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Historias huracanadas

El poblado costero de Guayabal, enclavado en el litoral sur tunero, inscribe en sus anales históricos un dramático prontuario de embestidas meteorológicas

Autor:

Juan Morales Agüero

GUAYABAL, Las Tunas.— Los huracanes con currículos de verdugos y las marejadas con instintos asesinos distan de ser referencias inéditas para los habitantes de este pequeño poblado de la costa sur tunera. Los cuadernos de bitácora locales registran más de una escaramuza con los tercamente perversos emisarios de los dioses Eolo y Poseidón, responsables de casi todas las cicatrices que marcan la piel del asentamiento en su centenaria existencia.

Desde el siglo XIX, cuando una enorme tormenta lo zarandeó a su antojo, los fenómenos meteorológicos han persistido en incluir a Guayabal en sus itinerarios. En octubre de 1950, un huracán se hizo sentir, con sus consecuentes daños. En 1963 el tristemente célebre Flora lo caló hasta los huesos. Ike lo lanzó contra las cuerdas en septiembre de 2008. Y dos meses después, el ciclón Paloma lo puso al borde del nocao.

Aquel Paloma —por su fiereza, más bien leona— hizo que el mar penetrara más de un kilómetro tierra adentro y arrasara con la mayoría de las viviendas. Una sola resistió los embates del viento y las olas. Se trató de un inmueble construido en 1927 con sólidas vigas y montado sobre gruesos pilotes.

Y ahora asómbrese con lo que dice el sitio en Internet de la camagüeyana Radio Santa Cruz del Sur: «Llama la atención que de los dos pueblos arrasados por el ciclón de 1932 —la propia Santa Cruz del Sur y Guayabal—, las únicas casas que quedaron en pie fueron construidas… ¡por el mismo carpintero!».

Hay sosiego en Guayabal, a pesar de Elsa, y esta foto de un estero lo confirma… aunque todo podría cambiar. Foto: Juan Morales Agüero

Cuando el huracán Ike (2008), la casa sufrió un poco, y fue porque le cayó encima una mata de anoncillo. Paloma le dañó parcialmente el portal y algunas tejas. Aquella vez se les calcularon a las olas más de tres metros de altura. ¡Hasta el pequeño y humilde camposanto del poblado debió tolerar que la madre Natura profanara con su furia varios panteones!

Hoy, Guayabal y sus autoridades se han preparado convenientemente para proteger en todo lo posible tanto a su población como a los recursos que salvaguarda. Allí reina la tranquilidad, aunque saben que la situación podría cambiar. Pero, si así fuera, impera la confianza en sobreponerse.

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