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Tocando el resurgir desde el ocaso

En el consejo popular Emilio Córdova, integrado por las comunidades de Nazábal, La Estrella y Carratalá, donde vive gente humilde que trabaja en la pesca, la agricultura y en el comercio, los estragos de Irma resultaron considerables

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Juventud Rebelde

NAZÁBAL, Encrucijada, Villa Clara.— Aquí solo hay escombros y cangrejos, dice triste Yoana Lafé Medina, mientras quita rápido la vista del desastre y la fija en la apacible bahía, un refugio natural de los manatíes.

Luego lee una décima dedicada al huracán María al que aconseja ni acercarse aquí, pues Irma no le dejó nada por hacer. «La compuse ahora mismo como un rezo muy mío para tratar de espantarlo». Y sonríe.

Ante ese indicio de que se había relajado, al menos en ese momento, me animé a bromear: «¡Hay bastantes cangrejos para comer!». Pero frunció el rostro antes de soltar: «¡Sí, pero tendremos que cocinarlos con leña. O meterle mano hasta crudos!». Volvió a reír, para rematar con un «la cosa no llegará a tal extremo».

A Edeli Medina Mena, quien vive aquí desde hace más de 20 años, la encontré sentada al frente de su casa derrumbada. «El Kate era un niño al lado de Irma. Jamás había visto algo parecido» y calla, mientras pasa la vista por el entorno, y extiende desmesuradamente los brazos como si intentara recoger ese horizonte que la lacera.

Achica sus ojos, aún colmados de vivacidad, y queda en silencio. Se lo respeto, porque la aprecio desolada como si se le hubiera esfumado la esperanza.

Transcurridos unos minutos, cuando vuelven sus palabras me sorprende con un «mire, lo importante es que estoy aquí observando este pedazo de tierra y ese mar que tanto quiero junto a mi hija, la casa la vamos a recuperar, no tengo dudas».

Sombrío, pero no estático

En el consejo popular Emilio Córdova, integrado por las comunidades de Nazábal, La Estrella y Carratalá, donde vive gente humilde que trabaja en la pesca, la agricultura y en el comercio, los estragos resultaron considerables.

Raquel García Acosta, de la dirección del Consejo de Defensa Municipal, reveló que hubo 43 viviendas derrumbadas, de manera parcial 94, y más de 130 afectaciones de diversa magnitud en techos; más escuelas e instalaciones de los servicios gastronómicos, comerciales y culturales, por citar ejemplos.

En recorrido por esas zonas apreciamos el tendido eléctrico desbaratado, con cables en el suelo, postes caídos, doblados casi besando la tierra o partidos, campos de caña encamados, platanales en el suelo, cercas de potreros destruidas… un panorama sombrío, pero no estático, pues estaba en los albores del renacimiento.

Este también se apreciaba en la gente arreglando sus casas, es decir, remendando aquí y allá, en espera de la llegada de los materiales, recogiendo escombros, en la revisión de las líneas eléctricas, en el trasiego de las pipas para el suministro de agua...

También estaba visible en el aseguramiento alimentario con las limitaciones que suelen haber en estos casos, con la venta de almuerzo y comida; en la protección a las personas de mayor edad y personal médico desplegado en función de garantizar la adecuada higiene y evitar la proliferación de enfermedades.

La joven Yoamely, estudiante de Licenciatura en Enfermería, la hija de Edeli Medina, estaba con la ropa mojada y, quizá, presintiendo que le iba a preguntar el porqué, se adelantó: «Me di un chapuzón en la playa. Tenía necesidad de refrescar. Usted sabe, el mar tranquiliza de solo mirarlo».

—¿Me dijeron que has llorado mucho?

—Cierto. Fue cuando regresé de la evacuación y vi tantísima destrucción, incluida mi casa derrumbada. La impresión se me desbocó hecha llanto. Entonces, mi madre me dijo muy seria que no eran momentos de lágrimas si no de acrecentar la esperanza.

«Nunca había sentido un huracán como este. Hubo un momento de calma y todos pensamos que se había alejado, ¡pero, oiga! al poco rato aquello fue peor que el diablo, que es mucho decir.

«Ahora estoy más sosegada, atrás quedó el momento amargo, y deseosa de regresar a la escuela. Por suerte, tampoco tuve que debutar como enfermera, nadie se dañó».

—¿Te irás de Nazábal después de esta experiencia?

—Es mi tierra. Si me voy, aunque siempre volveré, no será por causa de ningún huracán.

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