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Un nuevo puente en Matanzas

Matanzas sigue firme, erguida sobre las fibras de su henequén, con puntadas de apoyo de todas las provincias. Sus cocodrilos llevan ahora bata y gorra de médico y juegan, contra la pandemia, como un equipo Cuba

 

Autor:

Enrique Milanés León

Una vez que leí la convocatoria de la Upec a ayudar a colegas matanceros, reparé en que no tenía modo de poner rostros al gesto, habida cuenta de que, camagüeyano que estudió en Santiago y muchos párrafos después vino a parar a La Habana, como soy, la tierra yumurina me ha sido esquiva: es de las que menos conozco y —salvo el más que fraterno Ventura de Jesús— no tengo en ella grandes amigos.

No, no he visto nuestra versión de Atenas y, para colmo, cuando me dispuse y pasé inventario descubrí que mi propia despensa parecía una recia filial del desierto de Gobi.

Pero… porque siempre también hay buenos peros, reconocí enseguida que había interpretado mal la noticia: no se trata tanto del qué (se dona), sino del horizonte de su para qué y de la hondura de su porqué. «Leyendo» estos últimos entendí del todo, me puse a buscar —cual palabra en el texto: Ctrl + B en mi corazón— y di con una pieza, una mínima pieza y no una pieza colosal, con la que yo pudiera colaborar. Y está ella, en la alforja de muchos, presta a servir a otro tras servirme a mí, por afianzarme en la idea de que, si me sobrara o hasta me alcanzara lo que entrego, la acción no tendría «gracia».

El de los periodistas no es un SOS ni otras letras desesperadas. Matanzas sigue firme, erguida sobre las fibras de su henequén, con puntadas de apoyo de todas las provincias. Sus cocodrilos llevan ahora bata y gorra de médico y juegan, contra la pandemia, como un equipo Cuba.

En estos días, a la Ciudad de los puentes la embellece un flamante viaducto de amor que tiene un sello de latir ingenieril: en vez de enlazar dos orillas, nos une desde una sola, plantados como estamos, bandera en alto, en el espigón de amor.

Así que estoy satisfecho. Con los de otros colegas, va a allá mi regalo simple, pequeño detalle máximo que tal vez la ventura o la chiripa pongan en manos de mi amigo Ventura o de otro periodista de pareja altura humana. Al fin y al cabo, eso no importa: como hijos de Carlos Manuel, todos somos matanceros. Si mi sangre va en mis textos, y créanme que en ellos corre, ¡por Matanzas, hasta mi propia tinta!

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