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El viaje post mórtem de Guiteras

Por más de tres décadas los restos de Antonio Guiteras y Carlos Aponte estuvieron perdidos. Nadie, en ese tiempo, supo su destino. Un enigmático personaje de levita y sombrero fue el protagonista de la historia

Autor:

René Camilo García Rivera

Como un mar, alrededor de la soleada isla de la vida, la muerte canta noche y día su canción sin fin. Rabindranath Tagore

Los barrotes de la cárcel de Matanzas sienten cada noche el tacto de sus manos, la sinfonía del bastón del guardia, los sacudimientos de impotencia del recluso. Sobre el camastro, mirando al techo, el hombre con la idea clavada entre las cejas.

La prisión, se sabe, es un extraño universo. Excremento o abono, según se mire. Miguel Hernández, desde los calabozos de España (de la España franquista), legó un puñado de versos memorables: Cancionero y romancero de ausencias. Antonio Gramsci, comunista italiano, escribió los Cuadernos de la cárcel, su más profundo texto filosófico. El Marqués de Sade, en cambio, llevó la depravación al límite desde una mazmorra en La Bastilla.

En la celda de Matanzas el hombre diseña su plan. No es especialmente audaz. Más bien sencillo, morboso. Repasa los pasos cada día. Espera el momento oportuno. Una vez en libertad lo ejecuta. Es fácil seguir la estrategia.

Una noche de 1937 cruza la cerca perimetral del cementerio de la ciudad. Lo acompaña un compañero de armas. Al salir del camposanto portan sendos sacos. Se separan al poco tiempo. El amigo le entrega la carga. Nunca más se ven. El hombre se adentra en el secreto que lo acompañó hasta la tumba. Anda encorvado. Lleva a sus espaldas los restos de Antonio Guiteras y Carlos Aponte.

Perfil retroactivo de garcía

A José María García López le decían «El Viejo». Su vida, salvo flashazos, es un enigma.

«Siempre andaba muy elegante, con traje, sombrero y un portafolios bajo el brazo». «No hablaba con nadie, era un hombre muy reservado y misterioso». «Por ese andar en algo raro casi todos los meses se lo llevaba la policía de Batista».

Así lo recuerdan sus últimos vecinos del barrio de Pogolotti, en Marianao, casi medio siglo después de su muerte. En una entrevista poco divulgada de 1970, El Viejo García cuenta algunos episodios novelescos.

«Cuando llegué a La Habana (proveniente de Matanzas) el primer trabajo que encontré fue limpiar panteones en el cementerio de Colón. Ahí se me ocurrió dinamitar una parte para matar a Gerardo Machado», explica en el diálogo con el periodista Enrique Román.

«El plan era liquidar a Clemente Vázquez Bello, presidente del Senado, para que Machado asistiera al entierro. En el panteón de los Truffín, que está al lado de la plazoleta donde el tirano despediría el duelo, concentramos la mayor cantidad de explosivos. Volaría él con toda su comitiva», recordó.

El atentado a Vázquez Bello fue exitoso. El plan fracasó porque descubrieron lo que se fraguaba en el cementerio y entonces enterraron a Vázquez Bello en su natal provincia de Las Villas. El dictador se «salvó en tablitas». A décadas de aquel suceso, El Viejo se lamentaba: «En el panteón de los Truffín tenía 200 libras de explosivos por un lado y 150 por el otro. Si eso se hubiera dado, todavía estuvieran los muertos bailando en la bahía».

En la senda de guiteras

Tony Guiteras es «un hombre guapo», según el historiador y novelista Paco Ignacio Taibo II. Un día de diciembre de 1933, Tony Guiteras sale, con sombrero en la cabeza y revólver en el cinto, a hacer verdaderamente cubana la Compañía Cubana de Electricidad. Nadie lo acompaña. El Viejo lo ve; se admira, prende un tabaco y parte en otro carro detrás de él. Dice que nunca más se le separa, o casi nunca…

Luego José María García integra la dirigencia de la Joven Cuba. Se encarga de la seguridad personal del líder. Por obra y gracia de la desconfianza no cae el 8 de mayo de 1935 en El Morrillo.

En la citada entrevista, Enrique Román narra lo sucedido:

«García no estaba en el grupo de El Morrillo porque tenía noticias que le hacían temer una delación. Expuso sus razones a Guiteras, y cuando este desestimó su oposición decidió no ir».

El resto de la historia es harto conocida: Carmelo González informó las coordenadas de la expedición, el ejército de Batista cercó la fortaleza, una bala de fusil destrozó la estrella que latía en el pecho de Guiteras y cayó también el venezolano Carlos Aponte.

En otro lugar, en solitario, El Viejo llora. Se lamenta por dejar intactas las balas del cargador, por no haber ido al rescate de su jefe. Siente una deuda que solo pagaría, de cierta forma, al final de su existencia.

La muerte, los sobornos, la honradez…

Una vez leí en el fondo de una cafetería una frase de Martí: el que nace pobre y honrado no le alcanza la vida para hacerse rico, decía más o menos. Cuando Guiteras muere tiene 83 centavos en el bolsillo.

Lo entierran el 8 de mayo, a las ocho de la noche. Preparan una fosa común. La familia lo impide. Lo sepultan, junto a Carlos Aponte, en el mausoleo de Alberto Guiteras, tío del mártir, en el cementerio de Matanzas. Dos años después El Viejo García los roba. Descubren la ausencia el 8 de mayo de 1945.

El itinerario de los restos es desconocido. Otro misterio tragado por la historia. Lo cierto es que sobre 1952 José María García llega a Pogolotti, recuerdan ancianos pobladores. Habita una vivienda en la calle 61, entre 96 y 98, hoy tristemente destruida.

En total secreto rompe una pared en el sótano. Oculta la urna de zinc. Dentro los despojos de Guiteras y Aponte. El uno envuelto en la bandera cubana; el otro en la de Venezuela. El Viejo tapia la pared. Finge que lo olvida.

Algunas pistas llegan a Grau, Prío y Batista. Intentan sobornarlo. Le quieren comprar el tesoro. García se niega. Pone como condición un monumento a Guiteras. Ningún gobierno se atreve a la osadía.

El último acto de el viejo garcía

Enero de 1959. La Revolución sacude la Isla. Aún García permanece reticente. Se traga el secreto mientras envejece. ¿Y si muere de pronto?

Un antiguo compañero escribe a las autoridades. Brinda información sobre la historia. Localizan a García. Otra vez, a los 79 años, se niega. Está enfermo. Desaparece. Lo dan por muerto. En febrero de 1970, con la vida en un hilo, da la cara. Esta vez está decidido. Entregará la carga que lo acompaña desde hace 32 años.

Tras años de ausencia regresa a Pogolotti, a la casa que fue suya. Se baja de un jeep militar. Lo acompañan la policía y los peritos. Le pide permiso a la nueva dueña del inmueble. Dice que viene a recoger algo que se le quedó en el sótano. La mujer se alarma.

La urna con los restos ocultos de Guiteras y Aponte, aun en la pared del sótano. Foto: Bohemia.

El Viejo lleva a sus acompañantes frente a la misma pared que había derribado 20 años atrás. Ya él no carga la mandarria. Un oficial del Minint hace el trabajo. Aparece, bañada en polvo, la lata de zinc de medio metro de altura. Dentro, los restos de Guiteras. Y los de Aponte. Muere así el secreto de su vida. Ambos hombres vuelven al Morrillo donde los mató la traición.

Tiempo después El Viejo sucumbe en una cama de hospital. Como su jefe, tampoco tenía un centavo en los bolsillos.

Fuentes:

Román, Enrique: «Le doy a la Revolución a mis compañeros de 32 años». Revista Moncada, marzo de 1970.

Taibo II, Paco Ignacio: Tony Guiteras, un hombre guapo.

Cairo, Ana: Antonio Guiteras: 100 años.

Entrevista personal con el periodista Enrique Román.

Entrevista con vecinos.

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