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Remembranzas de Martí por tierra pinera

A 146 años de la llegada del Apóstol cubano a la entonces Isla de Pinos, descendientes de la familia Sardá Valdés, salvaguardan pasajes valiosos de la historia martiana

Autor:

Roberto Díaz Martorell

NUEVA GERONA, Isla de la Juventud.— Me lo imagino firme cuando subió al vapor que lo trajo por primera vez a la entonces Isla de Pinos aquel 13 de octubre de 1870. Todavía no era el Martí que conocemos hoy, pero este pedacito de tierra cubana le devolvió la fuerza y el amor para inspirar la lucha contra la injusticia imperante en Cuba y América.

Beatriz Gil Sardá, especialista de Patrimonio y una de las biznietas del catalán José María Sardá, maestro de obras, graduado en la Escuela Profesional de La Habana en 1865 y el hombre que trajo al joven José Martí a la finca El Abra antes de ser deportado a España, es de las que piensa que ese sitio —Monumento Nacional desde 1981— es un espacio obligado para que las nuevas generaciones se acerquen al pensamiento del Apóstol.

«Queremos que las personas cuando visiten la masía sientan a Martí del mismo modo que la familia siempre lo ha sentido», comentó. La finca museo El Abra es una típica construcción de las fincas catalanas ubicada a casi dos kilómetros de la ciudad de Nueva Gerona donde permaneció José Martí Pérez por dos meses y cinco días.

En la historia se recoge que José Julián Martí Pérez tenía solo 17 años y era uno de los tantos otros reos que cumplían condenas de trabajo forzado en las canteras de San Lázaro, donde la muerte, el hambre y el abuso eran el pan diario de los que allí ansiaban más morir que ver la luz del sol al siguiente día.

En estas circunstancias lo conoció José María Sardá, a quien se le atribuye la ejecución de construcciones en la capital cubana como la Plaza del Polvorín, la Plaza Vieja y la cerca de la Quinta de los Molinos y que conoció al padre de Martí cuando este fungió como inspector de buques en el puerto de Batabanó, lugar al que arribaban desde Isla de Pinos los materiales para la construcción que se producían en la fábrica Brazo Fuerte, en áreas que ocupa hoy el motel Rancho el Tesoro.

En nombre de aquella relación, Mariano apeló al catalán para que con su influencia ayudara a su hijo. Tan lastimosa era la imagen del joven y dramática la situación en que se encontraba, que Sardá solicitó al Capitán General el indulto para trasladarlo a Isla de Pinos hasta el momento de la conmutación de la pena.

Entonces llegó Martí, joven de dulce mirada, frágil figura y vestido de blanco, a El Abra como confinado político a bordo de la calesa de la familia, junto a su custodio.

La mestiza Trinidad Valdés, esposa de Sardá, le dio la bienvenida, y por 65 días ella cuidó la debilitada salud de Martí, mellada por el trabajo forzoso y el peso de grillete, el cual fue retirado en la herrería de la finca.

El tiempo pasó y con el amor, dedicación y ternura de «Doña Trina» Martí se recuperó de sus heridas. Para el Apóstol, la esposa del catalán figuró entre los recuerdos más hermosos de su estancia en la finca; el cuidado y amor que recibió de ella generaron sentimientos de puro agradecimiento evidenciado en la fotografía que le envió desde España, en cuya dedicatoria se lee: «Trina, solo siento haberla conocido a usted por la tristeza de tener que separarme tan pronto».

Según el testimonio de los descendientes de la familia Sardá Valdés, el tiempo que el joven Martí estuvo confinado en El Abra, lo consagró a la lectura y a disfrutar de la naturaleza del entorno. Nadie lo puede asegurar con certeza, pero los especialistas creen que los días en que vivió en El Abra le dieron el sosiego para pensar, o al menos esbozar las ideas que después publicara en su denuncia El presidio político en Cuba.

La finca El Abra, construida por José María Sardá en 1868, se ubica entre dos elevaciones de la Sierra de las Casas y en aquel entonces comprendía 12 caballerías con excelentes condiciones naturales, en las que se cosechaba maíz, algodón, algo de tabaco y café. Tenía un área para la producción de cal, piedra y una fábrica de tejas.

En ese ambiente estuvo Martí los 65 días que permaneció en la propiedad de Sardá, donde ocupó el primer cuarto de la edificación del inmueble.

En los salones de exhibición del lugar se conservan piezas relacionadas con la vida del Apóstol, varios objetos personales, muebles y parte de la lencería que usó mientras estuvo en El Abra. También se puede apreciar un libro autobiografiado por Fermín Valdés Domínguez, la réplica del grillete que llevara Martí en las canteras de San Lázaro, el crucifijo que el Apóstol regaló a Trinidad Valdés y otros documentos sobre la historia de Cuba.

Al decir de Beatriz, «El Abra representa un homenaje permanente a Elías Sardá, mi abuelo, que, aunque no conoció a Martí, fue uno de los que atesoró todos sus recuerdos para que las generaciones actuales y las futuras conozcan esta historia. Además, por aquí han pasado figuras cimeras de la cultura y la política del país, entre los que figuran Fidel, Raúl, el Che, Camilo y Alicia Alonso, y varios mandatarios de naciones que visitaron la Isla de la Juventud», recordó.

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