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Vivencias de alto voltaje

El trabajo de un liniero no tiene horario, está lleno de desafíos, pero también de sonrisas, como comenta un joven que gusta de las faenas en caliente

Autor:

Osviel Castro Medel

CAUTO CRISTO, Granma.— El teléfono sonó cuando él se alistaba a dormirse. «Hay una avería y tienes que venir», le dijeron del otro lado del auricular.

Esa jornada, encaramado en postes, tensando conductores eléctricos y «vacunando» transformadores, Dilber Cusidó Báez terminó su faena después de las dos de la madrugada.

Si él solo tuviera en su historia episodios como estos, que se repiten a menudo, ya merecería saltar a nuestras páginas. Pero este liniero especializado, de 31 años, atesora muchas otras vivencias de «alto voltaje», que lo convierten en ejemplo para sus coetáneos.

Ahora mismo, al repasar anécdotas, recuerda la ocasión en que, junto a sus compañeros, escalera al hombro, se atascó varias veces mientras caminaba kilómetros, rumbo a La Aplastá, una comunidad de los lomeríos de Guisa que no estaba electrificada. Allí permaneció dos semanas hasta que «se hizo la luz» para los vecinos, quienes se desbordaron en agradecimientos.

Y evoca el día en que marchó a Río Cauto para trabajar casi ininterrumpidamente durante 26 horas y realizar un complejo «cambio en las líneas».

También guarda en su memoria la época en que debió «mudarse» para Camagüey tras el azote del huracán Irma, una labor que implicó paciencia y fuerza pues las estrellas lo sorprendían cada fecha en pleno trajín, con el agotamiento apretándole el cuerpo.

«Un liniero no tiene horario, muchas veces cuando crees que vas a descansar es cuando comienza el trabajo», dice este joven perteneciente a la Unidad Empresarial de Base de Cauto Cristo e integrante de un contingente creado en la provincia para solucionar eventualidades.

«Antes fui trabajador social, custodio y panadero, pero nada me ha hecho más feliz que estar –hace cinco años- en la Empresa Eléctrica. Tal vez sea porque siempre quise vestirme de liniero, crecí oyendo los relatos de mis tíos segundos Pablo y Leonardo Cabrera Aguilera, ambos trabajadores eléctricos, y eso me llamó la atención. Hoy Pablo es mi jefe de brigada», cuenta orondo.

Dilber, varias veces seleccionado entre los más destacados de su entidad, comenta que un liniero no puede vivir con miedos porque si se deja llevar por los peligros –la altura, el voltaje, la posibilidad de fallar- abandona el trabajo.

«Lo más importante es andar sin exceso de confianza y usar un buen equipamiento para la protección, que por suerte tenemos», dice, para luego remarcar que el principal error en cualquier tarea vinculada con la electricidad es apurarse para tratar de terminar rápido.

Él, que hace ciclos de 12 días fuera de la casa para luego descansar durante tres fechas, agrega que los linieros se van haciendo familia porque, lejos del hogar, suelen vivir contando sobre los seres queridos y también sonriendo con chistes, cuentos y «chuchos», no precisamente eléctricos

«Para mí lo más estimulante es trabajar en caliente, es decir, con las líneas energizadas, el peligro aumenta, pero la adrenalina también», expone.

Padre de un niño de cuatro años, se autodefine como un amante de la familia y del trabajo, con conciencia de la importancia de lo que aporta a la sociedad.

«He estado en la electrificación de más de 30 asentamientos en varios municipios de Granma y no hay nada más lindo que ver cómo cuando te vas la gente te despide con un cariño especial; lo mismo sucede cuando resuelves un problema en un barrio. Por eso vivo y viviré orgulloso de ser liniero», subraya.

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