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La Revolución renace

Salen al camino cubanas y cubanos de todas las edades, todos los colores, todos los rostros, todos los sollozos, esperanzas, adioses, abrazos y saludos. En una caravana sobria, de combate, va el guerrero

Autor:

Alina Perera Robbio

Lo tangible, atesorado entre fibras de cedro, abrazado por la bandera de la estrella solitaria, está haciendo el viaje sin término. Los más de mil kilómetros de expedición son ahora, como tantas otras veces, el encuentro de todos nosotros con Él. Su nombre sobre la madera, el nombre que le da identidad sobre la tierra, abre en el pecho un silencio inefable.

Salen al camino cubanas y cubanos de todas las edades, todos los colores, todos los rostros, todos los sollozos, esperanzas, adioses, abrazos y saludos. En una caravana sobria, de combate, va el guerrero. Va en armón. No hay soledad en el camino. Las rutas están bordadas de pueblo; y todos los afluentes llevan a universos sembrados por el amor del combatiente en cada empeño de su vida: siembra de escuelas, de hospitales, de barriadas, de fábricas; siembras de estudiantes, de obreros, de maestros. Siembra de humanidad.

Cada mano que se posa en el aire, cada hombre o mujer que llora, cada combatiente que se yergue en firme y saluda, cada niño que mira inocente, cada ser que se lleva las manos al rostro en señal de desconsuelo, cada gesto al borde del camino, obran la sumatoria de la gratitud. Porque… ¿Qué espacio quedó intocado si hablamos del amor de Fidel?

Cada uno de nosotros, con Él, tiene su historia; en todos hay una verdad despierta por su desvelo, por su incansable entrega que puso muy en alto la autoestima del pueblo. Por eso ahora, al borde del camino, no faltan los miles y miles de seres cómplices, los que seguirán adelante sabiendo, como dijera el líder en las primeras horas de la Revolución triunfante, que aun cuando la alegría era inmensa, en lo adelante todo sería más difícil.

El desafío no ha cambiado; el enemigo muestra su naturaleza intacta. Y entonces cada hijo de la Patria sabe muy bien lo que significa decir: «Yo soy Fidel…»: quiere decir, entre tantas otras cosas, luchar por ser mejores; esforzarnos por estar más unidos, más despiertos, más inteligentes y sensibles. Significa elevarnos por encima de toda eventualidad sin relieve; darnos solidariamente y sentir en el otro nuestra propia suerte. Significa bondad, sinceridad, coraje, honradez, ser estoicos, luchar a brazo partido contra el egoísmo y esa fiera que, como decía Martí y tanto nos ha recordado Fidel, todos llevamos dentro.

Expedición a otro comienzo es la caravana liderada por Fidel. Nos recuerda que es destino nuestro una alborada tras otra y la lucha infatigable. Es destino que lo heroico nos habite, respirar entre titanes y ser también guerreros. Es destino la Isla intensa; la fiesta innombrable, como dijera el poeta, de haber nacido en ella. Es destino nuestra historia tan compacta como lo era el universo antes de su expansivo nacimiento. ¿O acaso es leve, apresable en definición alguna el encuentro nocturno entre Fidel y el Che, entre Fidel y el destacamento de refuerzo allí en Santa Clara mientras iba rumbo a Santiago?

Como la poetisa que en estas horas ha preguntado con precisión magnífica, me digo: «Oh, Fidel, por favor, ¿adónde has ido?». Y después pienso: «Él sabe…». Lo tangible se convierte en todo, en ese velo que la maldad no podrá rasgar, en horizonte, en inspiración, en sentido de ser.

Avanza la caravana invencible. Todo le saluda: la luz, la noche, las palmas, la lluvia, cada corazón humano. Y hay que prepararse mientras el guerrero avanza: entendamos que, como tantas otras veces, la Revolución renace.

Por el borde de todos los caminos ha andado el pueblo diciéndole adiós a quien no se va.  Así de paradójica es la despedida a un ser de otro mundo que lo dio todo en este.

El alma no alcanza para tatuarse a Fidel.

Juntos se recuerda mejor.

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