al decir de Yociel. De una forma muy respetuosa, propiciaba la valentía en los jóvenes, porque, precisamente, su vida fue osada, lo mismo en el combate revolucionario que en su misión científica. Una muestra fue cuando evitó que ese tesoro que son las cuchillas del Toa fuesen arrasadas por un proyecto invasivo que pretendía hacer del río más caudaloso de Cuba una presa que, por suerte y por la acción de Núñez también, nunca clasificó entre los disparates nacionales.

—¿Qué nos deja Núñez Jiménez como hombre de ciencia?

Yociel dispara su cerbatana de argumentos: «Su historia fue la historia de los valores compartidos. Se rodeó de colaboradores excelsos y sabios, a quienes aportó mucho y de los cuales aprendió: Ángel Graña, Ercilio Vento, Nicasio Viñas, Alejandro Emperador, Luisa Íñiguez… Y su propia compañera en la vida, Lupe Véliz.

«Fue un ser ecuménico que vio más allá de las comunes diferencias, porque su compromiso era con las cosas grandes. No creo en deudas con Núñez Jiménez, sino en un compromiso con la vida. Hay que promover el conocimiento de su obra, que está bastante ignorado, y se resume en una feliz confluencia entre las ciencias naturales y las ciencias sociales: el hombre en el centro de la vida».

Me marcho luego de darle una ojeada a la canoa que Núñez Jiménez guiara del Amazonas al Caribe. Allí está enmudecida en el Museo, deseosa de traspasar las cuatro paredes y sedienta de aguas tumultuosas. Allí está, como esperando que su timonel la vuelva a lanzar a otra expedición, en brazos jóvenes y siempre renovados...

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