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La huella ante el futuro de Cuba

Una de las enseñanzas dejadas con la formación del primer Comité Central del Partido es que se debe crear conciencia política con estilos

de dirección ajustados a la vida y las preocupaciones del pueblo

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

Cuentan que aquel 3 de octubre de 1965, en medio de la frialdad húmeda de las selvas del Congo, el Che escuchó el acto de constitución del primer Comité Central del Partido Comunista de Cuba pegado a la radio y prácticamente sin hacer gesto alguno.

Desde La Habana, las ondas le llevaban la voz de Fidel y los aplausos en el teatro Chaplin. Fue un momento difícil para el Guerrillero Heroico. Los casi ocho minutos de lectura de la carta de despedida —redactada unos meses antes en una de las casas de seguridad en La Habana— debieron convocarle recuerdos y múltiples preguntas.

¿Por qué se daba a conocer algo que era muy personal? ¿Cómo serían recibidas esas palabras por el pueblo cubano? ¿Significaba ese documento un punto de no retorno a Cuba y su Revolución? Los combatientes de su columna internacionalista (y el mismo Che así lo confiesa en sus memorias de la gesta africana) cuentan que anduvo ensimismado por un tiempo.

Después vendría la retirada a Tanzania por el lago Tanganika, su tránsito oculto por Checoslovaquia, su regreso a Cuba, el importante mensaje a la Tricontinental —dado a conocer y casi recibido con el mismo impacto de sorpresa y júbilo que la carta de despedida— y también su partida a Bolivia.

Ese 3 de octubre, si se viene a ver, se convierte en un punto neurálgico, una especie de eje alrededor del cual giran los acontecimientos de la Historia; pero también los episodios más íntimos de las personas que lo protagonizan.

La lectura de aquella carta —hecha pública ante la fuerte presión de una campaña difamatoria— es el hecho emotivo que caracteriza a la creación del primer Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Su capacidad conmovedora, en cierta medida, desplazó la atención del trasfondo que sustenta a este acontecimiento y lo explica.

La creación del Comité Central fue antecedida de un intenso (y no pocas veces conflictivo) proceso de unidad de los sectores más radicales dentro de las fuerzas revolucionarias que se opusieron a la
dictadura de Batista. ¿Cómo un país donde se articuló un fuerte sentimiento anticomunista logró, en el espacio de apenas seis años, vencer esos prejuicios y asumir el marxismo dentro de su ideal revolucionario? ¿Qué mecanismos y espacios, qué tipo de vínculos entre los dirigentes y el pueblo se
crearon para llegar a una organización que se proponía, desde sus mismos orígenes, representar lo mejor de una sociedad y ser el espejo de esta?

Las agresiones de todo tipo, incluidas las provenientes del terrorismo, ayudaron a cohe
sionar y acelerar un proceso cuya cristalización en otras
circunstancias hubiera demorado más. No obstante, la unión ante el enemigo externo y sus aliados dentro del país, y el cumplimiento de las promesas de justicia social, no pueden ser las únicas respuestas a una transformación de tal magnitud.

Junto a la impresión millonaria de materiales de lectura y la creación de aulas de instrucción revolucionaria, el cambio cultural y político se pudo lograr también gracias a los espacios de debate que propiciaron las Milicias
Nacionales Revolucionarias, las reuniones sindicales y las demás organizaciones de masas.

También, y sobre todo, por el vínculo estrecho entre los dirigentes y el pueblo, donde el diálogo, la interpelación, el saber escuchar e ir a los lugares más complejos era un modo natural de trabajo.

No se crea conciencia bajo estilos verticalistas que propician ejemplos ajenos a la vida y preo
cupaciones de la ciudadanía: esa es una de las enseñanzas que dejó aquel 3 de octubre. Las fotografías de la época y el anecdotario de los abuelos hablan de dirigentes pegados hombro con hombro a mujeres, hombres y jóvenes de todas las edades en sus faenas diarias, de intercambio de criterios con la población en cualquier contexto, horario y punto del país.

Ese vínculo permitió enfrentar un desafío más complejo: el que venía de las mismas filas revolucionarias. Lenin lo había repetido en medio de fuertes discusiones dentro de la dirección soviética: las revoluciones no son paseos por bellos jardines… y ciertamente, la cubana tampoco lo fue.

Obstáculos vencidos

La creación del primer Comité Central del Partido estuvo antecedida por una serie de eventos de distinto calibre que
pusieron a prueba la unidad del país y las fuerzas políticas que sustentaban a la Revolución.

A conflictos que venían de antes de 1959 y se remontaban a la década de los años 30 se les unieron los surgidos en el nuevo escenario.

Uno de los más complejos fue el sectarismo, aparecido a finales de 1961 e inicios de 1962, cuando miembros del antiguo Partido Socialista ocuparon posiciones claves de dirección y comenzaron a relegar a todo el que no fuera miembro de esa organización.

La desconfianza, los resquemores de todo tipo, amenazaron
la unidad del incipiente proyecto. Pero esos males se conjuraron con la acción enérgica, la comunicación oportuna y el apego a principios morales que rebasaban los marcos de pertenencia a una organización en particular.

Esas mismas premisas ayudaron a superar el amargo episodio que fue el juicio al delator de los mártires de Humboldt 7, un año y unos meses antes de la efeméride del 3 de octubre.

El primer Comité Central, por lo tanto, no fue el dictado de los caprichos de un grupo de dirigentes. Tampoco un intento por forzar los caminos de la historia. Fue el resultado de sembrar la semilla de la unidad y protegerla de burocratismos, revanchismos, miradas estrechas y egoísmos de grupo.

Fue, además, el fruto genuino de la entrega más completa a lo que se encontraba dispuesto a defender este pueblo: «No hay episodio heroico en la historia de nuestra patria en los últimos años —aclaró Fidel en su discurso— que no esté ahí representado; no hay sacrificio, no hay combate, no hay proeza —lo mismo militar que civil— heroica o creadora que no esté representada».

Esa misma representatividad, con todo lo que significa, es el crisol de la unidad, y uno de los legados más importantes, una de las huellas más profundas que identifican al 3 de octubre ante el futuro de Cuba.

Portada del periódico Granma, donde se anuncia la creación del primer Comité Central del Partido Comunista de Cuba o la carta del Che leída por Fidel.

 

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