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Donde fuego hubo, historias quedan

Tras un lamentable silencio en torno al hecho, JR aviva las llamas de lo ocurrido en áreas del Parque Nacional Alejandro de Humboldt, uno de los ecosistemas biológicamente más diversos del planeta, donde durante 11 días tuvo lugar un incendio de grandes proporciones, por suerte ya controlado con la labor de fuerzas especializadas y el apoyo de la población de dos provincias del oriente del país

Autores:

Haydée León Moya
Nelson Rodríguez Roque

Nada es concluyente aún. Ni las causas ni el dato exacto de los daños causados por el incendio de grandes proporciones que, eso sí se sabe, redujo a cenizas un extenso bosque de pinos perteneciente al   Parque Nacional Alejandro de Humboldt, la mayor y más importante área natural protegida de Cuba, ubicada al norte de las provincias de Holguín y Guantánamo.

Nadie quiere adelantarse y confirmar que fue la negligencia humana la que ocasionó este golpe a la biodiversidad, pero se dice que fueron encontradas huellas frescas de pisadas y de actividades mineras furtivas donde presumiblemente comenzó todo: en un punto entre Cayo Probado y Alto de Cruzata, en las cuencas de los ríos Yarey y Jaguaní, un sitio inhóspito, prácticamente inaccesible, donde el más cercano asentamiento humano se encuentra a unos 15 kilómetros de distancia. Ya se sabrá, o no, el resto de la historia.

Precisamente desde allí, desde la comunidad de Riíto, recibieron las autoridades de Yateras la primera alerta. Albis López Ramírez, primera secretaria del Partido en ese municipio guantanamero, cuenta ese detalle y lo que sobrevino después.

«Eso fue en la tarde del día 16 de abril, apenas habíamos terminado la reunión del Consejo de Defensa, activado entonces solo por la COVID-19. Nos llamó un poblador. No se escuchaba bien, pero dijo que estaba viendo una cortina de humo a lo lejos. Unas horas después, guardaparques que realizaban exploraciones de rutina en la zona, informaron al Citma que, efectivamente, ardía un bosque en el área protegida Ojito de Agua», precisó la dirigente.

«Ese mismo día comenzó el enfrentamiento por parte de las fuerzas especializadas, y al siguiente solicitaron refuerzo. Y la respuesta fue rápida, aunque no más que la candela, que demandó 11 días de mucho esfuerzo de la gente para controlarla», valoró la Presidenta del Consejo de Defensa.

Y, en efecto, el siniestro alcanzó grandes proporciones. Al decir de testigos presenciales, fue violento, rápido y furioso. Tan agresivo que 15 días después de haber ocurrido, y aunque ya fue técnicamente sofocado, aún se avistan en dos puntos del lugar llamas bajo las cenizas.

Era de esperar, dice el investigador guantanamero Gerardo Vegué Quiala, subdirector de la Unidad de Servicios Ambientales, rectora del Alejandro de Humboldt, núcleo principal de la reserva de la biosfera Cuchillas del Toa, la mayor y más valiosa de las cuatro existentes en Cuba.

«Se produjo en un área boscosa con más de 30 años de conservación y, por tanto, acumulaba una gran alfombra de hojarascas y alquitranes, material altamente combustible, a lo que se sumó la ausencia de precipitaciones por mucho tiempo y la ocurrencia de fuertes vientos casi permanentemente», detalló el experto.

Y agregó a tales condiciones favorables para la propagación de las llamas y las complejidades para sofocarlo por tierra, las características del relieve de la zona: muy agreste, pródigo en cañones y vaguadas profundas, lomas, cuchillas… donde es muy difícil hacer una línea de control.

Irle arriba a la candela

«Yo iba delante abriendo trocha, chapeando hasta dejar el suelo en la tierra limpia, pero el fuego seguía para encima de mí. En un momento vi el río y dije, se embromó, al menos por esta parte, pero qué va, la candela brincó el río. Nunca había visto una cosa igual. Allí hay una matica que se prende nada más de ver un fósforo, es muy liviana y el viento la lanzaba lejísimos», cuenta a Juventud Rebelde Keyler Terrero Ruiz, analista de la sucursal en Yateras del Banco de Crédito y Comercio.

El joven de 30 años fue de los más de 200 pobladores de ese municipio que se convirtieron en apagafuegos durante varios días: «Llegué allá el día 20, aquello estaba todavía, literalmente, en candela. Fui porque se requería refuerzo, pero también animado por la curiosidad de ver las mariposas y los animales raros que, me decían, abundaban por allí, pero no vi ni uno. Huyeron, pienso yo», acota.

Yordanis García Pérez, técnico de Higiene de Servicios Comunales, tiene 30 años y vive hace cuatro en Yateras, adonde el amor lo trajo desde Las Tunas: «Subí para la zona del incendio el martes 20 y allá estuve dos días. Cerca de donde estaba el campamento, que tuvimos que mudarlo dos veces porque el fuego lo amenazaba, había una mata de mango llena de tocororos. Su canto parecía allí un llanto. Esa imagen la tengo en mi cabeza, pero sobre todo el momento en que se fue de mi vista, la candela me la borró».

Tan diversa como la edad es la procedencia de quienes conformaron el ejército popular de apagafuegos en el área protegida, donde se concentra el dos por ciento de las especies de flora de la Tierra, entre los cuales 905 son especies endémicas, casi el 30 por ciento de las reportadas en el país.

Diovanys Simón Durand, por ejemplo, tiene 50 años de edad y es cocinero de la empresa comercial de Yateras. Llegó a Ojito de Agua el 17 y permaneció allí seis días. «Hubo jornadas en que preparé alimentos para 250 personas fajadas con la candela. Hasta con los pies apagaban la tierra con brasas».

«Vi llamas enormes, como de 15 metros de altura. Y la gente bajo los árboles sin pegar los ojos. Era difícil. De madrugada la gente apagaba el fuego y yo les encendía el estómago con un buchito de café. La mayoría en el combate eran jóvenes, muy jóvenes… Y una hierba rara que hay por allí les provocó alergia a varios, pero seguían palante; no se quejaban, ninguno bajó si no tenía sustituto».

Historias similares se encuentran en territorio holguinero, porque alrededor de tres días después de originarse el fuego, las llamas andaban sin control en áreas del Parque ubicadas en el municipio de Moa.

«A causa de los fuertes vientos (rachas de 35 a 50 kilómetros por hora), se propagaron de manera irregular hacia el lugar conocido como Pico El Toldo», rememora el joven periodista holguinero Rubiel de la Cruz.

«Fueron 109 personas del Cuerpo de Guardabosques, el Citma, la Empresa Agroforestal Moa y las comunidades de Farallones y Calentura, las movilizadas para extinguir las llamas, pese a lo inaccesible del lugar. En aras de avanzar hacia la zona de Ojito de Agua, la porción holguinera con más proliferación del incendio, se debían sortear más de diez kilómetros desde el asentamiento poblacional más cercano».

Este profesional de la televisión moense había visto en acción en otras oportunidades a quienes se encargan en esos predios de enfrentar tales fenómenos; pero siempre impresiona cómo el hombre se niega a que las cenizas sean la regla: «Fue necesario utilizar un buldócer que abriera trochas, mejorar el camino y humanizar el traslado de los especialistas, cuya misión principal era mantener fuera de peligro a los habitantes de Farallones y Calentura».

Para De la Cruz resultó decisivo el empleo de medios aéreos en las operaciones: se vertieron más de 30 000 litros de agua en unos 13 viajes. Así se apoyaron las tareas en tierra, encargadas de aislar el incendio que devoraba los bosques.

En todo momento, aclara a Juventud Rebelde el colega De la Cruz, se cumplieron las medidas establecidas por el Consejo de Defensa Municipal en Moa para eventos de este tipo, al puntualizarse las misiones y sus aseguramientos, a la vez que un grupo de trabajo, permaneció todo el tiempo transmitiendo información constante a la población, toda vez que no se descartaba su posible evacuación, evitada gracias a la labor de control desplegada.

Inexacto aún, pero…

Expertos guantanameros  y holguineros en temas medioambientales dejaron claro que aún no se tienen datos exactos del impacto del siniestro. Sin embargo, coinciden en que se presume que fueron afectadas entre 1 500 y 3 000 hectáreas de bosque.

«Las formaciones vegetales más dañadas son los bosques de Pino Cubano (Pinus cubensis), localizados sobre suelos ferríticos en la Sierra de Moa, y en general la biodiversidad del bosque y la vegetación de bajo porte», puntualizó Geovani Zaldívar, jefe del departamento de Recursos Naturales y Cambio Climático de la Subdelegación holguinera de Medio Ambiente del Citma.

No deja de ser un duro golpe a este emblemático parque natural, que en sus casi 80 000 hectáreas de extensión atesora uno de los ecosistemas biológicamente más diverso del planeta. Pero no deja de ser, la manera en que se enfrentó esta desgracia, una muestra altísima de conciencia medioambiental del pueblo y los organismos involucrados en su preservación.

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