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La Constitución en Cuba: una sugerencia al futuro

Para el joven Fabio Fernández Batista, vicepresidente de la Unión de Historiadores de Cuba, la nueva Carta Magna se parece más a la nación de hoy; por ello la gente la ha asumido como  un instrumento válido y propio en el ejercicio de su cotidianidad

Autor:

José Manuel González-Rubines

«No hay que hablar más de esto. ¡Es así como te digo porque está en la Constitución nueva!». Y ese fue el punto final de una discusión de parque, puesto con aires de estrado por una señora bien informada ante la mirada desconcertada de su contrincante, menos ducha en materias legales.

La frase, que puede parecer solo un recurso para callar al oponente, reviste en este momento de la historia de Cuba toda la importancia, porque quizá por primera vez en muchos años, la Carta Magna de la República que será sometida a referendo el 24 de febrero, vuelve a ser —como la definiría Martí— una ley viva y práctica en la boca de los ciudadanos a los cuales regula y ampara.

Como era de esperar en algo de tanta importancia, la Constitución traza nuevos rumbos en el pensamiento jurídico cubano. Sobre esos puntos hurga JR con Fabio Fernández Batista, vicepresidente de la Unión de Historiadores de Cuba, con el desenfado característico de los jóvenes, la profundidad del historiador y la perspectiva crítica del revolucionario.

—Los debates sobre el proyecto de Constitución fueron asumidos de manera masiva por los ciudadanos. ¿Existen referentes en la historia nacional de procesos similares?

—Durante los debates que dieron origen a la Constitución de 1940, por ejemplo, se eligió una Convención Constituyente que representaba la pluralidad política del país en ese entonces —tanto de izquierdas como del liberalismo más rancio—. Esa Convención elegida determinó. Los procesos constituyentes más democráticos de la historia de Cuba son los de la Revolución, tanto el debate y referendo que llevó a la aprobación de la de 1976 como los actuales. Eso no tiene un referente similar en nuestra historia.

—¿Cuál es la mayor influencia, en cuanto a pensamiento, que asume nuestra Constitución?

—La nuestra es parte de un escenario común que une a otras muchas constituciones del mundo: son hijas del pensamiento Ilustrado, clave en el universo de la modernidad. Esa es la herencia, el modelo, la influencia mayor que asume. La ciudadanía, los derechos de los seres humanos, la idea de la búsqueda de la felicidad, son ejes centrales de ese pensamiento.

«El énfasis en los derechos implica además, a mi entender, cierta diferencia con el modelo constitucional soviético que, dado que buscaba alejarse del modelo clásico liberal e ilustrado, se movía en otros códigos. No renegamos de ese modelo, pero estamos marcando una distancia crítica y volvemos a generar conexiones con el clásico que, además, está presente en el resto de las constituciones de Cuba, pues ese espíritu conecta con Guáimaro, Jimaguayú y la Constitución de 1940».

—¿Cómo definiría al Estado Socialista de Derecho que la Constitución consigna?

—El Estado de Derecho hace referencia al escenario regido por el imperio de la ley, un concepto del pensamiento liberal clásico. En el caso nuestro, la incorporación del término refiere la singularidad de la realidad cubana, donde lo que se está refrendando, desde la legalidad, es ese espacio de transformación anticapitalista gestado por la Revolución. Lo más importante del término es establecer el papel de la ley dentro de la regulación del sistema, o sea, es la ley el árbitro y todos se le subordinan.

—La nueva Carta Magna establece el papel rector del Partido como fuerza política superior de la sociedad y el Estado. La política del llamado mundo occidental ve con ojos críticos el unipartidismo. ¿Qué opina al respecto?

—Generalmente, las críticas al unipartidismo parten de una sublimación al pluripartidismo, es decir, a entender que el pluripartidismo es la garantía para el ejercicio democrático y de los derechos ciudadanos. Y ese es el primer elemento del que hay que alejarse.

«La existencia de una multitud de partidos no es garantía de ejercicio de la democracia, y la propia experiencia cubana lo demuestra. En el período republicano hubo muchas formaciones partidistas y no por ello los intereses de las mayorías se vieron reflejados en la práctica política cotidiana.

«Aquí se está proponiendo una manera diferente de entender la participación política y es en la práctica donde se demostrará su efectividad. Como el unipartidismo puede ser capaz de expresar la diversidad inherente a un cuerpo social determinado, como desde la existencia de un partido único que genera ideales comunes, igualmente cabe la diversidad. Lo importante, más allá del debate, es que el sistema garantice el empoderamiento ciudadano y demuestre que es posible lograr la proeza de la democracia desde un modelo de un solo partido.

«Tampoco se puede olvidar que el unipartidismo en Cuba está vinculado estrechamente con el escenario de permanente confrontación en que vive la Revolución. La idea de la unidad de la nación frente a un poderoso enemigo es fundamental. Si se olvida que Cuba no es un país normal, sino uno inmerso en un mundo que a veces sonríe, pero casi siempre gruñe, entonces se pierde la perspectiva correcta».

—En la nueva Constitución se introducen nuevos términos…

—Las revoluciones son actos que transforman la realidad de manera integral y el lenguaje, como parte de ese todo, también cambia. Hay términos que son destruidos por la nueva época. Sin embargo, el lenguaje es importante, pero no definitivo; por tanto, pienso que el espíritu de la Constitución no es el de replicar las viejas fórmulas.

—A su juicio, ¿cuáles son los tres puntos fuertes, las tres ganancias de la nueva Constitución?

—Número uno: se parece más al país que somos hoy. La Constitución de 1976 se había quedado desfasada en más de un sentido. Numero dos: el núcleo de los derechos se hace más sólido, aunque quizá no sean todo lo explícitos que la gente querría. Y para terminar, no es algo que esté propiamente en el texto, el debate, el proceso reflexivo generado por la Constitución y la manera como ha sido asumida por la gente, que la han visto como un instrumento válido y propio en el ejercicio de su cotidianidad.

—Quienes no están de acuerdo con el proceso revolucionario han criticado la codificación nuevamente en la Constitución de la irrevocabilidad del socialismo. ¿Qué responsabilidad implica para nosotros, como generación, legislar también para aquellos que aún no han nacido?

—Los seres humanos de cada generación construyen el entramado de leyes que consideran funcionales para su presente y por el cual quisieran que se llegue al futuro. Pero es solo una sugerencia, porque al futuro no se le impone nada. Pero el tiempo dirá, y cuando lleguen generaciones nuevas, y haga falta perfeccionarla, enriquecerla, lo harán, como mismo estamos haciendo nosotros con las que nos precedieron.

«La Constitución es expresión del consenso político de la Cuba de hoy y refrenda dos elementos clave del proyecto revolucionario y del pensamiento cubano: la apuesta por la soberanía nacional y por la justicia social. Esos pilares medulares deberían guiar a los cubanos en el porvenir. En el mundo de hoy, soberanía y justicia social están anudados completamente a una opción no capitalista; eso está demostrado. Ojalá mis nietos asuman nuestra sugerencia».

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