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La hora cero

El ojo del huracán Irma pasó frente a las costas de Ciego de Ávila y los habitantes de los lugares más recónditos vieron escenas que difícilmente olvidarán en sus vidas. Ahora todo recomienza

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

CIEGO DE ÁVILA.— Cuando la noche se volvió más oscura, el viento calló el ruido de la lluvia. Los goterones que golpeaban las ventanas y el techo de canelones desaparecieron y afuera lo único que se sintió fue un aullido penetrante y largo, como si una bestia inmensa estuviera suelta, con mucha hambre, por el campo.

Entonces la casa empezó a temblar y Fidel Falla Francisco, campesino de la UBPC Libertad, en la comunidad de Veguitas, municipio de Chambas, salió encorvado del segundo cuarto y miró el reloj. Las agujas marcaban las 3:15 a.m.

«Esto está malo», dijo y tomó el reloj entre sus manos y lo llevó para la cama donde había amontonado los objetos posibles de la casa: el multimueble de la sala, las sillas, el escaparate, la zapatera, la mesa de la cocina y los cuadros. Todo estaba apelotonado sobre la cama y él se acurrucó al lado del televisor.

Se cubrió con la sábana y confió en la resistencia de las cabillas que fijó a manera de travesaño sobre el techo de canelones. Varios ciclones y algunos temporales habían soportado esas tejas, y Fidel Falla tuvo la esperanza tenue de que este sería uno más.

Fue en vano. A los pocos minutos sintió un repiqueteo en el techo, como si alguien halara las planchas de fibrocemento. Se lanzó de la cama asombrado, levantó la vista y vio cómo un hueco se agrandaba en segundos y un chorro de agua entraba parecido a un remolino de humo blanco.

La única escapatoria posible la vio en un cuadro colocado debajo de la mesa. Lo apartó de un manotazo y se metió entre uno de los estantes. Allí, encogido entre los bártulos, escuchó resignado cómo los vientos de Irma destruían la mitad del techo de la casa en la triste e inolvidable madrugada del sábado 9 de septiembre de 2017.

Foto: Tomada de Facebook

Un pasamanos doblado como juguete

Irma entró a la historia de Ciego de Ávila con varios detalles singulares, y no solo por la fuerza de sus vientos. Las personas de mayor edad no recuerdan que en 70 u 80 años un ciclón afectara con esa fuerza directamente a este territorio. Tampoco que el ojo de la tormenta pasara tan cercano a Ciego de Ávila y los que vivieron la experiencia del Kate aseguran que no es posible hacer comparación alguna con Irma.

Aunque todavía no está el saldo definitivo de los daños, las autoridades afirman que las devastaciones mayores ocurrieron en los municipios de Bolivia, Morón —donde inicialmente se contabilizan 1 600 casas dañadas— y Chambas. Los reportes indican que entre las comunidades con mayores afectaciones se ubican Punta Alegre, el batey de Bolivia, Máximo Gómez, la Isla de Turiguanó y la cayería norte.

Pero quizá una de las huellas más visibles y contundentes en tierra firme esté en el hotel Morón. Allí los vientos de Irma se lanzaron contra la torre del edificio, reventaron los ventanales y jorobaron los pasamanos de la escalera como si fueran simples juguetes en medio de un paseo de verano.

Un perro aúlla con desconsuelo

Acercarse a la costa norte de Chambas es pasar por una zona de desastre. A medida que el litoral se aproxima los daños se hacen más persistentes. Si en la zona del poblado de Enrique Varona se ven postes de corriente tumbados y casas salteadas sin techos o convertidas en astillas, a lo largo de 20 kilómetros de la carretera hacia Punta Alegre no queda un poste eléctrico sano, las escenas de viviendas destruidas es mayor y el poblado de Los Perros es hoy una zona de calamidad con sus casas derrumbadas, el círculo social a la intemperie y hasta las dos bombas del diminuto expendio de gasolina resultaron dañadas.

Un bosque de caobas africanas frente a la comunidad de Veguitas quedó podado y en la base de carga de Chambas, un roble casi centenario y con un tronco ancho fue partido a destajo. A unos metros de allí apareció otra sorpresa. A la mañana siguiente el chofer Jorge Luis Quintero descubrió que la presión del viento disparó un objetó contra el parabrisas de una guagua y el hueco dejado fue semejante al de una bala.

Andrés González Pelayo, cuentapropista en Chambas, cuenta que en la madrugada del sábado vio cómo los vientos de 257 kilómetros por hora comenzaron a mover el auto del vecino y era tanto el movimiento que por un momento pensó con horror que el vehículo empezaría a bailar. Quizá ese fue el mismo miedo sentido por un perro inmenso de color amarillo, que casi a la entrada de Punta Alegre salió de un potrero inundado en agua y en vez de ladrar aulló como si tuviera el mayor desconsuelo del mundo.

Así quedó la Casa de Cultura en Máximo Gómez. Otras edificaciones son un recuerdo. Foto: Luis Raúl Vázquez Muñoz

Animales vencidos por los vientos

En Punta Alegre el mar subió a la playa, cruzó la carretera y se lanzó tierra adentro hacia las montañas. Al día siguiente, cuando se retiró, los vecinos descubrieron que las instalaciones de la pesca eran un pedregal, que la iglesia no tenía techo, que varios barquitos y chalupas particulares estaban en medio de la calle y que la arena del fondo del mar junto con sus sargazos y caracoles cubrían como un inmenso lodazal las casas y calles del pueblo.

En las últimas horas su faena ha sido limpiar las casas de la arena y el mangle empujado por el mar. También retirar los escombros de las casas destruidas y los árboles derribados; pero a ojos vista, los daños más grandes no estuvieron ahí, sino a cuatro kilómetros al este, en el poblado de Máximo Gómez, donde estuvo el central.

Allí el viejo batey casi no existe. Vecinos como Rubén Viera, Miguel Ferrer Quincoses y Pedro Rafael Quesada Rivero cuentan que el ojo del huracán pasó por la madrugada y los vecinos salieron para ver un cielo estrellado y una calma donde no se movía nada. Se preguntaban qué cosa era aquello cuando los vientos arremetieron con fuerza y al amanecer vieron el desastre que apenas percibieron en la breve calma de la noche.

El cine había perdido el techo, el centro de elaboración sufrió la furia del viento y el mar, y sus paredes parecen ahora ruinas de un tiempo pasado. La Casa de Cultura, una vieja casona al estilo de las mansiones de las novelas del escritor norteamericano William Faulkner, se asemeja a un esqueleto inerte con su techo destruido y paredes sin apuntalar.

Ante ella, varias casas son un recuerdo en medio de una montaña de tablas partidas. A su lado la Calle de las Palmas no existe porque casi todas cayeron y destruyeron ocho viviendas. Allí están los restos de los árboles acostados como animales inmensos rendidos por el huracán. Muchos miran sus troncos y sin saberlo todos tienen la misma mirada de Fidel Falla Francisco cuando miró los pedazos de su techo y dijo sin duda alguna: «Con otro ciclón, yo aquí no me quedo».

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