Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Caravanas

Unas y otras siguen llegando, indetenibles, notables, con banderas cubanas agitadas hermosamente por el viento. Llegan y tejen sus historias

Autor:

Haydée León Moya

GUANTÁNAMO.— Uno asegura que hasta esta mañana sumaban 30, pero el otro porfía y dice que son muchas más. Después de tantos años como buenos vecinos del reparto Caribe, en estos instantes Armando y Carlos pueden estar en tremenda disputa en el mismo parque donde, frente a sus apartamentos, hace años pasan horas conversando. Y la «culpa» de los altercados que tienen ahora esos dos ancianos es nada menos que el «señor» Matthew.

Tras el paso del huracán, incluso antes, la solidaridad con las zonas afectadas pasa en largas filas de camiones, ómnibus y camionetas en marcha por la circunvalación noreste de la ciudad rumbo a Baracoa y Maisí, fundamentalmente, y desde entonces Armando y Carlos Gerardo convirtieron su agradable remanso en un «puesto de mando» desde donde, libreta en manos, llevan un permanente control de cuantas caravanas han transitado por allí.

No solo se ufanan de ser buenos estadísticos. Al pasar las caravanas saludan y aplauden, sin importarles si son las siete de la mañana o las 11 de la noche. Y agitan al barrio a la voz de: «Ahí viene otra». Y mucha gente se asoma a sus balcones.

No pasará de ser anécdota, si alrededor de la ocurrencia de estos abuelos no se enlazaran otras historias. Porque la gente que habita en la ciudad que se vio amenazada aquella noche y madrugada del 4 y 5 de octubre, y más allá, salen a ver y aplauden, igual, en pleno día, en las noches, incluso a la luz de un candil.

Las escenas pueden haberse repetido cuantas veces tienen ellos anotadas en sus controles, incluso coincidir, pero lo cierto es que en el Grupo Económico y Social del puesto de dirección del Consejo de Defensa Provincial, las cifras varían constantemente.

Las que han arribado a Baracoa, por ejemplo, suman 35 hasta ayer y ningún organismo de la Administración Central del Estado queda fuera de la larga lista de los que respondieron con inmediatez a las urgencias de una situación excepcional.

La primera luz de auxilio vino precisamente con los eléctricos. Cuando Matthew se acercaba, ya su caravana había llegado. Hombres y recursos delante del vendaval, arriesgando sus vidas y medios inclusive.

Postes de madera oscura, transformadores... y de estos varios directo para Baracoa, ralentizaban el tránsito cuando les tocaba pasar por ciudades y pueblos.

De seis provincias respondieron los de Etecsa. Vinieron igual, bien «armados» y procedentes de territorios lejanos de nuestro Oriente, como Mayabeque, La Habana y Cienfuegos. También llegaron de provincias más cercanas, sin mirar demasiado hacia el peligro que su gente también corría.

De Las Tunas arribó una tropa inmensa de ómnibus para la evacuación, que ocupaba dos filas completas de los anchos carriles de la Plaza de la Revolución de Guantánamo, bajo la mirada pétrea de la Madre de los Maceo.

Una fila interminable de medios de la construcción, siguiendo la indicación del Ministro del ramo, se hizo notar. En un primer momento, unos 15 equipos especializados para domar los caprichos de La Farola, reparar la zona del Bate-bate que también quedó devastada. Carretera arriba, sobre camiones más pesados, viajaban cargadores, camiones, buldóceres y varios metros de arena de resistencia, aquí deficitarios.

De la capital de todos los cubanos vino otra caravana de carros-pipa para la distribución de agua, a sabiendas de que el abasto es de los primeros servicios que colapsan al paso de un evento meteorológico.

Hace dos noches llegaron otras, precedidas por un oficial de la motorizada, y venían por el centro de la ciudad, a través de la calle Pedro Agustín Pérez. Eran verdes, nuevecitas, yo juraría que todavía con la pintura de conservación.

Los combatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, también en caravanas de verde olivo, llegando de todas partes, de toda la región oriental, del Centro y de Occidente.

Filas de ayuda desde la red de oficinas patrimoniales del país con destino a Baracoa. Cerca de 20 000 tejas francesas fraguadas en Las Tunas, Sancti Spíritus y Camagüey. Brigadas de obreros especialistas en Conservación y Restauración, no sea que las urgencias de la recuperación en la primera villa fundada en Cuba hagan perder la magia de esa arquitectura tan suya que defiende a capa y espada el historiador de la Ciudad Primada, Alejandro Hartmann.

Hemos visto cederistas también en caravana. La organización más grande ha mostrado también sus alturas en los cuatro municipios afectados.

Caravanas para baracoesos por carreteras inusuales. Asistencia desde Holguín para los pobladores de Cayo Güin y Nibujón, consejos populares aislados de su cabecera municipal por la caída del puente del río Toa, pues Matthew, como dominante y fiero huracán, no creyó en la resistencia del «gigante» de 225 metros, en pie desde 1972.

Es impresionante, dice la vicepresidenta del Consejo de Defensa Provincial, Nancy Acosta Hernández, la ayuda llegada desde todos los rincones de Cuba.

Van también los artistas. Algunos renombrados que hacen la luz en medio de las noches interminables de Baracoa, ese Kcho enorme que alumbró en su momento al Occidente del país, cuando allí se ensañó otro huracán.

Caravanas silenciosas también llegaron a Guantánamo. Llamadas, muchas llamadas desde Pinar del Río, desde la Isla de la Juventud y La Habana, con la solidaridad anunciándose, con el consejo que ayudó a salvar, a preservar, a minimizar daños.

Hubo familias que se echaron a las carreteras cargadas de medicamentos, de aceite, de pan, de leche para los niños, y un par de brazos para sacar escombros, acotejar techos.

Las caravanas que, sin ponerse de acuerdo, se van formando en la carretera. No son iguales, nadie les abre paso, marchan a paso irregular, a veces muy rápido, otras a pasos cortos de jicotea, pero las une ser soporte, ser solidaridad sobre ruedas.

Unas y otras siguen llegando, indetenibles, notables, con banderas cubanas agitadas hermosamente por el viento. Llegan y tejen sus historias. El muchacho que nunca pensó encontrar tanto destrozo y ahora no quisiera ser llevado de regreso antes de devolverle algo de tranquilidad a los damnificados. El hombre curtido que te habla como si de momento fuera a echarse a llorar y no lo hace, dicen por ahí que porque los hombres no lloran.

Son las caravanas de la solidaridad. Y muchas se podrán ver todavía.

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