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Contar el tiempo y sus historias

El pinareño Jorge Luis Delgado no solo domina los misterios de los relojes pendulares antiguos que colecciona, sino además los secretos de San Juan y Martínez, la comunidad en que vive, y las historias de los mambises que lucharon por su zona

Autor:

Dorelys Canivell Canal

SAN JUAN Y MARTÍNEZ, Pinar del Río.— Jorge Luis Delgado conoce los secretos de los relojes, en especial de aquellos bien antiguos de péndulos y contrapesos, que marcan el tiempo con exactitud.

«Sé cuando son originales o si algún carpintero fino fue capaz de simular la caja de caoba. Nunca quedan iguales. Este de aquí, por ejemplo —señala uno de los 25 relojes que componen su preciada colección— es una copia», apunta.

Pero este señor conoce también la historia de su San Juan y Martínez, atesora libros que recogen los sucesos de los mambises en la zona, los nombres de las personalidades más distinguidas del lugar, y toda anécdota la narra como propia. Considera, que además, cada reloj guarda las memorias de sus primeros dueños.

«Dicen que el 21 de febrero de 1896, cuando el pueblo fue incendiado en la madrugada para no entregárselo a los españoles, la beata Ñica, apenas una niña en ese momento, iba en una carreta con su familia. En ese transporte pusieron algunos bienes de la Iglesia, entre ellos un reloj de pared.

«Esa pieza nunca volvió a su lugar de origen. Por la década de 1970, la mujer, respetada por los vecinos y ya con muy avanzada edad, lo entregó para que lo arreglaran, pero murió, y el aparato quedó más de 15 años debajo de la cama del relojero, quien al saber de mi inclinación, un día contó lo sucedido y me lo ofreció». Ahora permanece suspendido en una de sus paredes.

A Jorge Luis no le interesan los relojes fabricados después de 1920. En su hogar solo uno marca el tiempo, y aunque todos están en óptimas condiciones, advierte el coleccionista que los tiene detenidos, porque «me volvería loco cada vez que llega una hora».

Hoy funciona aquel que estuvo en la oficina de su madre, mientras laboraba para la Cuban Land, compañía que regía el comercio del tabaco en la próspera tierra vueltabajera.

«Mi mamá vio durante 25 años ese reloj. Después se perdió, y por los 80 un joven me dice: “Van a botar objetos viejos que eran de la Cuban Land, incluso un reloj de pared”. Le pedí que me lo trajera. Solo hubo que limpiarlo y ordenarlo un poco.

«Lo puse allí, detrás de la mesa. Ella se sentaba a tomar el buchito de café y lo miraba, porque le recordaba sus jornadas como trabajadora. Así fue cada día hasta que murió. Ese fue mi motor para buscar otros, y se avivó mi interés por coleccionar relojes».

Jorge Luis calcula que su fabricación sea anterior a 1900, pero aclara que ninguno trae las fechas; ha estimado sus edades según los creadores, los ha buscado en internet y en los libros. También la conservación de la madera y los mecanismos lo ayudan en sus estimados.

«Uno de los más antiguos es este —y señala otro que parece un cajoncito—. Su dueño era el patriota Martín Herrera, amigo de Martí.

«Está deteriorado, pero yo no lo toco ni lo barnizo, no sea que tratando de conservarlo lo que haga sea destruirlo. Un amigo me dijo que al lado de su casa había vivido Martín y que las personas dueñas del hogar tenían en la pared un reloj suyo. Fui hasta allá, me lo regalaron, y aquí está.

«Siempre los estoy buscando; algunos me los obsequian, otros los compro. Son caros. Aquí en San Juan todavía quedan tres, pero no los venden», señala. «Ninguno está alterado, si uno les cambia la maquinaria original o alguna de sus piezas pierden su valor», afirma.

Al término de nuestra conversación me insiste: «El reloj de mi madre es el que da la hora en mi hogar. Ese no tiene precio».

Es casi mediodía. «Mira, comprueba por el tuyo», me desafía; y yo, que miro recelosa, advierto que el suyo está exacto; el mío, de pulsera, casi nuevo, bien modernito, tiene dos minutos de atraso.

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