Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El mejor arroz con leche de América Latina

Un matrimonio agramontino tuvo la oportunidad de admirar muy de cerca las cualidades de la heroína revolucionaria Haydée Santamaría Cuadrado

Autor:

Yahily Hernández Porto

CAMAGÜEY.— Blanca Lorgia González-Funes González y su esposo Martín Apolinar Ramos Díaz, también conocido como Chicho, no solo llevaron como tesoro más de 57 años de feliz unión conyugal, hasta que ella falleciera en enero pasado, sino también el hecho de haber conocido juntos a una de las grandes mujeres de la Revolución Cubana.

Nunca habían revelado los pormenores de la cercana relación,  pues la sentían como un gran regalo de la vida. Pero poco antes de que Blanca muriera, en un gesto por salvaguardar pasajes importantes y poco conocidos de personas imprescindibles de nuestra historia, estos ancianos agramontinos decidieron compartir con JR detalles del vínculo afectivo y de trabajo que sostuvieron con una de las heroínas del Moncada. 

La historia de amor de Blanca y Martín comenzó justamente en 1953, cuando él, de oficio bodeguero, viajó hasta la capital a visitar a su tío Inés Ramos. Durante la estancia en La Habana conoció a la que sería su esposa, y se quedó. En 1957 se inició en la lucha clandestina, en la célula de Arroyo Naranjo.

«Desde el 1ro. de enero de 1959 —evoca Chicho— me incorporé a las Milicias Nacionales Revolucionarias (MNR) y a la lucha contra bandidos en el Escambray, para luego regresar a mi ciudad natal, junto a la familia, como parte del ejército regular en Camagüey y luego del Ministerio del Interior».

Blanca recordó: «En 1969 a Chicho le confiaron una tarea: trabajar como chofer de importantes figuras y personalidades que visitaran la provincia. Así comenzó—rememora— nuestra amistad con Haydée Santamaría Cuadrado. 

«Mientras Martín le manejaba, yo ayudaba en las labores hogareñas, lo que me permitió compartir muchos momentos con Yeyé, como la llamábamos», afirmó quien en esa época se desempeñaba como auxiliar pedagógica de la enseñanza especial.

Contó Blanca que al llegar Haydée a Tayabito —villa de alojamiento de las personalidades que visitan el territorio, ubicada a la salida de Camagüey, en la carretera hacia Oriente— «nos saludó como si nos conociera de toda una vida. Yeyé me miró fijamente y me dijo: “Tú no eres más Blanca, sino la Gallega”, y para siempre fui la Gallega.  

Momento en que Yeyé celebraba, junto a la Gallega, por Cuba y las cubanas.

«Me aseguró que poner seudónimos era una costumbre para ella, y que además yo tenía los atributos de una gallega. Con el tiempo comprendí que era muy ocurrente y que esa manera de nombrar a quienes la rodeaban formaba parte de su personalidad desprendida, sencilla y natural».

Martín confesó que en la heroína del Moncada todo le resultaba sorprendente, y que con su actuar impredecible los puso en algunos «aprietos», porque no le gustaba que la cuidaran. «Era una mujer que llevaba por dentro la fortaleza y el liderazgo, y escuchaba a todo el mundo, siempre mirando a los ojos. Con los niños era especial, cariñosa y complaciente. 

«Un día, mientras estábamos en Amancio, Yeyé organizaba unos encuentros con la Federación de Mujeres Cubanas y divisó a un niño que jugaba con su pelota. Ella me dijo: “Tráeme a ese niño que quiero hablar con él”. Fui a pedirle al muchachito que me acompañara, pero ella ya estaba junto a nosotros para preguntarle: “¿Por qué andas descalzo? ¿No tienes zapatos?”.

«No dio tiempo a que el pequeño respondiera. Fue hasta la casa, cogió un par de botas y se las puso al jovencito. Muchas veces la acompañé a entregar módulos de ropa y calzado a las familias más humildes del poblado».

Blanca comentó que de diez palabras que decía ocho eran recordando a su hermano Abel. «Llevaba su ejemplo en el actuar diario, y lo más importante, lo transmitía como algo que había que conocer para seguir la lucha».

En el hogar, explicó esta mujer camagüeyana, Yeyé era muy ordenada y le gustaba mucho cocinar. «Todos los días había que sentarse a comer a la mesa, porque ese momento era como una tradición, y nunca permitió que yo hiciera sola los deberes de la casa. No entendía de criadas ni de sirvientas.

«Le gustaba hacer su sopa de ajo, que me tomaba por disciplina, mientras ella sonreía y me aconsejaba: “Esta sopa tiene muchas calorías y las mujeres de la Sierra se la hacían a los hombres porque levanta hasta los muertos”».  

De su amor por Fidel da fe otra de sus ideas de aquellos tiempos, narró la testimoniante: «Estábamos sentadas en el portal de la casa de Amancio, y de repente orientó a los hombres que le buscaran troncos y un montón de yaguas y guano. Cuando regresaron los mandó a clavar los troncos en la tierra, frente a su puerta, para luego armar solita un bohío. Al terminar de techarlo y forrarlo, dijo: “Un cuartico así le hice a Fidel en la Sierra, para que pudiera descansar cuando las balas se lo permitieran. Desde ahora estará allí para verlo cada vez que abra mi puerta”».

Martín acentuó que era una mujer ingeniosa. «En Amancio nos sorprendió con la idea de que había que crear una emisora, la cual fundó y nombró Radio Maboa, con el propósito de informar al pueblo. Otro día amaneció diciendo que pondría una ruta de guagua nacional Amancio-Habana y viceversa, y lo logró. Hasta que no veía sus sueños materializados, no paraba.

«Siempre dijo que Amancio era un pueblo pintoresco, muy parecido al de García Márquez, pero que la diferencia entre aquel y su Macondo radicaba en la novela que se escribiría sobre Amancio. Esta trataría sobre las cosas buenas que le haría la Revolución.

Junto a Yeyé, la Gallega atesoró unas fotos inolvidables que develaban las experiencias que ambas compartieron en la cocina y de las que la camagüeyana se sentía plenamente orgullosa.

Haydée aderezó el regalo especial para los miembros de una alta delegación de oficiales de la Unión Soviética, el 4 de enero de 1970.

«Una mañana, el 4 de enero de 1970, llegó a Tayabito una alta delegación de oficiales de la Unión Soviética, y mientras se les atendía, me invitó a hacer un plato cubano. Ella hizo un arroz con leche, lo sirvió en copas y las colocó en bandejas para llevárselas a la visita. Me puse tan nerviosa que Martín tuvo que ayudarme.

«Cuando Haydée entró al saloncito —continuó Martín— los integrantes de esa delegación de oficiales se pararon en firme como resortes y hasta que ella no les dijo: “Continúen” nadie se sentó. Yeyé les afirmó: “Aquí les traigo un dulce hecho por cubanas, el mejor arroz con leche de América Latina”, y todos sin excepción se lo celebraron.

«Luego algunos de los presentes en Tayabito pensaron que hubiese sido mejor esperar a que concluyera el encuentro para ofrecer el dulce. Ella respondió que había que elegir con cuál de las dos ideas se estaba de acuerdo: si con la de ella o con la otra, la de esperar para ofrecer el dulce. Pero la mayoría apoyó a Yeyé, y aquello le dio una alegría tremenda. Convocó a celebrar, porque había brillado la mujer cubana. Todos disfrutamos el momento, y muy especialmente su alegría. Abrió una botella de vino y brindó por las cubanas».

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