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La danza de Mefisto

Contradanza, espectáculo interpretado por el conjunto Mefisto, se exhibe en la sala capitalina El Sótano.

Autor:

Osvaldo Cano

En la puesta sobresale el diseño de vestuario de Jesús Ruiz. Los atuendos son sobrios, adustos y, paradójicamente, procaces. Foto: Pedro del Río Lorca Luego de su irrupción, con Vientos de cuaresma, Mefisto retorna a las tablas. En esta ocasión el conjunto que dirige Tony Díaz se decidió por el montaje de un texto de Francisco Ors, un autor desconocido en Cuba. Contradanza es el título del espectáculo que anima el escenario de la sala El Sótano de la capital.

Escrita en 1978, Contradanza es una pieza que mantiene intacta su vigencia. Concebida como un drama de tesis aborda el tema gay y aboga por la defensa de la autenticidad. Para lograrlo pone a contender a la verdad con la estrechez de algunas normas morales. Este es el punto de mira del destacado autor valenciano que echa mano a la Historia y a los ardides propios de la comedia de enredos para conformar su obra.

La acción se ubica en pleno reinado de Isabel I de Inglaterra. En la trama, la singular monarca es un travesti que tuvo que trocar su identidad, desde su nacimiento, para eludir la muerte. El crucial secreto es develado ante un apasionado y, en apariencias, sincero amante que luego intenta aprovecharse de él en su beneficio. Puestas las cartas sobre la mesa el autor recurre a varios episodios que nos permiten definir con nitidez las motivaciones y real naturaleza de la conducta de los protagonistas. De este modo pone en evidencia valores o mezquindades, según el caso. O sea, que recurriendo a la parábola, Ors sitúa ante nosotros con total franqueza un tema tabú e inaplazable al mismo tiempo.

El espectáculo resulta de una belleza visual poco común. Díaz utiliza el espacio de un modo muy inteligente. Proyecta una tenue niebla que nos remite tanto al contexto de la acción como a la cortina de humo y silencio que, por regla general, ha ocultado asuntos como este. El director trabaja con tino sobre los desplazamientos y la gestualidad de los intérpretes para dotarlos de la parsimonia cortesana. Estas son algunas de las razones por las cuales el montaje resulta elaborado, cuidado en sus mínimos detalles.

A la consecución de una puesta tan atractiva, desde la perspectiva visual, contribuyen notablemente los miembros del equipo de creación. Entre ellos sobresalta el diseño de vestuario de Jesús Ruiz. Los atuendos son sobrios, adustos y, paradójicamente, procaces. Tela y piel son los materiales utilizados para su confección. La severidad de los colores escogidos y la capacidad de sugerencia son dos elementos que lo distinguen y apuntan tanto a la ubicación en el contexto dramático como a un diálogo expedito con la actualidad. Sabiduría y delicadeza son constantes en las soluciones aportadas por Ruiz al espectáculo.

En cuanto a la escenografía (del propio Ruiz y Tony Díaz) es apreciable el hecho que nos remite a una gruta, un monte o ámbito agreste que apunta hacia el afianzamiento del clima de tensión y encierro reinante. Las coreografías, de Iván Tenorio, dotan al montaje de una etiqueta cortesana y un dinamismo en los movimientos que contribuyen a la concepción de un universo visual cuidado en sus detalles y llamativo. Otro tanto ocurre con las luces de Carlos Repilado, las cuales refuerzan la opacidad a partir de la niebla de artificio y conciben una atmósfera enrarecida y turbulenta. Ulises Hernández creó una banda sonora que se destaca por su sutil belleza.

El punto débil de Contradanza se localiza en el rubro de las actuaciones. Digo esto tomando en cuenta que la faena de los intérpretes se queda por debajo de las propuestas del equipo de creación. Lo cierto es que el nivel actoral no pasa de ser aceptable. A esto contribuye el hecho de que se trata, en su mayoría, de jóvenes que apenas inician su carrera y aquí se enfrentan a un texto complejo. La pieza de Ors descansa excesivamente en la palabra. Tratándose de un drama de tesis eso es comprensible. También lo es que el debate de ideas prevalezca sobre las pasiones. De tal suerte que los comediantes carecen en ocasiones de asideros suficientes para desempeñar sus funciones.

Alejandro Milián carga con la responsabilidad de asumir a la reina Isabel. Su esfuerzo es notable. Desde el punto de vista físico la caracterización está muy bien planteada. Sin embargo, la reiteración de tópicos tales como el ritmo de la dicción, la entonación y la escasez de matices y contrastes, le restan a su quehacer. Con todo, su accionar es decoroso. David Guerra lleva adelante un personaje clave. Lo hace con dignidad pero sin brillo. La función movilizadora del villano que encarna no está suficientemente sustentada. Alina Molina enfrenta con soltura y naturalidad el rol de mujer liviana e intrigante que le es asignado. Andrés Serrano resuelve las tareas que le encomiendan, pero su desempeño es discreto. Rayssel Cruz debe cuidar la proyección de la voz y enfatizar más las contradicciones de su papel. Roberto Salomón vuelve a dar muestras de fuerza y temperamento. Estas cualidades bien dosificadas e inteligentemente encauzadas pueden convertirlo en un actor de primera línea. Ramón Ramos, pese a que sus apariciones son fugaces, hace valer la importancia de la experiencia y el dominio de la técnica.

Con el estreno de Contradanza, Mefisto realiza su segunda llamada a los espectadores. En esta ocasión Tony Díaz vuelve a proponernos un montaje suscitador, cuya impronta visual es su mayor mérito. Si bien es cierto que el elenco no llega a las cotas alcanzadas en Vientos de cuaresma, también lo es que este es un texto mucho más complejo sobre el cual el director no pudo trabajar en virtud de un acuerdo previo con el autor.

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