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Galos en la Isla

Continúa en varias salas cinematográficas de La Habana el Festival de Cine Francés

Autor:

Randol Peresalas

Isabelle Huppert y Catherine Front en Mi hermana y yo. El festival de cine francés, que cada año organiza el ICAIC de conjunto con entidades del país galo, trae esta vez un buen número de propuestas que permiten disfrutar de la variedad estilística que ostenta una de las cinematografías más singulares y populares del mundo.

La comedia, un género que sus realizadores mantienen en buena forma hasta donde he podido ver, nos ha regalado algunos títulos atractivos. Hijas únicas, por ejemplo, es una cinta ligera, sin grandes pretensiones, pero sobria y correctamente interpretada por sus dos actrices, lo que le garantiza a su director, Pierre Jolivet, comentar nuevamente la fórmula de la felicidad mediante el encuentro de personalidades opuestas, pero complementarias. Por suerte, su metraje no es muy extenso, lo que ayuda a su rápida digestión, y perdonarle los numerosos subrayados de su libreto (la película debió llamarse ¡Cámbiate de zapatos!).

Y es precisamente en la escritura donde se resiente otra de la producciones mejor recibidas, Ze film, de Guy Jacques, donde tres amigos, alentados por los sueños de uno de ellos, se la pasan procurando filmar, con precarios recursos, una historia de amor, para enarbolar así una graciosa parábola del poder de la ilusión por encima de las carencias materiales. No obstante su frescura, que mucho se le agradece, el or-den tradicional de la exposición no permite pasar por alto el pobre relieve de algunos personajes secundarios (la muchacha amada por el protagonista; el vagabundo del parque...) que no cumplen siquiera roles angulares.

Con mayor ventaja avanzan Las muñecas rusas, de Cedric Klapisch y Arcadia, del veterano Costa-Gavras. La primera no es más que una secuela, donde el joven Xavier ya es todo un escritor atrapado en las redes de la globalización, quien intenta conciliar, para su estabilidad emocional, la exigencia de sus editores con su particular búsqueda del amor. De envidiable factura y con una excelente dirección de actores, la fábula navega con suerte la mayor parte del tiempo, exhibiendo gracia e imaginación en sus diálogos y situaciones, aunque ya cerca de la meta no pueda evitar estancarse, y atropellar los cierres de algunas subtramas.

En cuanto a Arcadia, cuyo título original (La cuchilla) es bien sugerente, es un producto muy consecuente con la línea de crítica social y política que ha caracterizado a su autor. La historia de Bruno Davert (encomiablemente asumido por José García) refrenda el individualismo extremo que se cultiva en las principales economías desarrolladas de hoy, y cómo la supervivencia en medio de esa selva neoliberal, desencadena la barbarie y hasta el canibalismo. Con tintes de hu-mor negro, esta suerte de sátira pone en solfa el tema de la «descolocación» —tal es el proceso empresarial que afecta al protagonista—, y arroja evidencias sobre la inestabilidad laboral y psíquica que sobrecoge al individuo, mientras acusa de la permanencia fatal del viejo axioma: «el hombre es lobo del hombre».

La película huye del panfleto. Sus diálogos son directos y el diseño de personajes es exquisito gracias a un guión que promueve las acciones desde una lógica moral apreciable, aunque no compartible. La metáfora del canibalismo, extendida por los homicidios de Bruno Davert, halla una interesante contrapartida: la frialdad del protagonista no llega nunca a su punto de congelación. La amoralidad no es su norma: es un excelente padre, esposo y un trabajador eficiente. Su tragedia proviene de una coyuntura que lo trasciende, y dice mucho de la desarticulación de la familia, del irrespeto al prójimo y del descalabro de los sentimientos más elementales que aseguran el orden de cualquier sociedad.

Mi hermana y yo, de la realizadora Alexandra Leclère, es el filme que más me ha conmovido hasta el momento. Ya con Isabelle Huppert a la cabeza de este drama, que pasa por lo filial para fijarse en lo existencial, no dude el lector que la invitación vale la pena. La señora Huppert es actualmente, a mi juicio, la más capaz de las actrices de ese país, sobre todo por su recia técnica y claras habilidades para desandar la cuerda de los personajes oscuros y atormentados, siempre mostrando un equilibrio sorprendente. La relación difícil entre dos hermanas —una elegante pero amargada; la otra dulce, pero medio lerda—, se topa esta vez con la trillada moraleja de que la felicidad se esconde en el lado más noble; sin embargo, lo que le confiere valor a la cinta no es la fábula propiamente, sino la depurada concentración en los caracteres disímiles de las protagonistas, donde hace mutis la redundancia y se luce la dosificación de las emociones, mediante una dirección inteligente y una cadencia expositiva bien calculada.

Así marcha uno de los eventos cinematográficos más esperados por el público de la Isla. Todavía resta una semana, y luego la fiesta sigue en provincias. A ver.

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