Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¡Que la ilumine solo a ella!

Nuestra bandera acompaña un montón de sueños, esperanzas, los años de lucha y el amor que sentimos por Cuba. Por eso, para que ondee sin miedos y nadie la tome ni ose pisar su cuerpo precioso, la tenemos izada hasta en el alma

Autor:

Yunet López Ricardo

Aún es solo pedazos de seda, pero la toma como si fuese un tesoro. Sus manos saben que dan forma al alma de un país. La aguja le pide más hilo, y con la paciencia de los retoños, la muchacha la ensarta y otra vez cose aquí, en la punta roja, allá, donde los ríos parecen ir juntos, y luego en el centro iluminado, porque en cada puntada le hace a la Patria su cuerpo de tela. Es una tarde de 1850 y, con delicadeza de paloma, Emilia Teurbe Tolón borda la primera bandera cubana.

Su esposo Miguel se lo pidió. Fue él quien la dibujó, luego de que un año antes el político venezolano Narciso López mirara al cielo en un atardecer de invierno en Nueva York y viera nubes blancas, celajes azules, una mancha roja por el sol muriendo, e imaginara cómo sería la enseña.

Esa misma de tres listas azules, dos blancas, el triángulo rojo y la estrella de plata, el 19 de mayo de 1850 conocería por primera vez el viento al ondear en la ciudad matancera de Cárdenas.

Foto: Abel Rojas Barallobre

Pero fue en Guáimaro, cuando las voces de los patriotas la nombraron Enseña Nacional de Cuba; y con la luz solitaria de sus cinco puntas, se fue con ellos a la manigua redentora.

Pura como esa estrella y con más lumbre que los viejos faroles, brilló en las noches de campaña del Ejército libertador. Allí, al galope de una tropa casi desnuda, se alzó en el combate y como las madres más bravas acompañó a sus hijos. Cuando los fusiles españoles dolieron más que los machetes, les sirvió de sudario. Y por guardar la sangre que los suyos vertían, tiene tanto carmín su pecho de guerrera.

Más tarde, su amor de criolla isleña fue el que desveló las pupilas de Rubén Martínez Villena, y por ella y sus anhelos los ojos de Julio Antonio Mella miraron más allá de su tiempo.

Muchas veces se meció enérgica desde los brazos de los estudiantes que protestaban contra Machado, y también, igual que un símbolo de libertad, la elevaron aquellos que se manifestaron contra Batista en la década de los 50. Ella siempre estuvo ahí, del lado de los justos, y con ese fuego encendió las madrugadas de los barbudos en la Sierra Maestra.

Defenderla es defenderse a uno mismo, amparar la cuna donde se nace, la salud de los padres, la tranquilidad de los abuelos. Si ella está bien, lo estarán los amigos y se escuchará sin temores la risa de los niños.

Tenerla y mirarla allí, aún más alta que las cordilleras, donde el sol la ilumina a ella sola, es resguardar la historia de este pueblo cosido a su tela, a su ondear pausado o inquieto tras los soplos que suben el polvo y crispan las fuentes, mientras ella se agita orgullosa en el mástil.

En días precisos, mi abuela la colgaba del balcón; y con ella poníamos al viento tantas cosas, desde los recuerdos de mi abuelo en la lucha contra bandidos a inicios de la Revolución, hasta lo que yo comenzaba a escribir en la escuela.

En su imagen depositamos un montón de sueños, esperanzas, los años de lucha y el amor que sentimos por este pedazo de tierra con forma de caimán. Por eso, para que ondee sin miedos y nadie de afuera la tome ni ose pisar su cuerpo precioso, la tenemos izada hasta en el alma; así, sin cordeles ni driza, pero con la dignidad que nos ha dado la historia que cuenta cada una de sus cinco franjas.

Foto: Roberto Garaicoa

No ha existido nunca un lugar de batalla, ya sea bajo disparos, en la política o las que libra Cuba en tiempos de paz, donde no esté ella, como guardiana del pasado, de esta realidad y los días que viviremos.

Ella aprieta el corazón de quienes se la encuentran en una tierra extraña, esos que luego reirán cuando, a su regreso, sea ella la primera en recibirlos.

Aquí la defendemos sin precios, pues hasta en sus costuras hemos guardado un poco de lo que somos. Porque nuestros hombres más grandes caminaron a su lado por los montes, por las calles y por las montañas.

Las fotos de la época la muestran en los brazos de Raúl durante las manifestaciones estudiantiles, al lado del Comandante Fidel en cada tribuna en la que habló durante la caravana victoriosa de 1959, o en la noche del 11 de abril de 1995, cuando paseó en sus manos por las arenas de Playita de Cajobabo, para rendir tributo al Héroe que desembarcara en 1895 desde esas aguas, también con el deseo de defenderla.

Y de estos días, nadie olvidará cuando anduvo Cuba sobre aquella cajita de cedro en la que duerme el Gigante, pues ella siempre cubre lo más preciado.

Escucharla en el aire, alivia. Mirarla agitada por tantos, alegra. Así, a esa de la estrella de plata nacida de los sueños de Narciso y las puntadas de Emilia, mi abuela la colgará otra vez del balcón, el sol la iluminará solo a ella, y la llevaremos izada hasta en el alma.

Foto: Juan Moreno

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