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Pequeño Teatro La Edad de Oro de Camagüey es el único de su tipo que queda en Cuba

Según expresa su director la compañía desarrolla el estilo de trabajo en vivo con algunos elementos de muñequería

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Escena de Blancanieves y los siete enanitos CAMAGÜEY.— Desde aquel lejano 1962, las risas infantiles aún se escuchan en las salas del tradicional teatro Tassende. Cuentan los niños de entonces que muchos ya habían visto la representación en las escuelas y querían disfrutarla una vez más.

Los más pequeñitos venían de la mano de sus padres, con ojos muy abiertos, pues nunca habían visto algo igual. No quedaban butacas libres en el salón. Nadie quería perderse el espectáculo de los jóvenes actores.

Las babuchas de Abu Cassim fue la primera obra del Grupo de Pequeño Teatro La Edad de Oro, fundado el 16 de mayo de 1962, con solo ocho actores además de su director, Manuel Villabella.

De estos grupos, surgidos en varias provincias con el objetivo de enriquecer el universo cultural infantil, el único que ha arribado al siglo XXI con la frescura y el ímpetu del comienzo, es este de Camagüey.

Inicialmente las presentaciones eran solo para niños, a partir de clásicos de la literatura infantil como Blancanieves y los siete enanitos, El mago de Oz y La cucarachita Martina, pero en 1975 se incorporaron al repertorio obras para jóvenes y adultos. En más de 44 años, el número de obras representadas sobrepasa las cien y muchas han resultado premiadas en diversos festivales nacionales.

SOBRE ADOQUINES

La actuación en las comunidades, una de las razones primordiales del grupo, nació cuando no tenían lugar para presentarse. Entonces llevaron su magia a escuelas y barrios de la ciudad. Actualmente cuentan con un teatro, que los mismos actores ayudan a reparar.

Gabriel Castillo Santos, quien asumió la dirección general en 2004, comenta que durante ese tiempo no han abandonado la labor creativa.

«La compañía desarrolla el estilo de trabajo en vivo con algún elemento de muñequería. El propósito del colectivo va dirigido a reagrupar las intenciones de creación de los actores; desarrollar la formación de directores artísticos y ampliar nuestro radio de acción en escuelas, calles, hospitales y municipios de la provincia.

LA ETERNA JUVENTUD

Si Ponce de León hubiera conocido a Victoria y a Bistermundo, no hubiera recorrido los océanos en busca de la fuente de la eterna juventud. Para ellos no existen fórmulas mágicas: el misterio vive en la dedicación con la que se entregan cada día al arte de las tablas.

A Bistermundo Guimarais Garea lo colma el orgullo de haber arribado a los 68 años de edad en plena creación. Actor de reconocido prestigio, comenzó desde 1963 en este grupo como asistente de dirección, y un año después como director general y artístico.

Victoria Febles permanece callada. Se le agolpan en la mente los recuerdos de los ya cercanos 45 años que lleva actuando en la compañía. Rememora el abrazo de aquella niña que la consideraba su abuelita, aunque ella solo tenía 17 años, pues era la abuela de Caperucita; o aquel «paraíso perdido» de alguna serranía cubana donde presentaron una obra para adultos y los hombres del público defendieron a la artista maltratada por el villano; y hasta de 1966, cuando arrasaron con 11 de los 12 premios otorgados en el Primer Festival Nacional de Teatro para Niños, con el clásico Blancanieves y los siete enanitos.

Ambos artistas sobrepasan las seis décadas de vida y continúan trabajando, tanto en la actuación y la dirección artística, como en el magisterio frente a los actores de la nueva generación. Su vida es el teatro, «y todavía —aseveraron— queda mucho por hacer».

UNA MAMÁ PARA TODO EL MUNDO

Y no se equivocaba aquel técnico de luces cuando dijo: «Aquí hay una madre para todos», porque Leonor García no solo ha encaminado a sus hijos Lizoe y Liván Álvarez por los senderos de las artes escénicas, sino también ofrece la crítica oportuna, el elogio merecido y el apoyo imprescindible para cualquiera de «sus muchachos» en la compañía.

Comenzó en La Edad de Oro en 1990, como jefa de escena, y desde entonces atesora los instantes donde el sentir humano se funde con la emoción de los aplausos.

«Hemos vivido experiencias dolorosas, pero a la vez satisfactorias. Cuando trabajamos para niños enfermos de cáncer o impedidos físicos probamos la fortaleza de nuestro arte para curar las heridas más profundas, porque logramos alegría y ganas de vivir, incluso en los familiares».

Las risas infantiles abandonan el teatro. Han experimentado la fantasía de cerca, de la mano de artistas sin nombre que, hace mucho, viven en la piel de los personajes representados ante un público agradecido.

Ser el último Grupo de Pequeño Teatro La Edad de Oro del país implica sacrificio y empeño por cautivar corazones, por demostrar que la función aún está muy lejos de terminar.

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