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Operar contra todo pronóstico

Los doctores Estopiñan padre e hijo, cirujanos del hospital camagüeyano Manuel Ascunce Domenech, desarrollaron este año intervenciones poco vistas en el mundo 

Autor:

Yahily Hernández Porto

CAMAGÜEY.— Corría el mes de febrero cuando comenzó la odisea de Olga Cabrera Morejón, de 31 años. «Estuve grave varias veces y cuando pensaba que iba a mejorar, iba para atrás como el cangrejo», asevera esta trabajadora social, natural de la comunidad rural Las Margaritas, en el municipio de Florida.

Ella sabe que encaró la muerte: «Si no fuera por la paciencia del doctor Estopiñán, que no se rindió conmigo, mi vida sería muy diferente: mi futuro era vivir sin el riñón derecho, aunque estuviera sano», contó Olga a JR, aún convaleciente en la sala de Urología del hospital agramontino Manuel Ascunce Domenech.

Una serie de alteraciones detectadas en su primera cirugía, el pasado 13 de febrero, alertaron al equipo multidisciplinario liderado por el cirujano Ramón Estopiñán Cánovas (hijo), de 34 años de edad, de la complejidad del caso.

 Olga regresó al quirófano tres veces más, la última el 18 de junio, cuando le aplicaron un novedoso proceder médico que la ubicó en la historia de la medicina cubana y camagüeyana: en medio del escenario que experimenta la nación por el azote de la COVID-19, le realizaron el primer autotrasplante de riñón en Camagüey, práctica de muy poca prevalencia en el mundo.

Inicio de la odisea

El doctor Estopiñán Cánovas, especialista de Primer Grado en Cirugía General y miembro del equipo de Trasplante Renal de la zona centro oriental de Cuba, dice que Olga le quitó el sueño, pues su recuperación tomó más de cinco meses y demandó múltiples procederes médicos y cuidados intensivos.

Rememora esta madre de dos hijos (Dairon y Dairan Pérez Cabrera), que el 13 de febrero amaneció con un dolor en el abdomen tan insoportable que no la dejó ir a su trabajo: «Cuando mi esposo, Carlos Pérez, vio que no podía moverme me llevó para el hospital de Florida y allí me remitieron para el provincial de Camagüey, donde me ingresaron con un diagnóstico que prefiero no recordar».

La paciente padecía una peritonitis generalizada (colonización bacteriana de toda la cavidad abdominal), supuestamente a causa de una apendicitis aguda complicada, pero al ser intervenida se observó que una tumoración le había perforado el ovario y el colon derecho, contaminando la cavidad abdominal».

Fueron cuatro horas en el quirófano para realizar una histerectomía total abdominal con doble anexectomía y una hemicolectomía (le extirparon los ovarios, las trompas y el útero, y más de un metro del colon derecho).

Cuando el equipo de galenos, integrado además por el cirujano general Yoander Jiménez Viltre y el residente de cuarto año en esa especialidad Víctor Hugo Virueta, consideraban que había pasado lo peor, descubrieron una estenosis (estrechamiento de una estructura interna) durante la revisión rutinaria de todos los órganos previa a concluir la práctica médica: la compresión de la masa tumoral sobre el uréter frenaba la circulación de la orina hacia la vejiga.

«Fue necesaria una segunda intervención para colocar un catéter doble J —también conocido como rabo de cochino— para restablecer el flujo urinario», acotó el experto.

Meses Tropelosos

Cuenta esta floridana que al salir del quirófano fue para el servicio de terapia intensiva con pronóstico crítico, que rebasó en una semana. Pero otros síntomas de infección abdominal alertaron al equipo y obligaron a una tercera cirugía: «Olga desarrolló una peritonitis urinosa, que nos impuso una compleja ureterostomía en el lado derecho (cuando se extrae y deriva hacia el exterior un uréter del paciente por un costado de su cuerpo). Eso restableció el flujo de su orina y evitó que esta cayera en su cavidad abdominal», detalla el profesor Estopiñán Cánovas.

En medio de lo que parecía el fin del mundo para la paciente y su familia, una sorprendente noticia les alegró el alma. «Abrí los ojos y el doctor Ramón me dijo: “Olguita, tu biopsia dio negativa y descartó el pronóstico inicial de tumoración maligna”», recuerda ella.

La buena nueva fue bien recibida por muchos, sin olvidar que el tumor que inflamó el ovario no solo perforó su colon derecho, sino que casi le causa la muerte. Un mes después, justo cuando la pandemia comenzaba en Cuba, Olga fue dada de alta.

Inesperado punto final

Esta historia clínica estaba muy lejos de cerrarse. Contó la protagonista: «Me orinaba como un bebé, siempre estaba “mojada” y con mal olor. Tenía que adaptarme a mi nueva realidad, la cual cambió mi vida».

En junio, cuando la vida de Olga parecía estar en calma, el doctor Ramón, junto a su equipo interdisciplinario, decidió salvar, contra todo pronóstico, su riñón derecho: «No me conformé con que la mujer perdiera su riñón sano por recurrentes infecciones urinarias a mediano o largo plazo. No había manera de unir el uréter de su costado derecho a la vejiga dentro de su organismo, y una de las opciones para evitar esas afecciones era practicar una nefrectomía (extracción del riñón)».

Finalmente se determinó realizar un autotrasplante de riñón, cirugía primera de su tipo en Camagüey y de muy poca prevalencia en Cuba y en el mundo. «Había que atreverse, pues perder un riñón sano no era una alternativa aceptable para el equipo», aseveró.

El 18 de junio tuvo lugar el novedoso proceder, que resultó un éxito total: «Se extirpó el órgano con su pequeña porción de uréter y se le reimplantó en la fosa iliaca izquierda (cerca de la región inguinal), donde pudimos acoplarlo a su vejiga».

Aunque se dice fácil, hacerlo exigió más de cinco horas en el quirófano y otras muchas de estudio. Narra Estopiñán que el proceso contó con tres etapas: «En la primera se extirpó el riñón, en la segunda se preparó el órgano y se le realizó una artesanía en todos sus vasos sanguíneos (se nombra cirugía de banco), mientras se perfundía e hidrataba continuamente para preservarlo, y en la tercera se reimplantó en su nueva ubicación, lo cual requirió de la unión precisa de sus vasos renales a los iliacos y del uréter a la vejiga». 

Cada etapa exigió de un líder: los doctores Abel Ruiz de Villa, especialista en Cirugía General, y los urólogos Lorenzo de Zayas y Ariel Castro.

Sobre esta práctica médica Estopiñán Cánovas aseguró: «La cirugía como proceder científico médico no tiene límites, es el hombre quien los impone y los derriba con su talento, a pesar de las carencias materiales. Esta cirugía en medio de la pandemia demostró el valor de la medicina cubana, su humanismo, y del trabajo en equipo, que permite nuevos horizontes para desarrollar otros procederes similares y más complejos».

¿Vivir sin Colon?

La pregunta no es exagerada. Créalo o no, la interrogante será el hilo conductor de lo que a continuación narra el experimentado doctor Ramón Francisco Estopiñán Rebollar (padre), especialista de Primer Grado en Coloproctología, también del hospital Manuel Ascunce Domenech, quien presentó así el caso:

«Al paciente Fernando Alberto Sampert Borroto, de 46 años, se le palpó una masa anómala y preocupante durante su primer examen clínico. Múltiples pruebas, además de una colonoscopía, confirmaron una tumoración en la unión del colon descendente con el sigmoide».

Para el avileño Sampert, natural del poblado de Tamarindo, el mundo se le vino abajo: «En plena pandemia, que le den a uno esa noticia te deja muy preocupado. Mis únicos síntomas fueron un dolorcito en el abdomen y un malestar de vez en cuando. Incluso pensé que tenía parásitos e hice un tratamiento para eliminarlos, pero al ver que no funcionó fui a la consulta del doctor Estopiñan (padre) y desde que me palpó supe que algo no andaba bien», dijo a JR este padre de tres hijos: las jovencitas Lisneisi y Lisneti, y Fernandito, de tres años de edad.

El equipo de galenos, integrado también por Carlos González Mesa, residente de tercer año en Coloproctología, el cirujano Estopiñán Cánovas (hijo), y anestesiólogos y licenciados en Enfermería, se sorprendió al intervenir al paciente el pasado 6 de mayo, porque al explorar su cavidad abdominal no solo encontraron el tumor que se había palpado en el sigmoide, sino otro en el ángulo hepático del colon, curvatura de este órgano debajo del hígado.

El líder de la intervención nos contó que la nueva lesión había infiltrado el intestino delgado: «Estábamos en presencia de un tumor sincrónico (dos tumores simultáneos en diferentes porciones del colon), que complicó el caso».

Difícil, pero efectiva

Lo que parecía una operación de rutina se transformó en una bien compleja, que duró cuatro horas. El nuevo diagnóstico obligó a practicar una colectomía total (extirpar todo el colon), extraer un segmento de intestino delgado y realizar una anastomosis ilioproctostomía: unir el íleon, última porción del intestino delgado, directamente al recto, siempre garantizando que no quedaran espacios entre las suturas para que no haya filtración del contenido de los intestinos hacia la cavidad receptora.

Narra el también jefe del grupo provincial de Coloproctología que lo más difícil fue tomar la decisión: «Cuando confirmamos el nuevo diagnóstico detuvimos la intervención para estudiar entre todos cómo proceder para lograr una mejor supervivencia del paciente. La cirugía radical se determinó dentro del quirófano, frente a su abdomen abierto. La intervención permitiría al paciente adaptarse a su nueva condición clínico-biológica, pues el intestino delgado tiene la capacidad de adecuarse al nuevo entorno.  

«La única posibilidad de vida para Fernando era quitarle los tumores, así que procedimos, bajo la anuencia de sus familiares, a realizar la compleja operación que demandó un apoyo posoperatorio de terapia intensiva durante una semana, y luego dos meses más en sala».

De regreso a la consulta, este avileño aseguró a JR que durante su período de adaptación se ha sentido «como si nunca me hubiesen hecho esta operación», una cirugía muy poco frecuente, de la que no todos se salvan y muchos se asombran.

«Estoy completo Camagüey, como se dice en buen cubano. Lo más importante en mi recuperación ha sido la disciplina: la comida chatarra la he eliminado para siempre, empecé a comer frutas y mantengo una dieta que me ayuda a una buena digestión».

Aseveró que no son pocos los curiosos que desean saber si es verdad que él vive sin el colon. «Cuando les aseguro que todo es cierto, se asombran y me felicitan», dice divertido, y agradece a quienes sin pensarlo dos veces le salvaron la vida: «No hay mayor regalo que volver a ver a mi padre querido, Jesús Manuel, de 85 años de edad, a mis hijos, a mi esposa, Leidy Peña, y a mis hermanos Pablo y Guillermo. Eso que siento en mi corazón no tiene precio».

Olga Cabrera Morejón, luego de cinco meses en el hospital agramontino, es examinada por el joven cirujano Ramón Estopiñan Cánovas (hijo), líder de la operación.

 

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