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En un lugar de Quang Tri

Las lágrimas de Fidel tras cargar a una joven vietnamita herida por una mina, el 15 de septiembre de 1973, conmovieron a quienes le acompañaban. Desde entonces, Thi Huong se convirtió en la hija de su milagroso salvador, a quien adora en un peculiar altar

Autor:

José Llamos Camejo

Aunque todo era oscuro a su alrededor, cuando volvió en sí, Thi Huong pudo ver, cerquita de ella, al barbudo de gran estatura y facciones occidentales. Los oídos todavía le silbaban, pero advirtió una humanidad paternal en la voz del desconocido, mientras la trasladaba hasta el auto.

La muchacha volvió a la inconsciencia: su abdomen estaba agujereado, su aorta lastimada, la sangre le manaba por las ocho perforaciones de su cuerpo menudo. Así de cruel fue la mina que la joven detonó, sin querer, con el filo del azadón.

El explosivo estalló unos minutos antes de que llegara este «milagroso salvador» al arrozal adyacente a la carretera por donde transitaba la historia en el Quang Tri recién liberado del sur vietnamita. La víctima se arrastró hasta quedar inerme, sin sospechar que nacería por segunda vez en aquella cuneta del mundo.

De la muerte y la suerte…

Cuando despertó en brazos de aquel «extraño», Thi Huong tampoco supuso que encontraría en él a su «segundo padre» —el que la engendró, un luchador contra la invasión extranjera en su natal Vinh Linh, había muerto. El que intentaba rescatarla de su dolor —un insurgente contra todas las injusticias—, acababa de conocerla.

El Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, Fidel Castro, andaba por esos caminos desde la jornada anterior al 15 de septiembre de 1973. La caravana partió de Quang Binh al amanecer de esa fecha. Pasadas las dos de la tarde, y sin imaginar la tragedia, se aproximaron al sitio.

Nguyen Dinh Bin, traductor de Pham Van Don y Fidel, asegura que ambos líderes escucharon el estallido. En tanto, Nguyen Manh Thoa, encargado de proteger en Quang Tri al único mandatario extranjero que llegó a esa región, recuerda cómo a partir del estruendo «avanzamos con precaución».

«Vimos el cuerpo inmóvil de la muchacha, y el Comandante ordenó que nos detuviéramos. Entonces sobrevino una de las escenas más conmovedoras que he presenciado en mi vida», continúa relatando Manh Thoa…

En el auto, que partió como un bólido, iban un médico, un diplomático, el cuerpo débil y diminuto y la suerte de aquella muchacha de 17 años. Su tragedia parecía resumir el dolor de Vietnam, un dolor que recaló en el pecho de Cuba y humedeció las mejillas del pueblo vestido de Comandante. Thi Huong no lo vio, pero Manh Thoa no lo olvida, «Fidel lloró».

—¿Usted lo vio?

—Con mis propios ojos… Lloró, sacó un pañuelo y secó sus lágrimas.

—Y usted, ¿qué hizo?  

 —Admirarlo, solo eso.

—¿Y las demás personas?   

—Hicieron silencio. Fue un instante muy duro. Algunos sacaron pañuelos, otros escondían la mirada. En ese momento el Canciller del Gobierno Provisional de Vietnam del Sur, que estaba a mi lado, me susurró: «Ya viste, compañero Thoa, es el cariño y el amor cercano de Fidel». 

Todo fue muy rápido, la caravana reanudó su periplo, y esa misma tarde Fidel pronunció un discurso vibrante en la Colina 241, departió con los combatientes que le arrebataron ese enclave militar a los enemigos, y sostuvo en sus manos el mástil con la bandera del Frente Nacional de Liberación de Vietnam del Sur.

En un lugar de Don Ha

La imagen de Fidel da la bienvenida al hogar de Nguyen Thi Huong. Desde afuera el visitante puede ver al líder cubano en la sala donde Thi suele charlar con su esposo, las tres hijas y los dos nietos. «Es el sitio de reunión familiar, y el Comandante es parte de la familia, siempre se ocupó de mantener algún tipo de comunicación con nosotros».

«¡Gracias a este hombre no me fui de este mundo —y señala con un dedo al retrato—, mire usted!, pero él se fue, y yo…quedé huérfana por segunda vez. Sueño con ir a su tumba antes de morir, para despedirme del Comandante», me dice, y deja escapar el suspiro más triste que recuerdo.

Temo por ella, es frágil, guardo las otras preguntas, porque Thi sufrió un desmayo en Hanói cuando acudió a rendirle tributo a su «segundo padre».

La foto del líder cubano en la casa de Huong lleva una cinta negra adherida al extremo superior izquierdo —señal de luto. La imagen tiene detrás un árbol artificial, y al frente los vasos para las flores y las varillas de incienso que le dedica todos los meses.

Para el ritual escogió el decimoquinto día, precisamente porque fue un 15 de septiembre cuando el Comandante la rescató de la muerte. Así es el altar de Fidel —el que tiene en la casa de Nguyen Thi Huong—, porque Fidel erigió un altar en cada corazón vietnamita.

 

Nguyen Thi Huong posa en torno a la imagen del Comandante en Jefe, en su casa, con parte de su familia.

 

Es el sitio de reunión familiar y el Comandante es parte de la familia; siempre se ocupó de mantener algún tipo de comunicación con nosotros, relató Thi Huong.

 

Fidel durante su visita a Vietnam en 1973. Foto: Archivo de JR

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