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El dolor de la espina

¿Cómo se siente saber que alguno de tus seres queridos fue torturado en la base naval de Guantánamo?

Autor:

Haydée León Moya

CAIMANERA, Guantánamo.— Milagrosamente volvió a su casa vivo el caimanerense Manuel Prieto Gómez. «Lo torturaron, sí, lo torturaron en la base porque era revolucionario», dice Marcia, una jovencita de 15 años de edad, hablando de su abuelo.

El 6 de enero de 1961, cuando soldados americanos casi lo matan a patadas, hacía 13 años que laboraba en la base naval de Guantánamo; comenzó como peón, después fue mensajero y finalmente soldador.

Lo habían detenido el día antes, justo en la tarde, al franquear la puerta de salida del enclave yanqui.

Marcia guarda en su teléfono varios documentos sobre el diferendo Estados Unidos-Cuba.Foto: Lorenzo Crespo Silvera

Tras un largo interrogatorio, con amenazas de linchamiento y propuestas que presumiblemente alentarían confesiones, Manuel no habló. O sí, les dijo que perdían su tiempo, que no revelaría nada. De una bárbara paliza le fracturaron huesos y por poco le aplastan la cara a puñetazos.

Moribundo lo trasladaron de un calabazo a otro. El siguiente siempre le deparó algo peor que el anterior.  Forzarlo a tragar drogas, por ejemplo.

En esas condiciones se lo entregaron a su esposa. Ella fue, con sus ocho hijos pequeños y los dos que estaba a punto de alumbrar, hasta la posta situada a la entrada de la base militar estadounidense y presionó. El mismo día que Manuel salió de aquel infierno nacieron sus mellizos. Fidel y Raúl, así los nombró.

Cuando tuvo lugar la primera toma de Caimanera por el Ejército Rebelde, el 1ro. de abril de 1958, Manuel pertenecía al grupo de acción y sabotaje del Movimiento 26 de Julio. Por eso lo torturaron, por ser revolucionario.

Huellas

Es sábado, 11 de marzo de 2017. En una calle del poblado de Caimanera estudiantes del centro escolar mixto Pavel Rojo García recuerdan el nacimiento de un joven extraordinario: Panchito, el hijo del Generalísimo Máximo Gómez.

Entre ellos está Marcia Prieto Guilarte. «A ella —me dice uno de sus compañeros de aula— la cercanía de la base naval le afecta más que a muchos de nosotros». «Era la niña linda de a quien poco faltó para que lo mataran allá adentro», dice otro.

Es duro mencionarle el tema a la muchacha. Es como mover con fuerza un puñal clavado en la carne. Le duele.

«Siempre he vivido por allá, cerca del viejo espigón de la bahía. Es un lugar bonito y muchas veces tengo ganas de ir. La gente pesca, va a conversar y hay quien hasta se lanza al agua. Es divertido, dicen. Pero para mí no. Yo me contengo el deseo de hacerlo porque desde allí, si miras recto hacia la pasarela, por donde hay un farito, a veces se ve el movimiento de soldados de la base, y yo no quiero ver eso, nunca he querido, pero sobre todo después que murió mi abuelo Manuel, hace dos años, el 15 de agosto de 2015, exactamente».

Mientras conversamos le miro a los ojos. Es evidente que la mera mención del hecho la entristece. Por momentos no habla, y en esos instantes es como si su mirada se perdiera hasta el final del mar, allá donde comienza el infinito. Traga en seco y se anima. Entonces me muestra en su celular varios textos de diferentes publicaciones cubanas y extranjeras en las que se cuenta la pesadilla aquella.

También fotos familiares en las que no falta el viejo Manuel. Y fragmentos de La Demanda del Pueblo de Cuba al Gobierno de los Estados Unidos por Daños y Prejuicios, de la cual ella resalta que fueron ocho los cubanos asesinados por marines y 15 los lesionados. Algunos militares, pero también trabajadores…

«Tenía unas imágenes de él con la cara magullada. Las borré. No hace mucho fue que supe la historia completa, lo de la tortura, que es la causa por la cual caminaba así, medio rengo. Pero mi abuelo nunca me contó, decía que no lo iba a entender, que era muy chiquita».

Con la espina adentro

«Yo era su nieta menor. Montaba en su bicicleta y él me paseaba por todo el barrio. No me cansaba, pero él sí; daba unas vueltas, se sentaba demasiado pronto y me decía que le dolían los huesos. Ahora se porqué le dolía todo el cuerpo y porqué se escondía para que mi papá no lo viera cuando salíamos a montar bicicleta.

«Cuando se sentaba, yo lo halaba por la camisa y le decía: “Dale, abuelo, dale”, y él se reía y se paraba, medio encorvado, y yo pensaba que estaba disimulando y me reía, él también… y salíamos de nuevo a pedalear. ¿Usted se da cuenta de porqué yo me pongo triste? Aunque parezca que una sigue su vida normal, no es así, porque con esa espina adentro no se vive normal…

«Cualquier cosa le pudo pasar de este lado, pienso yo, ¿pero torturarlo? No, eso no, aunque no fuera revolucionario».

Realidad que no se entendía, ni se entiende

«Es que con la base ahí tan cerca    hay muchas cosas que una sigue sin entender. Por ejemplo ¿qué hacen en tierra ajena, y encima causando dolor? Porque yo vivo en tierra cubana; aquella porción de la que se apoderaron también es nuestra, y mi abuelo fue torturado bárbaramente allí por gente, si es que eran gente y no bestias, que no tienen derecho a estar ahí.

«Cuba tiene que poner sus reglas de seguridad, de control, porque aquí hay una frontera, por tierra y por mar, y entre dos países con relaciones que aún no se han normalizado totalmente. Tantos controles, sinceramente, molestan, pero es porque está la base ahí.

«También es un problema lo de la planilla, que es un documento en el que tienen que aparecer, si el responsable de la casa está de acuerdo, las personas que están autorizadas a visitarte.

«La de mi casa está a nombre de mi papá, que no vive en Cuba. Entonces por mucho tiempo no hemos podido incluir a gente nueva que una conoce allí mismo, en la ciudad de Guantánamo, que es la capital de la provincia. Creo que ahora es que podemos hacer el traspaso de la titularidad para mi mamá. Parece sencillo, pero causa líos en la vida normal vivir en Caimanera, no porque sea Caimanera, sino porque aquí hay una base naval de Estados Unidos.

«Además, y aunque es menos engorroso el proceso, esa presencia molesta, por ejemplo, cuando se quiere ir a nuestra capital provincial, donde hay opciones que no las tenemos aquí, o te invitan muchachas o muchachos de tu edad.

«El problema no es cuando sales de Caimanera, sino cuando tienes que regresar. Es como si fueras a entrar en territorio ajeno. Ni siquiera se te puede ocurrir que estás de prisa. Tienes que pasar tres puntos de revisión.

«A mí me gusta donde vivo, próximo al mar. Por allá cerca de las lagunas de la salina hay una imagen que se repite por épocas, cuando llegan los flamencos rosados; eso lo espero siempre, es muy bonito. También las escuelas, el interés de que una aprenda, se haga una persona de bien y viva lo mejor posible, pero me gustaría mirar para todas partes sin que me asalte el recuerdo triste de las torturas que sufrió mi abuelo».

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