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Graduación en zona roja

Un joven médico guantanamero cuenta su experiencia desde un centro de aislamiento para atención a casos positivos

Autor:

Haydée León Moya

GUANTÁNAMO.— Nunca me dijo que sintiera miedo. En verdad, no le oí decir que temiera ante la probabilidad de estar contagiado con el nuevo coronavirus. Pero se le notaba.

En los diez días en que él, su novia María Cristina y dos amigos suyos se mantuvieron aislado en un apartamento temporalmente desocupado, no se les veía el pelo. Dicen sus compañeros de confinamiento que casi todo lo pedía por señas, distanciado y con el nasobuco estirado hasta los ojos. Cuando le tocaba botar la basura se «forraba», y al entrar se «bañaba» con solución de agua e hipoclorito.

«Vecina, no tiene algo bueno para ver», me decía desde lo alto del apartamento donde estaba confinado, justo encima de mi casa. Nada menos que él, mi proveedor de buenos filmes del año, no salía a buscarlos ni a la esquina.

Leo tenía, sospecho yo, miedo a que hubiese sido fatal haber compartido con un joven amigo, médico como él, que fue llevado a un centro de aislamiento por ser contacto directo con un positivo. Después que por fin estuvo fuera de peligro, dejé de verlo por unos días, y supe de él nuevamente gracias a la curiosidad de mi madre.

«Hace días no veo al muchachito ese que tú dices que para entrar en los pantalones tiene que ponerse una jaba de nailon en los pies, sino los rompe…», comentó mi vieja desde el sillón donde cada mañana descansa sus 97 años de edad.

Es cierto que el doctor pepillo, de jeans apretados y zapatos rente al piso, sencillo y modesto al vestir, pero como demanda la moda, no se veía pasar con su bata blanca y sus audífonos prendidos a los oídos.

Indagué con la abuela de la novia del muchacho, y la respuesta me sorprendió más a mí que a mi madre:«Leo está trabajando en la zona roja».

«¿No te digo, mija? Estos muchachos de hoy son la candela… Sin mucho ruido están y van a donde más se les necesite. Por la apariencia crees que no están en nada», comentó la que me trajo al mundo.

Y es así, la juventud es un tesoro divino.

Ese mismo día, mis preguntas me revelaron, Messenger mediante, al Leo que en verdad no conocía: A Leonel Haber Carnet, de 25 años de edad, quien hace tan solo un año obtuvo su título de doctor en Medicina y es residente ahora de la especialidad de Medicina General Integral, aunque sueña con formarse como Urólogo.

—Cuando estabas aislado por sospecha de contagio con el SARS-CoV-2 me parece que tenías un poco de miedo. ¿Qué tal ahora en el centro del peligro?

—Es cierto, antes de ingresar a este centro estuve varios días aislado y le miento si digo que algún momento no sentí temor a resultar sospechosou otro desenlace. Finalmente todo fue bien. Pero allá estaba cuidándome yo, a mi familia, a mis vecinos… y aquí, en el centro de aislamiento de la Facultad de Ciencias Médicas para atención a casos positivos, estoy en función de Cuba, de nuestro sistema de Salud, y no tengo miedo, todo lo contrario: saberme útil me fortalece, me hace feliz y me obliga a cuidarme para seguir salvando vidas de las garras de ese monstruo mortal y contagioso que es el coronavirus.

«Es, también, un escenario que nos ayuda mucho en nuestra formación, porque además de conocimiento se necesita sensibilidad humana para tratar a un semejante que sabes que está en peligro de muerte. Es duro».

—¿Y te sientes suficientemente entrenado para esa labor?

 -Sí. Durante la carrera nos preparamos para trabajar en cualquier escenario, pero suponiendo que algunos de los jóvenes no lo estemos completamente —que no creo que sea el caso—, acá no estamos solos: con nosotros hay un personal altamente capacitado y entrenado, incluso fuera del país, y el protocolo a seguir no es complejo, aparte de que recibimos una preparación muy buena antes de comenzar a trabajar directamente con los pacientes.

—¿Te fuiste voluntariamente para la zona roja?

—No. Unos días después de terminar mi aislamiento recibí una llamada telefónica de mis superiores, tarde en la noche, y me preguntaron si estaba dispuesto a ir a un centro de estos. No lo pensé y dije: Mándenme para donde ustedes quieran. Quizás es unarespuesta un poco fuera de lo profesional, pero en verdad fue mi forma de expresar que daría mi paso al frente.

«Unos días después, domingo en la noche, me llamaron que debía presentarme a las 8:00 de la mañana del lunes para entrar en combate, y aquí estoy hace casi dos semanas combatiendo, junto a otros compañeros, con mucha disposición.

«Sinceramente, cuando recibí la llamada confirmatoria me sobrecogí, pero no por miedo a contagiarme, sino porque dejaría atrás mi casa, y seres queridos que hoy extraño y que no están a salvo de este virus… Pero soy médico y este es mi lugar ahora, de manera que estaba preparado. Sabía que esa llamada la harían en algún momento.

«Al llegar, recibimos todas las instrucciones para trabajar y nuestros medios de protección. Cada especialista con un grupo de enfermeras capacitadas formamos un buen equipo. Trabajamos muchas horas, realizamos muchas guardias, corremos muchos riesgos, pero con la satisfacción que nada será en vano. Aquí estaremos 14 días junto a ese monstruo silencioso que puede estar detrás de varias puertas, pero al que en Cuba se le puede picar la cabeza».

—Las personas se quejaban, sobre todo al principio, de las condiciones de algunos centros de aislamiento. ¿Cuál es tu visión, a juzgar por lo que vives ahí?

—Es verdad que no estamos en las mejores condiciones, pero tampoco estos centros son hospitales. Este, por ejemplo, era un albergue de becados: nada que ver con una construcción hecha a la medida de las normas sanitarias del Ministerio de Salud Pública, de manera que se van perfeccionando los procesos sobre la marcha y se resuelven los problemas.

«Lo más importante, el enfermo lo tiene aquí en su cabecera: el personal médico, los medicamentos y la alimentación. Es en condiciones de campaña, pero accesible a todo el que se enferme, no a un grupo élite y los demás que se los lleve el monstruo, como lamentablemente sucede en algunos países».

—¿Cómo transcurre un día tuyo ahí dentro?

—Tranquilo, pero con la tensión a flor de piel por algún paciente que comienza con síntomas. No he vivido experiencias fuertes por la gravedad de alguno de ellos. Vivimos muchas restricciones necesarias que para nosotros los jóvenes son fuertes, como no recibir visitas de ningún tipo, no despojarnos de los medios de protección en todo el día… pero todo es por nuestro bien y nos acogemos a ellas con disciplina.

«Extraño mi casa, a mi novia que también es médico, a mis padres… Fundamentalmente a mi padre, que es médico pediatra y combatió el coronavirus en Dominica. Ahora dirige aquí en la provincia un centro de aislamiento y también está expuesto a peligros y privaciones, pero estoy muy orgulloso de él».

—¿Qué le dirías a los jóvenes que están acá afuera?

—Especialmente a los que no están en el combate directo, que cumplan las medidas de aislamiento y el uso del nasobuco para que nuestra estancia aquí sea menor, y sobre todo para controlar el contagio y la transmisión de la enfermedad y volver todos a nuestra vida normal por el desarrollo del país y el bienestar del pueblo, que no va a ser aplastado por este virus, porque si en más de 60 años de lucha nunca hemos cedido ante el enemigo, menos cederemos ante este otro monstruo.

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