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Camagüey, la andariega (+ Fotos)

Enigmática, poética, profunda, de un trazado irregular y envuelta en miles de leyendas, la ciudad principeña, con 505 años de vida, sigue creciendo entre sus laberínticos misterios

Autor:

Yahily Hernández Porto

Camagüey.— A esta ciudad, ubicada relucientemente sobre una gigante llanura, con 505 años de fundada, no le fue fácil establecerse de modo definitivo. Al igual que algunas primeras villas, tuvo que desplazarse hacia mejores tierras que permitieran subsistir, pero la comarca principeña demoró en encontrar un sitio donde anclar para siempre.

Primeramente, en 1514, Camagüey se estableció en Punta del Guincho, en Nuevitas, pero lamentablemente el puerto escogido por sus primeros habitantes no era bueno. A dicha fatalidad se le sumaron otros factores, como el azote indeseado de ciclones y vendavales, la presencia de agua salobre en toda el área, la infestación de mosquitos, jejenes y hormigas, la amenaza de ataques de piratas y lo inhóspito del lugar. Todo ello motivó el traslado en 1516 hacia el territorio del cacicazgo de Caonao, en lo que era la desembocadura del río del mismo nombre, hipótesis más defendida entre los investigadores.

El tercer y definitivo asentamiento de la villa tuvo lugar en 1528, cuando una sublevación de indígenas condujo a los vecinos de la villa hacia la actual ubicación protegida, entre los ríos Tínima y Hatibonico, una tierra fértil que proveía el agua necesaria y el contacto con la costa.

Pero el núcleo fundacional cambiaría nuevamente de lugar, de acuerdo con lo que recoge la investigadora Elda Cento, compiladora, junto a los investigadores Olga García Yero y Luis Álvarez Álvarez, del texto La luz perenne. La cultura en Puerto Príncipe (1514-1898).

«La villa mudó su centro en tres ocasiones. Según sus nombres actuales, de la intersección de las calles Gollo Benítez y General Gómez, a la Plaza de Maceo, hasta quedar definitivamente en el Parque Agramonte», que adquirió mayor relevancia histórica hacia  1616, cuando se construyó la iglesia en uno de sus lados.

Sueño irrealizable

Cada emplazamiento del centro de Puerto Príncipe se soñaba por los hombres europeos en un trazado regular, que concebía la plaza principal, las calles que de ella partían a regla y cordel, y para ubicar en su entorno el cabildo, la iglesia y las casas de los vecinos notables.

Este modelo, no tan perfecto, pretendía ordenar uniformemente la sociedad de entonces. Pero esa delineación no resultó en esta comarca de pastores y sombreros —como la nombrara el poeta nacional, Nicolás Guillén—, pues la urbe se consolidó desde un trazado irregular, que distinguió a Camagüey por ser un caso excepcional de la regla europea en Cuba y en el continente americano, elemento que resultó determinante para otorgarle la condición de Patrimonio Cultural de la Humanidad en septiembre de 2008.

En Camagüey hubo varios factores que determinaron el entramado laberíntico y sinuoso de sus calles, plazuelas, plazas y barrios. Su núcleo primitivo urbano, por ejemplo, no solo comenzó a crecer lentamente alrededor de la Plaza de Armas, como los barrios medievales, sino que su relativo aislamiento de algunas villas vecinas llevó a que funciones administrativas y de toda índole, como la entrega de tierras y solares para viviendas, quedaran a disposición de los cabildos, —única autoridad real—, lo que, unido a la consecuente falta de control urbano interno trajo consigo un extraño trazado aún sorprendente para muchos lugareños y visitantes.

Otro factor importante que contribuyó a que no se le encuentre ni pies ni cabeza al gran «plato roto» que semeja Camagüey, fue la construcción de inmuebles muy aislados, ubicados según los deseos de sus moradores en los alrededores de los conventos de San Francisco y el de Nuestra señora de la Merced, edificados en 1599 y 1601, respectivamente, y la aparición tardía de las Ordenanzas de Felipe II, en 1753.

Fueron aquellos tiempos violentos, pues la ocupación de terrenos  de forma arbitraria por la población, junto a la concesión de las autoridades a ciertos habitantes que estaban decididos a enriquecerse a cualquier precio, no demoró en impactar en cómo se desarrolló el resto de la villa en etapas posteriores a su período fundacional.

Y tanto fue el cántaro a la fuente que a la vuelta de un cantío y bajo la ley de «sálvese quien pueda», aquellos atrevidos conquistadores lograron someter a las «autoridades», al punto de que la voluntad de un vecino rico se convertiría en ley, y pobrecito aquel que se atreviera a decir lo contrario.

 

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