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Cuando ellas mandan en la tierra

Dos campesinas de La Habana solo van al mercado a comprar sal, azúcar y café, porque producen el resto de lo que necesitan para alimentarse. El secreto de ambas es cuidar sus fincas con cariño maternal

Autor:

Marianela Martín González

Empoderar a las féminas rurales es crucial para poner fin al hambre y la pobreza en cualquier parte del mundo. Y es que donde se cuida con cariño maternal la tierra, el suelo también se da con gusto y cede todas sus bondades. Se vuelve manso como las manos que lo protegen.

Así lo estiman dos campesinas de La Habana. Para ellas no hay hectárea tozuda en sus fincas, ubicadas en la CCS Roberto Negrín, en el capitalino municipio de La Lisa. Tan es así que solo van al mercado a comprar sal, azúcar y café, porque todo lo que necesitan para alimentarse lo producen. Y dentro de poco ni azúcar ni café tendrán que procurar, pues están montando las colmenas y sembraron un cafetal.

Las abejas meliponas que criarán en la cooperativa les aportarán el endulzante necesario para los alimentos, al tiempo que harán de su finca un lugar mucho más integral, con un manejo agroecológico al nivel de lo que necesita la agricultura.

Hortensia Martínez del Valle se graduó como ingeniera mecánica, pero cuando Raúl, en 2008, llamó a producir para el pueblo y el autoconsumo familiar, junto a su esposo Guillermo García solicitó tierra y le entregaron 7,10 hectáreas en usufructo. Allí fundó la finca La China, donde trabajan con un equipo de cinco colaboradores.

«Desde entonces empezamos a explotar esa tierra y a hacerlo de manera diversificada. Tenemos convenios con la Empresa Porcina y la Empresa de Ganado Menor. Producimos cerdos, carneros, chivos, aves y conejos, hortalizas, granos, viandas y frutas. Todo lo comercializamos a través de la cooperativa.

«La tierra me ha hecho una mujer feliz y autónoma. Todo lo que en mi hogar se consume sale de nuestro sudor. Es cierto que al principio pasamos muchísimo trabajo, porque cometíamos innumerables errores. No sabíamos que la tierra no entiende con la fuerza bruta, es un ente vivo al cual le debemos dar todo lo que le quitamos.

«Empezamos a criar animales sin tener las condiciones creadas; ni siquiera les teníamos garantizado el alimento y por tanto no avanzaba la cría. Entonces fuimos tras el conocimiento y gracias a la Agricultura Urbana, Suburbana y Familiar, así como al Movimiento Agroecológico de Campesino a Campesino hemos aprendido a manejar el suelo con prácticas que le devuelven el aliento.

«En la capital contamos con 11 centros científicos que tributan conocimientos y siempre tienen las puertas abiertas para los productores. Ni mi esposo ni yo sabíamos los secretos que hacen de la tierra una criatura agradecida y proveedora de vida. Él es ingeniero en Telecomunicaciones, y yo me preparé para otro perfil bien alejado del surco.

«Todo lo que hemos aprendido de los científicos lo socializamos con otros productores y con los niños que atendemos en un círculo de interés adjunto a nuestra cooperativa. Si queremos garantizar el relevo en la tierra, hay que inculcar el amor al campo, a los animales, a todo ese entorno que está ligado a ella, y del cual también dependen los rendimientos y la calidad de las cosechas.

«Si queremos cambiar el paradigma de la agricultura, en aras de que se coma más sano, tenemos que practicar la agroecología, y enseñarles a los niños en el círculo de interés cómo se hace el compost, qué es la lumbricultura, cómo es que se logran las semillas de alta calidad, cómo hay que cuidar a los animales que nos acompañan y son sustento».

Incursionar en el uso de la energía renovable es para esta mujer una necesidad del campo para producir de manera sostenible. Aunque cuentan en su   finca con un molino de viento e hicieron ella y su esposo un biodigestor para tratar las excretas de los animales y aprovechar la energía en la cocción de alimentos para los cerdos, reconoce que todo fuera mejor si contaran con un panel solar para el riego; y aplicaran técnicas para recolectar el agua y mitigar de ese modo los efectos de la sequía.

«También aspiramos a lograr un local donde nuestras producciones se queden para el disfrute de los comunitarios del municipio. Cuando eso suceda, concurrirán los productores sin necesidad de que existan intermediarios, que son quienes encarecen las mercancías. Si eso se garantiza se verán en el mercado productos como la carne de conejo, que tanto gusta y hace bien a la salud», aseguró.

No hay tierra mala, como no hay hijo malo

Iraida Semino Medina es una mujer que por más que la mires no puedes creer que tenga 40 años. Su piel, su sonrisa, su cadencia al hablar develan a la mujer fuerte y tierna a la vez, satisfecha, marcada por un entorno sano que ella poco a poco, junto a los suyos, ha configurado para que tribute bienestar. Y es que entre la tierra y ella existe una estrecha comunión, casi como la que se ejerce entre una madre y una hija.

«Es una relación amorosa. Mi tierra me provee y yo la mimo, la cuido como si fuera una seda milagrosa. A ella le debo todo lo que disfrutamos, y si ella pudiera hablar te diría que nuestro sudor la ha vuelto saludable y fértil».

A Iraida le entregaron 2,25 hectáreas en usufructo, por el decreto ley 300, en 2013. Desde entonces se dedica, junto a sus padres e hijos, a cultivos varios y frutales, y tiene una yunta de buey y una vaca que le garantiza la leche a la      familia.

«Mi hijo de 14 años y mi hija de 20 aman la tierra; desde chiquitos se les inculcó ese cariño. El varón es quien ordeña la vaca y junto conmigo ara la tierra. Sueña con hacerse veterinario, y yo sé que lo logrará. Ya recibe las criaturas cuando la vaca y las chivas paren».

La familia toda se ocupa de sembrarles pasto a la vaca y los bueyes en su finca, que nombró intencionalmente La Maravilla. En tiempo de sequía tienen su king grass y caña. También, una cerca verde de moringa que podan frecuentemente y las ramas se las dan al ganado.

«En mi finca producimos todo tipo de hortalizas y granos. Cada cultivo que se obtiene es fruto de una práctica agroecológica que disfrutamos cuando vemos comer sano a los niños en las escuelas, a donde van parte de nuestras producciones.

«Lo mismo sentimos al ver a las embarazadas y a los viejitos que disfrutan de nuestras cosechas, porque muchas de estas las destinamos a hogares maternos y de ancianos.

«Para mí no hay obstáculo; cuando se quiere se puede. Es lindo que se te reconozca porque cumples con los 170 quintales que conforman tu plan anual. Es lindo ver a tu descendencia apostar por oficios que ennoblecen y son de gran utilidad.

«Yo digo que no hay tierra mala, como no hay hijo malo. Es la manera como tratas a ambos. Si rotas los cultivos, si mejoras el suelo con abonos verdes, si aplicas lo que la ciencia pone en tus manos, la tierra te da buenos frutos. Lo mismo ocurre con tus hijos. Si te ocupas con pasión de ellos, serán buenos y solo recibirás buenas acciones de su parte», concluyó.

A Hortensia la tierra la ha hecho una mujer feliz y autónoma.

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