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Carga fresca en el viejo espigón

Una treintena de jóvenes del poblado de Boquerón da rápida respuesta a la necesidad de fuerza laboral para las operaciones de carga y descarga de mercancías

Autor:

Haydée León Moya

CAIMANERA, Guantánamo.— Por las venas de muchos corre sangre de estibador. De un oficio de familias que han vivido por generaciones cerca del viejo espigón y del puerto de Boquerón, al sur de la bahía de Guantánamo.

Por eso, ahora que el enfrentamiento a la COVID-19 impone reglas para ganarle terreno a esa enfermedad, poco más de una treintena de jóvenes de este poblado costero, latió esa herencia que es consustancial al hecho de habitar en las proximidades de un puerto.

Hacía falta brazos para sustituir los de quienes habitualmente cargan y descargan las patanas y barcos que llegan a esa rada. Porque con el último y aún no controlado rebrote de personas contagiadas en territorio guantanamero, lo más aconsejable es evitar el diario movimiento de trabajadores de esa entidad, que residen fuera del poblado.

Y fueron los jóvenes los primeros en presentarse. Además de saberse entrenados, estaban seguros de que transcurriría sin problemas un proceso que, en cualquier lugar del país, puede terminar con el acuerdo entre las partes interesadas, pero en Boquerón no.

Como en todo, es diferente, pues un contrato laboral allí, justo en la frontera con los 117,6 kilómetros cuadrados del suelo patrio ilegalmente ocupado por un enclave militar norteamericano, implica muchos controles, verificaciones… en las proximidades del puerto y más allá.

Pero ahí están los muchachos, descargando los alimentos que se distribuyen a través de la canasta básica normada que llega a cada familia guantanamera. O cargando una embarcación repleta de sal que va rumbo a otro puerto y a otra geografía.

No es un trabajo fácil. A fuerza de hombros en cada movimiento llevan a sus espaldas toneladas de arroz, frijoles, azúcar…. Una operación que repiten muchísimas veces, porque es lo que se necesita para dejar listas las embarcaciones para otra travesía.

Así conforman las estibas, primero dentro del barco para que las extraiga una grúa y las deposite sobre un camión. También en los almacenes si son los montacargas los que están en acción.

Pasión por el trabajo

Yoel Gómez Guerra tiene 27 años de edad; le gusta el oficio de estibador, aunque no tanto como para dedicarse a ello toda la vida, como su padre.

«Pero cuando me necesitan siempre estoy aquí, más ahora con todas las limitaciones por la pandemia», dice uno de los 36 muchachos de Boquerón que impiden ahora mismo que se compliquen las cosas en el puerto.

Lo hace, asegura, por encima de todo porque sabe que «de ese trabajo que ahora realiza depende que lleguen a tiempo los mandados a la bodega», comenta.

Maite Indira Goulbourne Tito, primera secretaria de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) en el municipio de Caimanera, quien reside, por cierto, en el poblado de Boquerón, habla de lo dispuestos que son ante cualquier apremio, y de lo mucho que directivos del centro valoran el trabajo de esa cuadrilla que rejuvenece el «rostro» del viejo puerto, la principal vía de transporte marítimo para la importación y exportación de mercancías de la provincia.

Mientras, Rafael Rodríguez, director de esa Unidad Empresarial de Base (UEB), perteneciente a la Empresa de Servicios Portuarios de Oriente, comenta que «cuando hay operaciones en el puerto ellos lo saben y vienen a solicitar trabajo, y aunque no haya posibilidad para todos siempre se contratan algunos.

«Pero, ahora alrededor del 70 por ciento de la fuerza que hace esa labor se mantiene en sus casas, pues tienen que trasladarse todos los días desde la ciudad de Guantánamo, que presenta una alta incidencia de casos positivos a la COVID-19. Por eso pudimos emplear a 36, todos muy jóvenes y laboriosos», precisó.

«Entre los meses de febrero y lo que va de marzo descargaron alrededor de 1 800 toneladas de arroz para la canasta familiar, en tiempo récord, sin ningún tipo de inconvenientes y cumpliendo todas las medidas sanitarias», agregó el Director de la UEB.

Vladimir Collado Rasúa, jefe de brigada del grupo de estibadores, dice que son muy entusiastas y saben estibar, es como si lo llevaran en la sangre. En estos momentos no arriban muchas embarcaciones, pero cuando entran, ya están organizados en dos turnos de trabajo. Un grupo trabaja de siete de la mañana a 2 y 20 de la tarde y el otro de tres de la tarde a diez de la noche, y se alternan.

Los oigo hablar y me doy cuenta de que les apasiona ese trabajo y les interesa quedarse fijos cuando haya una posibilidad, incluso sabiendo que con la poca afluencia de embarcaciones se pueden ver afectados salarialmente. Pero es más que nada, porque aquí, además, hay pocas fuentes  de empleo. Los centros escolar y gastronómico, el taller textil y unas pocas plazas en servicios comunales, están lejos de cubrir las demandas de ocupación laboral de la población joven de Boquerón.

Ellos, me dice la Primera Secretaria de la UJC del municipio, vieron esperanzas de trabajo cuando se habló de recuperar el organopónico, instalar una minindustria de materiales de la construcción o producir carbón, «pero todo se ha quedado en proyectos», asegura.

De ese modo, ellos siguen mirando a la UEB, laboralmente como su puerto seguro, y ahora mismo como su trinchera para ayudar a reducir el índice de contagio y propagación del coronavirus en Guantánamo.

 

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