Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La Revolución me puso a golpe de cámara toda su lucha

La toma de Girón es algo imperecedero en mi vida, afirma Ernesto Fernández Nogueras, quien ha dejado para la posteridad la memoria gráfica de la historia de una nación.

Autor:

Hugo García

MATANZAS.— Nació en La Habana cuando comenzaba la Segunda Guerra Mundial. Quizás esa fue una premonición que lo acompañó en muchos momentos épicos. Sus fotografías abarcan desde la vida de ls Cuba prerrevolucionaria hasta los principales acontecimientos de la Revolución. Numerosas imágenes de personalidades del arte, la política y el pueblo común quedaron detenidas en el tiempo por su cámara.

En reconocimiento a sus más de seis décadas dedicadas al arte fotográfico, y ante la impronta del aniversario 60 de la Victoria de Playa Girón, Juventud Rebelde conversa en exclusiva con Ernesto Fernández Nogueras: fotógrafo, diseñador y editor.

Desde la década de 1950 usted incursiona en la fotografía. ¿Que lo atrapó de este oficio y cuál considera es su encanto después de tantos años?

—Para mí el encanto de la fotografía (y no me lo enseñó nadie) llegó cuando me di cuenta que detenía el tiempo. Cuando me di cuenta que uno apretaba el obturador y todo quedada grabado ahí para siempre, y mirabas al que habías retratado y sabías que seguiría envejeciendo, pero su imagen no.

—¿Las 11 fotografías que Robert Capa tomó en 1944, el llamado Día D, en la playa de Normandía, están borrosas y un poco desenfocadas, sin embargo, aseguraron su reputación como el más famoso fotógrafo de guerra y siguen estando entre las imágenes que se recuerdan en todo el mundo. Las suyas tomadas en Girón a los milicianos en los autobuses muestran un ambiente parecido…

—Creo que quizás a nosotros no nos hubiese pasado como a Capa, que, al igual que Cartier Bresson, gustaban de la luz de ambiente (y esto lo pienso yo, no es que lo sepa). Ellos, estoy seguro, contaban con fotómetros, por eso sus rollos salían tan perfectos.

«Vi los negativos de Capa que aparecieron en México, de los cuales se hizo un libro, y él medía la luz con fotómetro. En Normandía te das cuenta que las fotos están así porque el fotógrafo estaba acostumbrado a medir la luz y allí no podía por el agua: tuvo que ponerla calculando y él no estaba acostumbrado a eso, por eso le resultaba muy difícil.

«Para nosotros no es difícil porque nunca en la vida usamos fotómetros, a pesar de que usábamos película de distintos asajes. Estoy seguro que él tuvo que poner la velocidad y el diafragma a mano y quedaron movidas por la velocidad tan baja que aplicó, y eso le dio una belleza adicional a la foto».

—Capa afirmaba que «Si una foto no es suficientemente buena es porque no estabas lo suficientemente cerca». ¿Eso ha sucedido con usted en su extensa vida de artista de la fotografía?

—Mira, he llegado al convencimiento que yo soy el instrumento. Por eso digo muy convencido «Dios la tomó». Ahora te explico, Hemingway contó un día el trabajo que le costaba pararse delante de una máquina de escribir para terminar el capítulo de una novela y decía que para poder empezar se paraba delante de la máquina y escribía todas o cualquier cosa que se le ocurría, y al poco rato, sin darse cuenta, ya estaba enganchado con los capítulos. Al final se sentía muy satisfecho.

«A mí me pasa lo mismo: llego a los lugares (sobre todo en un reportaje=, empiezo a tomar fotos de todo lo que crea que tiene valor. Lo voy haciendo con calma (y te estoy hablando de rollos), y no te puedo decir es en qué momento el cerebro pasa al disco duro y todo lo que se parezca a alguna imagen que tenga guardada, la mejora y la lleva a la cámara.

«Por eso hay fotos que me gustan mucho, pero no las miro tanto pues me empieza el sabor de que no es mía. También te puedo decir que por una circunstancia especial hubo una época de mi infancia en que vi mucho cine».

Nick Ut, quien captó la icónica imagen de la niña quemada con napal, ha insistido que «lo más importante es pensar en la historia de la foto antes de tomarla». ¿Coincide usted?

—No sé a qué se refiere Nick Ut. La imagen es muy dialéctica. Nunca una misma imagen, o mejor dicho, un lugar, es el mismo. El aire, la luz y el movimiento la van cambiando. Estoy hablando de segundos. Quiere decir esto que si usted va caminando, la imagen que usted va viendo según camina es común a todos los que van a su lado.

«Aparentemente todos la ven iguales, pero tiene un movimiento (vamos a decir interno), por segundo. Su momento no es igual siempre y hay que contar con un cerebro que tenga muchas imágenes en el interior para ver esos cambios y ver exactamente aquel para que la persona que caminaba con usted diga: esta no es la foto que tú tomaste cuando caminábamos juntos. 

«Hay que estar muy despierto para cogerla, y eso nada más que lo puede hacer un cerebro entrenado. Por ejemplo, conocí un fotógrafo cubano que estuvo trabajando para LIFE, gracias a Guillermo Cabrera Infante, un escritor y amigo que lo trajo a Cuba después de hacer con él un gran trabajo sobre la fiesta que dio Mike Tood en el Madison Square Garden de Nueva York, por una película que había tenido mucho éxito. 

«Jesse Fernández era el nombre de este fotógrafo, y te puedo decir que a mí me pasó lo mismo con unas fotos que tomó estando conmigo. Un día, a la salida del periódico me pidió que lo acompañara hasta el Vedado, a pie. Así lo hicimos, y mientras caminábamos y hablábamos, el disparaba su cámara.

«Días después me enseñó algunas y me quedé bobo: a pesar de haberlo visto trabajar y disparar su cámara, veía los lugares distintos. Estuvo muy poco en Cuba, pero dejó un tabloide en blanco y negro y a color que se llamó A Cuba con Amor, en el que vas a ver las fotos más bellas que puedas haber visto sobre Cuba.

«En resumen, la vida, a pesar de sus baches, es muy bella, y para que siga así hay que tomarle fotos, porque, como se dice, la foto detiene el tiempo. Hay que retratarlo todo para ganar en experiencia».

Girón en la memoria

Ernesto Fernández Nogueras dejó para la posteridad icónicas imágenes de la invasión mercenaria por Bahía de Cochinos.

Insiste en que los únicos que pueden contar mejor que nadie la historia de cada instantánea sobre los combates, son los milicianos:

«Los que combatieron allí, los que se enfrentaron a la invasión pensando que iban a luchar contra uno de los mejores ejércitos del mundo, y llegaron al mismísimo bastión y lo tomaron después de 72 horas de combate, y a pesar de que no habían visto ni un soldado norteamericano hasta ese momento en que tenían la victoria en la mano, seguían pensando qué podría ocurrir que se los encontraran.

«Al amanecer del día 19, los tres o cuatro acorazados norteamericanos que se encontraban muy cerca de la costa enfilaron sus proas hacia el balneario de Playa Girón y, a toda máquina, partieron de frente contra las costas cubanas. Varios tanques de guerra cubanos quemaron sus esteras rápidamente hasta el borde delantero de las playas, junto a las tropas que estaban allí para hacerles frente, y sucedió lo mismo que el día anterior cuando aparecieron naves aéreas norteamericanas identificadas por el periodista Bob Taber, que se encontraba allí conmigo cubriendo la invasión.

«¡Ahora si empezó la cosa de verdad!, gritaron los muchachos cerca del periodista, mientras cinco aviones F-105 se lanzaban contra 17 camiones armados con ametralladoras cuatro bocas y sus dotaciones, que marchaban detrás, a pocos kilómetros de los autobuses cargados de tropas.

«Esos aviones aparecieron arriba y dieron un giro para elevarse bien y los camiones aprovecharon para desconectarse y dejar emplazadas las ametralladoras, una detrás de la otra a lo largo de la carretera, lo que las convertía en comida fácil para esos aviones.

«Todos los muchachos sabían que eso era lo único que se podía hacer, costase lo que costase, y preparando sus equipos esperaron que terminaran su subida hasta bien alto, para entonces lanzarse en picada contra las ametralladoras.

«Esos muchachos, con una valentía increíble, esperaron hasta que el avión, que venía delante se iba a encajar contra ellos. En medio del vocerío que gritaba “¡Son aviones norteamericanos!”, comenzaron las 17 cuatrobocas a disparar, que multiplicadas por cuatro se convirtieron en 68 cañones vomitando metralla.

«Te digo que los aviones, cuando vieron aquello, no sé cómo lograron zafarse de esa lluvia de balas y giraron hacia el Norte: en segundos estaban fuera de nuestra vista. Por suerte, ellos no dispararon, y lo mismo pasó al otro día con los barcos como cuando vieron a los tanques avanzar contra ellos y levantar sus cañones para entrar en combate.

«Eso se demuestra que cada vez que los milicianos pensaban que los americanos no iban a desembarcar, que aquello era entre cubanos nada más (como estaba sucediendo), ocurría algo para demostrar que sí vendrían y tratar de acobardarnos.

«No vinieron, pero en esa guerra que duró alrededor de 72 horas ofrendaron sus vidas más de un centenar de milicianos, además de numerosos heridos, lo cual demuestra lo encarnizado de los combates, que pusieron a prueba de lo que eran capaces estos muchachos. 

«Los milicianos vivieron en carne propia ese combate y no podían hacer lo que hacíamos los de la prensa: escondernos, agachar la cabeza contra el pavimento y tratar de pegarnos al piso como si fuéramos una hoja, para que no nos alcanzara la metralla.

«Ellos no, ellos tenían que ponerse de pie y seguir avanzando y avanzando, perdieran o ganaran. A muchos los vi pasar por mi lado siempre hacia delante en esas 72 horas, viendo muertos y recogiendo heridos, y tirarse en el suelo solo cuando aparecían los aviones.

«Vi a un miliciano lanzando naranjas para los grupos que estaban acostados en la calle gritándoles: «!Cojan las naranjas!», y el jefe, por otro lado, gritando: «¡Levántense y aprovechen!», para que siguieran adelante mientras el avión daba la vuelta para volver a bombardear, y nosotros aprovechábamos para hacer algunas fotos desde un lugar más seguro».

La historia lo recoge como el primer fotógrafo en llegar a Girón cuando la invasión…

Bueno, si bombardearon tres lugares en Cuba y amenazaban con invadir, hice lo que me pareció más lógico: pedirle permiso al director del diario, Carlos Franqui, para dormir en el laboratorio bajo promesa de que, si invadían, iría yo. Y así fue exactamente. El director cumplió. Cuando le avisaron me llamó, y me envió para el lugar en menos de cinco minutos.

«El lunes tarde en la noche regresé de Playa Girón para revelar todo lo tomado por mí ese día. A las dos de la mañana me fui a despedir del director para irme de nuevo a Girón, y cuando me le presenté había una persona a la cual había visto varias veces por allí, y Franqui me dijo, medio en risa: “Ernesto, ¿no te molestaría llevar al compañero Taber contigo?”.

«Medio cortado dije: ¡Claro!: se trataba del fotógrafo Robert Taber, el que le hizo la más grande y mejor entrevista a Fidel Castro en la Sierra Maestra. Era tan larga que se transmitió de costa a costa durante dos días seguidos. Él tiene la colección más bella de fotos de la Sierra Maestra… Una de esas es la que sirve de logotipo al periódico Granma: Fidel con el fusil en alto en la Sierra Maestra.

«Con Taber llegamos en horas de la mañana a la ciénaga y nos enteramos que estaban velando al Capitán Antero Fernández. Fuimos a la casa e hicimos unas fotos. Seguimos a Pálpite y así todo el día con Taber, hasta el bombardeo de los autobuses. La foto en que aparezco tirando fotografías al lado del autobús bombardeado e incendiado me la hizo él.

«A las 7:00 p.m. le dije que me marchaba para La Habana para revelar los rollos y que temprano en la mañana vendría con rollos nuevos y las cámaras arregladas, porque producto de las explosiones, los golpes o sabe Dios qué, se le habían zafado los cuatro tornillos que aguantaban el frente. Lo curioso es que las dos cámaras eran iguales: Nikon S2, con lente 1.4, y  a la de él y a la mía les pasó lo mismo.

«Las arreglé en casa de un mecánico que le decían Chiqui, en la calle 20 de Mayo, y partimos de nuevo para Girón con las cámaras sanas y varios rollos. Llegué alrededor de las diez de la mañana. Nos tropezamos con muchas personas que venían de Playa Larga y decían que venía una contraofensiva. Esas bolas corrían entre la población civil a cada rato y decidimos correr para llegar rápido a donde estaba Taber.

«Lo primero que nos enteramos fue que estaba herido, y que alguien suponía que era un mercenario porque iba vestido de civil y gritaba que lo llevaran a un hospital. Todo esto y más le pasó al pobre Taber. Por fin alguien lo identificó y supimos que tenía una herida grave en una pierna producto de los obuses.

 —¿Cómo logró que se publicaran con inmediatez sus fotos?

—El lugar estaba a par de horas de La Habana y eso permitía regresar por la noche a revelar y volver muy temprano en la mañana a la zona de guerra. El carro en que fui el primer día era una guagüita VW, y el último día fui en un “pisicorre”, creo que marca Chevrolet.

«Así lo hice el lunes y el martes. El miércoles no, porque entramos con las tropas cuando se tomó Girón y me acosté a dormir en el portal de una de las cabañas.

«Todo lo demás fue suerte. Alguien vio las fotos cuando las entregué esa noche y diseñó un fotograbado de cuatro páginas que salió el mismo día que cayó Girón».

Diez fotografías suyas de esos hechos estarán permanentemente expuestas en el Museo Memorial Girón a partir de este abril…

—Entre esas diez me es difícil escoger alguna por encima de otras, pero sin duda los autobuses bombardeados e incendiados, y los milicianos avanzando a pesar de la metralla, me impresionan siempre.

«Esos son los hombres que quisiera hablaran de esa guerra delante de mis fotos, para que explicaran lo que ahí se ve, porque yo hice el cuerpo, pero ellos tienen que hablar del corazón».

—¿Qué ha quedado en su memoria de aquellos días?

—Entrar con las tropas en Playa Girón y tomarlo al atardecer, en medio de la alegría y el dolor que acompañaba el triunfo, es algo imperecedero para mí.

—En las batallas, ¿cuál es su valoración de las fotos tomadas delante o detrás de los combatientes, en cuanto a su impacto visual?

—En lugares donde se combate se supone que nadie vaya delante de ti, aunque el escritor Norberto Fuentes y yo lo hacíamos a veces cuando la cosa se ponía un poco caliente para que los muchachos empezaran a gritarte y pasara ese momento. Fui aprendiendo que buscar el combate crudo casi nunca podía aportar mucho, pero el retrato antes o después del combate es demoledor. En el otro es un muerto más.

Universalizar la Revolución

—Una vez afirmó que le debía a la Revolución el haber puesto en la mano, a golpe de cámara, toda su lucha. ¿Se siente orgulloso de haber estado en la primera línea?

—Me preparaba para el final de Batista, quería tomar fotos de todo lo que sucediera. Uno no nace sabiendo, pero como digo, nací con mucha suerte, por eso repito siempre “que Dios esté conmigo”.

«Lo que me ensenaron los grandes fotógrafos de Carteles fue que había que retratarlo todo, una vez que te lanzabas con la cámara, y no había uno solo que no tuviese una foto que reflejara aquella idea, en la que dejaban constancia para siempre de la vida. Para nosotros fue muy fácil. La Revolución era arrolladora y transformadora. Por eso digo que me puso a golpe de cámara toda su lucha». 

¿Qué significa para usted haber universalizado la moda de la Revolución mediante imágenes?

—Nuestras fotografías universalizaron la Revolución, pero quien nos dio a conocer fue María Eugenia Haya, que empezó a realizar exposiciones por el Mundo.

—Con tantas guerras, usted está vivo de milagro…

—Fui a Venezuela con otros diez cubanos cuando un general venezolano cruzó la frontera por San Cristóbal para invadir esa nación, por órdenes de Trujillo. Aquello fue una tragicomedia. Llegamos y no teníamos un solo papel arriba. Para entrar nos resolvió un diputado, Fabricio Ojeda, que logró que nos pusieran un montón de vacunas y así, con él, entramos sin un solo papel y arrancamos para el estado donde había cruzado el General con sus hombres.

«A la mitad del camino nos avisaron que se había rendido y regresamos a Cuba, no  sin antes hacer un poco de amistad con Fabricio, que tiempo después fue asesinado en la cárcel.

«Con el escritor Norberto Fuentes (Premio Casa de las Américas) estuve en la Lucha contra Bandidos en 1963, en la lucha contra Piratas en 1965 y en Angola de 1981 hasta l983. Ambos compartimos dos guerras (vamos a decir que tres, pues para saber qué era aquello de los piratas había que estar en una emboscada dentro del agua subido sobre el mangle de madrugada; Angola y la Lucha Contra Bandidos.

«Norberto me decía que no le tenía miedo a nada mientras estuviera conmigo, porque yo le decía que nunca me había visto entre los muertos, y así era. Parece que el cine me dejó una gran influencia, pues todo lo veía como una proyección que a cada rato cambiaba de imagen».

—¿Cree que el miedo incide en lograr una buena obra?

—Miedo tiene todo el mundo, hasta que te acostumbras, o te descuidas y ya. Yo siempre trataba de tener más miedo, aunque no pudiera hablar porque me temblaban los dientes, porque era cuando me sentía más seguro.

—¿Sin la llamada Fotografía de la épica revolucionaria, piensa que su obra no hubiese sido tan reconocida?

—Bueno, no sé si es muy conocida, pues cuando regresé de Angola en 1983 me dediqué a hacer reportajes en el campo, y las pocas exposiciones que hice fueron por algún amigo que me invitó o alguna exposición que hacía de Playa Girón.

«Todo el mundo empezó a hablar de las fotos después del premio que obtuve, gracias a la compañera Luisa Campuzano y a la Casa de las Américas, que me propusieron para el Premio Nacional de Artes Plásticas».

La crítica valora su obra como un repertorio visual que echa abajo las fronteras entre el fotorreportaje y el ensayo fotográfico. ¿Se lo propuso usted?

—Eso debe de ser por lo que digo de que las fotos las hace el disco duro del cerebro. Me acostumbré que donde quiera que hago un reportaje me quedo a dormir los días que sean, y los trato todos, en la medida que pueda, como ensayo. Eso sí: me encanta el reportaje.

¿Cuáles son las cinco fotografías que siempre lo acompañarán?

—Las de mi familia.

—¿Qué considera que ha cambiado en la fotografía?

—Todo, menos el huequito. Sin huequito no hay foto.

¿Cuánto extraña la época dorada de la técnica?

—De eso no quiero hablar… Es el único invento cuyo desarrollo ayuda para casi todo, pero te perjudica en la persecución. Mientras avanza tu sufres más, porque hasta ahora cuando tu tenías una visión de 20-20 veías perfecto, hasta un punto. Con la alta definición no sabes por dónde andas. Estás acostumbrado, aunque tengas la mejor vista, hasta un límite. Ves la cara de una mujer bien maquillada y la vez bella, pero de pronto vez esa misma cara en la televisión, y lo que ves es una definición que te mata, le ves hasta la marca de la punta del lápiz que le pasaron por los ojos y su cara parece un dibujo.   

«Como no me queda más remedio, tengo que entrar en el mundo digital, pero no confió… Siempre pensé (desde que empezó la era digital) que las grabaciones iban a ser óptico magnéticas, porque impresas en un rollo de fotografía lo más que puede ser es que se ralle un poquito, pero no se pierde la imagen porque está impresa. Fíjate que las películas se echan a perder, pero el sonido no. Esa era la belleza del blanco y negro, que todo se veía como era y la gente ni se daba cuenta que no tenía color».

¿Cómo ha logrado preservar tantos negativos y fotos?

—Los rollos los tengo metidos en un closet cuya pared da a la cocina y se mantiene a buena temperatura sin humedad. En 60 años no me ha cogido hongo ni un lente ni una película.

¿Qué le ha pesado no haber hecho en su vida?

—Me siento muy bien con todo lo hecho, y feliz. Que me perdone alguien al que le pude haber causado daño… Aunque estoy casi seguro que no.

¿Alguna vez se impresionó tanto que dejó de apretar el obturador en el momento preciso?

—Si es verdad que siento el obturador, es que no estoy haciendo la foto verdadera.

—¿Soñó que su obra sería imperecedera para nuestra historia?

—No creo que nadie piense en eso. Uno lo hace porque quiere hacer un buen trabajo, pero nadie sabe qué va a pasar con eso. Son muchos los fotógrafos, y con mejores condiciones aparecen y no queda nada tuyo. Cuando de pronto las cosas tuyas cogen valor, por supuesto que te alegras mucho.

Instantes tras el lente

Ernesto Fernández Nogueras se inició como fotógrafo en 1955 en la revista Carteles, y se unió en 1958 al diario clandestino Revolución. Trabajó en la revista Mella y a partir de 1960 para Cuba Internacional y la Agencia Prensa Latina. Cubrió la primera movilización de 1960, la invasión a Playa Girón, la Crisis de Octubre y la lucha contra bandidos en el Escambray. Fue también corresponsal de guerra en Angola y Nicaragua.

Ha realizado numerosas exposiciones personales en Cuba y el extranjero. En 1978 publicó el libro Unos que otros, testimonio fotográfico sobre los trabajadores de la construcción. Sus fotos han sido reproducidas en las obras Cuba: fotografía de los 60, de 1988, y Cuba: Cien años de fotografía, publicado en 1998.

Ha recibido numerosos premios nacionales e internacionales, entre los que se destacan el Tercer Premio de la Organización Internacional de Prensa en 1961 y el premio del Fondo Cubano de la Imagen Fotográfica, que se otorgó durante el 3er. Congreso Latinoamericano de Cultura, celebrado en La Habana en 2005. También obtuvo el Premio de Fotografía Iberoamericana que otorga la Universidad de Harvard, Estados Unidos.

Cuenta con más de 40 exposiciones personales y colectivas, y sus obras han sido expuestas en Canadá, Estados Unidos, Francia, México, Brasil, Italia, Inglaterra, España y Alemania.

Le han sido otorgadas las medallas Playa Girón; la de Combatiente Internacionalista de Primer Grado; la de Servicio Distinguido de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR); la Raúl Gómez García; la Réplica del Machete de Máximo Gómez; la Orden Félix Elmuza, de la Unión de Periodistas de Cuba, y la Distinción por la Cultura Nacional.

 «Yo siempre trataba de tener más miedo, aunque no pudiera hablar porque me temblaban los dientes, pero era cuando me sentía más seguro», confiesa Ernesto Fernández Nogueras. Fotos: Ernesto Fernández Nogueras

 «Las fotos de los autobuses bombardeados e incendiados, y los milicianos avanzando a pesar de la metralla, me impresionan siempre», nos dice Fernández Nogueras.

Fidel en el central Australia, de Jagúey Grande. 

José Ramón Fernández en Girón.

Carteles de la exposición que se inaugura este 19 de abril en museo Memorial Girón

 

 

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.