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Escuchen... ¡ellos también cantan!

Aunque nacieron en silencio, sus vidas están llenas de sonidos. Nueve sordomudos integran una brigada de jardinería y autoconsumo que labora en el Centro de Sanidad Agropecuaria de Mayabeque

Autor:

Amaya Rubio Ortega

Él tenía 24 años y pensaba que el mundo era suyo. Vivía en el campo y soñaba con la ciudad. Por eso aquel día decidió tomar el tren, bajar en la estación habanera y vivir prestado en la casa de la tía, en Guanabacoa.

Isnel Beitra Asencio no oye ni habla. La genética le jugó una mala pasada: nació sordomudo. Sin embargo, él es de esas personas que tienen «música» por dentro, aunque no canten.

Cuando llegó a la capital lo quería aprehender todo sobre cómo vestían las personas, sus gestos, los lugares, y guardarse en la memoria aquellos ojitos de pestañas altas que lo detallaban desde el balcón más próximo al de la tía.

Después de ciertas miradas de soslayo a las curvas de María Regla González, se preparó para la noche que definiría esa relación. La vida de ella estaba regada de decibeles e Isnel tenía miedo que el silencio suyo la asustase; de ahí que, para la declaración, la invitó al parque acompañado de un radio VEF. Y entonces la música habló por él y sonrojó a la joven, que aceptó un amor a través de señas que ya tiene 34 años y dos hijas.

«Yo nací con esta condición, un hermano mío también; sin embargo, tuve la suerte de que mis dos niñas oigan y hablen perfectamente, y eso me hace muy feliz».

Pero la casa no es la única que le da alegrías, pues quien hoy tiene 58 años, también ha encontrado muchas en el Centro Nacional de Sanidad Agropecuaria (Censa), en Mayabeque, donde trabaja desde hace más de 20 años como líder de una brigada de jardinería y autoconsumo.

A Isnel lo conozco porque yo también vivo en esa provincia, y hoy en uno de los pasillos del Censa he podido saber su historia gracias a un traductor.

Ernesto mueve sus manos y le pregunta si se siente bien aquí y en respuesta, como solo le es permitido a los reyes, Isnel levanta el pulgar.

A él se le puede ver trabajando en la siembra o disfrazado de Julio Iglesias en las actividades, pero no deja de resultarle complicado comunicarse, sobre todo en las reuniones. Ya Sergio Mirabal Hernández, jefe del grupo agropecuario del centro, aseguró que están buscando un traductor de señas que los acompañe en todo.

Por el cariño que allí recibe es que María Regla dice deberle mucho al Censa. «Isnel se siente realizado. Quizá entre sus sueños aún esté completar sus estudios básicos, pues solo ha alcanzado el nivel primario en una escuela de oyentes. Hace unos años comenzó en la superación de adultos, pero le coincidía con el horario en que llegaba del trabajo y tuvo que abandonar nuevamente las clases».

Cuenta Sergio que Isnel resulta siempre destacado. «Hay quienes me han preguntado con ironía que si es el único trabajador que yo tengo, pero la verdad es que él sobresale los 365 días del año», comenta.

Sus otros yó

Después de la experiencia que tuvo el Censa con el trabajo de Isnel, al centro se le sumaron cinco hombres y cuatro mujeres que tampoco hablan ni escuchan, y ese fue el comienzo de la brigada de los mudos, como ellos mismos se definen. 

«Podan los jardines, mantienen limpias las áreas, riegan los sembradíos y en caso de alerta ciclónica son movilizados para el corte de los arbustos. A veces me sorprenden porque no sé cómo hacen para enterase de las cosas, saben mejor que cualquiera cuándo hay feria agropecuaria o si la salida de las guaguas es más temprano. Conocen todo sin escuchar nada», argumenta Sergio.

Juan Ramón Hernández sufre de sordera parcial o hipoacusia. A su manera, explica que recién cumplió la edad de jubilación, pero que va a permanecer aquí hasta que el cuerpo se lo permita.

Anabel de la Grana perdió la voz a los cuatro meses de nacida. Antes del Censa, trabajaba en una fábrica de muñecos de peluche en el Cerro. Ella sonríe, parece que aquí es más feliz, porque no se siente diferente.

Ahora Yanelis Mato me toca varias veces el brazo y le pide al traductor decir que en este lugar le teme a los elevadores, pues una vez estuvo encerrada en uno durante dos horas.

Yamilé del Sol asegura ser la de mejor caligrafía en el grupo, pues fue la única que estudió hasta el 12mo. grado, en una facultad obrera.

Hoy faltan varios: Caridad Gobín Avilés, quien permanece en una de esas enormes colas del dentista; José Antonio Ibarra, «Tony», el deportista que corre en todas las maratones, y  Noel Steven Ramírez, que, según dicen sus compañeros, es el más serio.

Atardece y en las guaguas ya están todos los trabajadores para regresar a sus hogares. Desde las ventanillas se les puede ver conversando a «nuestro equipo» en su idioma silencioso, algunos mueven las manos y otros asienten. La de ellos es una de las «melodías» más altas y honrosas que se escucha en el Censa.

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