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Un arma que se depone

Al estimular las salidas irregulares de los cubanos hacia territorio estadounidense se ha buscado durante todos estos años, por un lado, desestabilizar al país en lo interno y, por el otro, presentar ante la comunidad internacional a un Estado satanizado del que, presuntamente, sus ciudadanos «huían»

Autor:

Marina Menéndez Quintero

LA eliminación por Estados Unidos de la llamada política «pies secos-pies mojados», a tenor de los recientes acuerdos en materia migratoria adoptados con Cuba, no solo constituye otro paso hacia la normalización de las relaciones bilaterales y el cierre de una vía que alentaba la muerte y el escarnio a los cubanos. Además, significa que Estados Unidos ha dejado de blandir una alevosa arma contra la Isla. Por eso también es saludable y contribuye a desbrozar los caminos.

Desde el triunfo revolucionario de 1959, la migración —consustancial a la vida de las naciones desde el mismo nacimiento de estas y resultado de la desigualdad—, fue identificada por los halcones estadounidenses que ya habían visto en la nueva Cuba a un enemigo, como un fenómeno que manipularía para obtener dobles dividendos.

Al estimular las salidas irregulares de los cubanos hacia territorio estadounidense se ha buscado durante todos estos años, por un lado, desestabilizar al país en lo interno y, por el otro, presentar ante la comunidad internacional a un Estado satanizado del que, presuntamente, sus ciudadanos «huían».

Así se hallaron argumentos también para implementar otras políticas agresivas y basadas, igualmente, en la manipulación, como las falsas acusaciones contra Cuba en una materia lamentablemente tan politizada por los poderosos del orbe como el respeto a los derechos humanos (con las consecuencias que en un mundo como el de hoy ello acarrea) y Washington se ha ayudado para justificar otras políticas agresivas, como el mantenimiento del todavía vigente bloqueo.

La historia es larga y pasa, desde el joven año de 1960, por otros sucesos abyectos que si bien no califican estrictamente en la saga migratoria de EE. UU. contra Cuba, se le acercan. Ahí quedan, como testimoniantes de un sufrimiento que nació en las mentiras del Departamento de Estado norteamericano y la Agencia Central de Inteligencia (CIA), las víctimas de la denominada Operación Peter Pan, que condujo a que sus padres sacaran de Cuba y enviaran a Estados Unidos, solos, a más de 14 000 pequeños, arguyendo que la Revolución Cubana privaría a sus progenitores de la Patria Potestad.

Fue esa también una manera de buscar animadversión al proceso de cambios que se abría en Cuba y presentarlo ante el mundo como «monstruo», cuando lo monstruoso fue la maniobra, pagada con la infelicidad de miles de familias que, tal vez, no se reunificarían jamás.

Sin embargo, la migración como fenómeno «entallado» a las necesidades de las autoridades estadounidenses en su propósito de derrocar a la Revolución Cubana fue visible desde el propio año de 1959.

Según explica el investigador Antonio Aja en su artículo La emigración cubana hacia Estados Unidos a la luz de su política inmigratoria, publicado en julio de 2000, entre 1959 y 1962 emigraron a EE. UU. más de 274 000 personas entre quienes figuraban principalmente «aquellos vinculados directamente en el plano político, militar y económico con la dictadura de Fulgencio Batista», y miembros de los «sectores prominentes relacionados con el capital norteamericano».

Según explica el estudioso, una parte de los primeros 70 000 cubanos que entran a EE. UU. entonces lo hacen, prácticamente, sin que mediaran trámites migratorios.

«Acorde a la estrategia trazada, esas personas recibieron las facilidades inmigratorias necesarias. Se autoriza incluso a entidades y personas en Estados Unidos, como la Iglesia Católica, para otorgar visas waivers —concebidas para casos de extrema emergencia— a partir de la ruptura de las relaciones diplomáticas por Estados Unidos en 1961.

«A ello se unía la aplicación de una política asistencial preferencial, cuyo punto culminante se produce en ese propio año con la aprobación del Programa de Refugiados Cubanos, elaborado a partir de la experiencia con el tratamiento a los refugiados húngaros de 1956. El Programa para los cubanos alentaba la emigración desde Cuba, y hasta su conclusión en 1975, dispuso de algo más de 100 millones de dólares anuales».

Pero la migración como instrumento contra la Isla se «oficializaría» en 1966, cuando el Congreso de Estados Unidos aprobó la Ley Pública 89-732, bajo el manipulador nombre de «Acta para ajustar el status de los “refugiados” cubanos a la de residentes permanentes legales en Estados Unidos, y para otros fines». Se trata de la conocida Ley de Ajuste que ahora mismo sigue ahí sin una parte sustancial de contenido pero que como el bloqueo —también convertido en ley por la Torricelli y la Helms-Burton— solo puede ser totalmente derogada por el legislativo.

Ahora está en la picota merced a una decisión que marca el adiós a la presidencia de Barack Obama, demostrativa también de que la alegada «persecución» contra los cubanos que dejaban la Isla ilegalmente para ser aceptados ipso facto en Estados Unidos, ha sido pura falacia propiciada por esa legislación.

Tergiversaciones y crisis creadas

Mientras se estimulaba de esa forma la salida ilegal bajo el ardid del refugio político, la inflexibilidad en la selección de los cubanos que podían viajar con visa a territorio estadounidense provocó que entre 1985 y 1994 solo pudieran emigrar legalmente a ese país 11 222 ciudadanos de la Isla, según cifras usadas por el propio Antonio Aja. En torno a esos años también se reduciría el número de visas temporales para los cubanos que querían visitar en EE. UU. a sus familiares.

En 1995, la norma conocida como «pies secos-pies mojados» —que acaba de ser derogada—, se promulga por el entonces presidente, el demócrata Bill Clinton, como una respuesta a la llamada «crisis de los balseros», que estalló en el contexto de esas limitaciones para viajar a EE. UU. impuestas desde Washington, y de las severas restricciones que la caída del llamado campo socialista (con quien la Isla sostenía la inmensa mayoría del intercambio comercial) imponía a los cubanos, con la crudeza del bloqueo norteamericano mediante.

Con esa normativa se estableció la práctica de que los cubanos que viajaran ilegalmente a Estados Unidos y resultaran interceptados en el mar serían devueltos a Cuba o reasentados en un tercer país; pero quienes tocaran suelo estadounidense podían quedarse y aspirar a la residencia permanente, al año y un día de su llegada, bajo la falaz Ley de Ajuste.

Dicha política no solo ha mantenido las preferencias migratorias para los cubanos por parte de EE. UU., una exclusividad que esa norma de Clinton no cambió ni un ápice. Por demás, incitó a los peligrosos trayectos ilegales por tierra a través de diversas naciones que han ocasionado zozobra a esos Estados, y han puesto las vidas de los cubanos a merced de los traficantes de seres humanos bautizados por los mexicanos como «coyotes».

Junto a la Ley de Ajuste, la norma de «pies secos-pies mojados» y el también abolido Programa Parole para los médicos cubanos de misión en el exterior, han conformado hasta el jueves 12 de enero una política migratoria agresiva y mentirosa de Estados Unidos hacia Cuba que ha buscado, además, robar nuestros valiosos talentos.

Con la justa y racional medida anunciada por Obama, se ha empezado a desarticular todo un andamiaje político. Pero hace falta que no dejen ni los vestigios.

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