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Muerto el fuego, ¿se acabó el problema?

Ya la candela pasó, pero entre las cenizas quedan lecciones que bien vale la pena aprender, para evitar siniestros como este, incluso mayores

Autores:

Haydée León Moya
Lilibeth Alfonso Martínez

Podría pensarse que tras un mes quemando bosque en la reserva natural más importante del país, lo peor que podría haber pasado ya pasó. Que puede contarse en pasado la historia del incendio que avanzó por unas 1 896 hectáreas de pinares en el Parque Nacional Alejandro de Humboldt entre el 17 de abril y el 14 de mayo últimos.

Hace apenas unas horas, fuentes del Ministerio del Interior informaron que la minería furtiva para extraer oro de forma artesanal fue la causa de ese siniestro. Otra vez la negligencia humana, combinada con condiciones climáticas favorables —altas temperaturas, escasez de lluvias y vientos— y abundante material combustible.

Se calcula la existencia, en el momento del incendio, de unas 45 toneladas de hojarasca por hectárea. Y, se ha dicho, que desde hacía medio siglo no se reportaba algo así, ni siquiera parecido. En 2014, ocurrió un siniestro en este departamento, Ojito de Agua, pero fuera del período crítico.

Esta vez todo se acumuló y el fuego lo aprovechó: dañó casi el 14 por ciento de un área de conservación de gran endemismo de la fauna y flora cubanas. El dos por ciento de la superficie total de la mayor y más importante área natural protegida de Cuba está ubicada al norte de Holguín y Guantánamo.

No hay total coincidencia entre las instituciones responsables de la vigilancia y conservación del Humboldt en relación con la gravedad del hecho, fundamentalmente en lo referido al impacto en la fauna del lugar. En conferencia de prensa con medios de prensa locales y nacionales, Yamilka Joubert Martínez, directora general de la Unidad de Servicios Ambientales Alejandro de Humboldt, afirmó que las mayores afectaciones las sufrió la población de Pinus Cubensis.

«La microfauna del suelo, como lagartos, majaes y moluscos, fue la más afectada aunque tienden a huir de la candela y salvarse», dijo la directiva.

El investigador Gerardo Vegué
Quiala, subdirector de la Unidad de servicios ambientales Alejandro de Humboldt, confirma que, con respecto a la fauna, no fue una hecatombe, «pero no puede tampoco minimizarse, pues el fuego duró casi un mes, y eso generó un profundo disturbio en el ecosistema. A las especies se les crearon muchos conflictos, pudieron ser presa de otros animales mientras huían o llegar a un hábitat que ya estaba ocupado».

Un punto común entre las fuentes consultadas es la ausencia marcada de lluvia en una zona que era «la más lluviosa del parque, pero en los últimos 20 años se ha observado una contracción en la distribución de las precipitaciones en un 25 por ciento, como resultado del cambio climático, y esa disminución es muy significativa», detalla Vegué Quiala.

«También influyó el tipo de especie con que se resembró en esa área, sometida a explotación de tala intensiva de manera indiscriminada, desde los años 60 hasta los 90», agregó.

El experto explica, además, que «antes de que el área fuera explotada, en esa zona había un lapifolio, o sea, bosque poblado con árboles de hojas anchas, más heterogéneo, rico en diversidad de especies, y muy húmedo, lo cual lo hacía menos vulnerable a los incendios.

«El pino, la especie preponderante en los últimos años allí, es muy sensible a la candela, por tanto favorece la propagación de las llamas», continúa. Este es otro de los puntos en común entre los especialistas del Citma y la dirección provincial del Cuerpo de Guardabosques, perteneciente al Ministerio del Interior.

Rafael Wilson Castellanos, especialista en protección forestal de los guardabosques y máster en Ciencias Forestales, igual llama la atención sobre las condiciones climatológicas totalmente atípicas de los últimos años: «El incendio ocurrió dentro de la cuenca del Toa, donde normalmente el régimen de lluvias era superior a los 800 milímetros, con alta humedad relativa… entonces te das cuenta de que algo está pasando, y eso es una vulnerabilidad que permanece. Por tanto, existe la posibilidad de que ocurran otros incendios como este si se mantiene el clima como ahora».

Ante la realidad casi inamovible que impone el cambio climático, reconocer las condiciones que sí pueden ser transformadas para bien del hombre y la naturaleza, y para mal de los incendios forestales, y hacer algo al respecto, es lo que vendría a hacer la diferencia.

No es un criterio fortuito. Las alternativas propuestas por el Citma para reforestar el 60 por ciento del bosque donde el fuego hizo más daño, da cuenta de esa intención de cambio. La directora, Joubert Martínez, precisó que el propósito es plantar especies propias del bosque pluvisilva —más húmedo y menos propenso a incendios—, como el ocuje colorado, la uvilla y el roble, con posturas producidas en el propio parque, en viveros tecnológicos del proyecto Conectando Paisajes y otros que aportarán ONG como Oro Verde.

Discordia en la trocha

Pero saber no lo es todo, ni garantía total del cambio. Se conoce por ejemplo que la ausencia de sistemas cortafuegos (trochas) en el Humboldt es un asunto de viejas discordias entre los guardabosques y el Citma, que son los tenentes de las más de 70 000 hectáreas que ocupa el parque.

Wilson Castellanos opina al respecto que debería llegarse a un consenso sobre la necesidad de abrir trochas y mantener apropiadamente los caminos que funcionan como cortafuegos.

«No se quiere hacer trochas para no causar impacto. Los especialistas de áreas protegidas defienden que introducir equipos pesados puede afectar los ecosistemas, y se entiende, pero al mismo tiempo debería comprenderse que son necesarias, pues su ausencia es una gran vulnerabilidad», alerta.

«La protección contra incendios te dice que, técnicamente, una trocha debe tener de cuatro a seis metros para establecer un sistema de combate que detenga el fuego; y que de 12 a 50 hectáreas debe crearse un sistema completo de trochas que aísle esa área del resto. Eso hoy no existe en el parque.

«Durante el incendio no hicimos trochas, sino líneas de control, aceleradamente y con el esfuerzo de mucha gente, para tratar de detener el fuego, pero muchas fueron infructuosas. Eso te dice que si no creamos un sistema de cortafuegos que dé respuesta podemos seguir teniendo incendios en la montaña como este, que afecten grandes áreas. Porque se habla del viento, del material combustible, pero un buen sistema de cortafuegos hubiera evitado la quema de muchas hectáreas», insiste.

Wilson Castellanos dice haberlo vivido en carne propia. «En el área del incendio, el camino que va de Ojito de Agua a Farallones es un cortafuego que debía frenar la continuidad vertical y horizontal de la candela, pero estaba falto de mantenimiento por muchos años y no dio respuesta. De estar en buen estado, se hubieran salvado más de 200 hectáreas».

«¿Qué nos enseña además el incendio?», se cuestiona por otro lado Vegué Quiala, y se responde, con el fuego vivo apurándole las palabras: «Ser proactivos, sobre todo en la etapa más seca y que se sabe de mayor probabilidad de incendios (de enero a mayo). Y actuar todos, porque el parque no es solo de los
guardabosques y del Citma; hay muchos decisores a nivel de municipio y provincia que deben incidir en mayor medida…

«También la población de esas zonas debe ganar en cultura ecológica y educación ambiental. Y no digo que no exista: a fin de cuentas, si no fuera por los cientos de voluntarios que apoyaron en las labores, se hubiera quemado mucho más».

Tamaña porfía

Entre las vulnerabilidades identificadas en el Humboldt se cuenta la acción de quienes viven en el bosque, transitan por él, se sirven de él. Vegué Quiala asegura que se trabaja en disminuir las actividades furtivas, sobre todo la caza y la minería, pero es difícil. «Cualquiera diría que las personas del bosque tienen derecho a aprovechar sus recursos, y en parte es cierto. Pero tiene que ser de manera controlada y no siempre es así.

«Hay prácticas muy peligrosas y bastante extendidas. Para “castrar” las abundantes colmenas silvestres y aprovechar la miel, se prende fuego y se echa humo para espantar las abejas… Para cazar jutías, en algunas ocasiones, se hace un cerco de fuego alrededor de estas para acorralarlas». 

Las sanciones que se aplican a los violadores de las normas del parque tampoco ayudan. Las multas por contravenciones que se aplican hoy son muy blandas, tanto para las personas naturales como para las jurídicas, y eso hay que revisarlo. «Que la ley se haga sentir con fuerza contra el furtivismo es una manera de parar esas prácticas… como mismo hoy la gente vira corriendo a buscar su nasobuco, porque sabe que de no portarlo tendrá que pagar mucho dinero».

Todo eso apunta a la urgencia de identificar y resolver los puntos flacos de la protección contra incendios en el Alejandro de Humboldt porque, sin pretender darle méritos a un siniestro de esa magnitud, el hecho abre un camino a recorrer que no deberíamos dejar para mañana.

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