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Los «se puede» de Fidel

Raúl usó los tres tiempos del verbo que más define a esta Isla: se pudo, se puede y se podrá, aludiendo de paso a los obstáculos, amenazas y turbulencias que pudieran aparecernos en medio del camino

Autor:

Enrique Milanés León

Santiago de Cuba.— Raúl recordó en el acto que Fidel demostró a puro hecho los tres tiempos del verbo que más define a esta Isla: se pudo, se puede y se podrá, dijo el General de Ejército aludiendo de paso a los obstáculos, amenazas y turbulencias que pudieran aparecernos en medio del camino. Y ese rasgo del líder que aún nos guía tuvo anoche el añadido valor de decirse al pie de Antonio Maceo, en la plaza que en Santiago lleva el nombre del Titán.

A intransigencia con el enemigo, a pelear con uñas el principio más sencillo, nadie se parece más al hombre de Baraguá que aquel otro que se irguió de un tropiezo en el Moncada y montó su cuartel en un yate para cambiar el futuro.

El repaso que, de cuánto pudo Fidel, hizo ante el pueblo y el mundo su hermano y mejor compañero, fue todo un libro de Historia. ¿Cuántos otros cambiaron a tal nivel los pronósticos de quienes prefieren no tocar el horizonte? Los «se puede» de Fidel explican sobremanera un gran trozo de nuestra historia porque son, además, los «se puede» de su pueblo.

Cuando juramos en boca de Raúl ante los restos del líder hicimos la millonaria conjugación de este verbo que el poder quisiera mutilarnos. El mundo está dibujado por quienes quisieran que fuésemos plena imposibilidad.

En esta nueva travesía, Fidel recorrió más de mil kilómetros para recordarnos cuánto podremos si estamos persuadidos. El hombre que nos prohibió sus estatuas —aunque es poco probable que no supiera cuánto suyo va moldeado en nuestros pechos— se sobrepuso a su muerte y siguió liderando allí donde somos invencibles: el arraigo.

Por eso anoche en Santiago, más que líderes de organizaciones y sectores, hablaron esos millones que él, en las esferas más disímiles de Cuba, levantó en un tejido nacional que fortalece ese tejido que se llama cubanía.

En una plaza que dejó atrás otro récord de asistencia de inspiración igualmente fidelista, los incontables hijos de Cuba fuimos prevenidos, otra vez, de que la unidad no puede abandonarse.

Hablaba Raúl. Inspiraba Fidel. Y el enorme Maceo, otro héroe de ilimitado poder, asentía desde sus cicatrices. Santiago entero, que nunca pareció tan santiaguero, sabe que es muy posible que en el futuro falte en la plaza del hijo de Mariana el machete más recto, el más erguido, el vigésimo tercero que romperá corojos nuevos en nuevos Baraguá. Porque a Santa Ifigenia —¿hay alguien que lo dude?—, Fidel jamás iría sin armas.

 

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