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La industria fílmica nigeriana entre las más briosas del mundo

Nollywood se ha convertido en la tercera mejor maquinaria fílmica del planeta, con ingresos anuales de cerca de 250 millones de dólares

Autor:

Juventud Rebelde

Con un costo muy bajo y descansando en la tecnología digital, el cine de Nollywood se ha convertido en una industria pujante. Todos venden algo, corren hacia algún lugar, eluden un percance o fijan un trato. Aunque las oficinas gubernamentales se han establecido desde 1991 en Abuja, ciudad del interior de Nigeria, Lagos sigue siendo la capital económica de esta república federal y sus 13 millones y medio de agitados habitantes se agolpan en sus calles de esplendor y miseria.

Solo hay ecuanimidad y glamour en las inmediaciones del Estadio Nacional, en el restaurante O’Jez, donde recalan los actores de la tercera maquinaria fílmica del planeta después de Hollywood y Bollywood, de Estados Unidos e India, respectivamente.

Para no ser menos, la prensa la nombra Nollywood, la industria de los sueños del continente negro. Las actrices también sueñan y visten ropas elegantes según el chic occidental, mientras algunos actores llevan gorras ladeadas, joyas, Rolex falsos. O’Jez da cabida a chismorreos sobre las curveadas estrellas de Nollywood y envidia a los galanes que, tras tomar unas copas, tiran un billete en la mesa y se marchan con esa fan que acaban de ligar.

En tanto, en el barrio de Surulere pululan las oficinas de los productores. Acodados, los divos discuten sus contratos de actuación tal como lo haría un Brando, hasta que acuerdan, los mejor pagados, un cheque por película que se acerca al millón de nairas. Suena atractivo, pero el metalizado Arnold Schwarzenegger le rompería la cara al empresario al saber el cambio: menos de 8 000 dólares.

Lejos del encanto de O’Jez, en torno al mercado de Idumota, radica el corazón del negocio: la distribución. Allí se llega como se puede. El robo en Nigeria es —lo afirma en su libro Ébano el polaco Ryszard Kapuscinski— una forma de nivelar las desigualdades. Los taxistas se niegan a acercarse a Idumota, pues chicos de la calle, casi siempre fumados, controlan la zona y tiran dentelladas para llevarse un trozo de las ganancias de la industria.

Según cifras del gubernamental Censo Nacional de Películas, 1 200 filmes son producidos anualmente y desde que arrancó la industria, hace unos 14 años, más de 8 000 títulos han salido a la calle en busca de lágrimas y risas. Así, casi a hurtadillas, Nollywood anda flirteando con los gráficos que cuelgan en las oficinas de los productores de Los Ángeles y Bombay.

Sin embargo, cuando los nigerianos empezaron ese negocio, para nada aspiraban a la calidad de Steven Spielberg y Tom Hanks. Es más, ni siquiera eran artistas, sino ramplones vendedores de aparatos electrónicos que descubrieron un filón para ofrecer un extra a los productos que vendían.

Todo empezó cuando Ken Nnebue, un imaginativo empresario del país, produjo Living in bondage (Viviendo en sumisión) en 1992, hablada en igbo y subtitulada en inglés. Rápidamente otros captaron el guiño de ojo que les ofrecía el mercado y con sonrisas de marfil, abanicaron los billetes para dar aire a sus proyectos. Compraron una historia, contrataron actores, filmaron con una sola cámara; empaquetaron el episodio de dos horas de duración y, ¡zas!, lo vendieron ellos mismos como si fuera la violetera de un filme de Chaplin. Por supuesto, Dios les había puesto en su camino el VHS y el DVD, al resultarles prohibitivos los precios de impresión en celuloide.

Hoy sigue siendo así, aunque con más garbo. Y si en los comienzos su cine fusilaba los modelos de la industria estadounidense, con el tiempo se ha rendido alegremente ante la propia idiosincrasia al abordar temas autóctonos. En sus filmes casi siempre se habla en inglés y aunque prácticamente no se oyen las voces por los ruidos ambientales, se graban también en las lenguas de las tribus igbos, yorubas y hausas, mayoritarias de Nigeria.

Banales y baratos, sí, pero hacen películas. Hacen cine nacional.

SOCIALREALISMO AFRICANO

Con el dinero que se invierte en una película mediocre norteamericana, Nollywood produce todos sus filmes de un año. Al gastarse en total un promedio de 20 millones de dólares anuales en todo el país, algunos ya empiezan a hablar de un nuevo concepto de cine. Una película se rueda en corto tiempo y rara vez excede los tres millones y medio de nairas —cerca de 130 nairas hacen un dólar—, así que los bajos costos facilitan el acceso a esos productos: cada estreno se puede comprar por 250 o 300 nairas, o alquilar por tan solo 50.

Exhibirlas en salas ya es todo un lujo. Para empezar, casi no existen teatros para su proyección. La mayoría comenzó a cerrar hace un par de décadas, a medida que la oscuridad ayudaba a convertirlos en antros de criminalidad. Hoy la sala de cine por excelencia es el cibercafé o el propio televisor doméstico: el 65 por ciento de los 150 millones de habitantes posee un equipo de video.

Ya el mercado se ha ido desbordando hacia todo el continente, más interesado en seguir las historias como si fueran propias, que en entender los diálogos originales, tal cual los francófonos. Por si fuera poco, estas cintas han invadido las vidrieras de Gran Bretaña y Estados Unidos: los inmigrantes nigerianos las compran para que sus hijos reciban una muestra de su cultura natal.

«Es el nuevo socialrealismo africano», acuña Afolabi Adesanya, realizador y director general de la Corporación de Cine Nigeriano, creada en 1979 para proteger y apoyar al arte antes de que existiera este fenómeno. «Lo más importante de estas películas es que cuentan nuestras historias, pero sin el toque intelectual que tenían las de celuloide de los directores nigerianos de los 60. Aquellas tenían pretensiones artísticas y de reivindicación de la cultura africana. Ahora es solo un negocio, pero lo tenemos que proteger porque se ha convertido en una industria con 300 000 puestos de trabajo».

Según algunos reportes, la factoría de imágenes nigeriana ingresa al año ganancias que rozan los 250 millones de dólares.

DE LA CAMA A LA BALA

Aquellos esfuerzos estilistas de Ola Balogun y Hubert Ogunde cuatro décadas atrás, se frustraron desde el bolsillo. Sin embargo, con la memoria de un cine artístico en las venas, Nollywood ha comenzado a producir algunas buenas películas.

Una de las más aplaudidas, Thunderbolt (La centella, 2001), muestra los choques de culturas: la occidental con la africana y la igbo con la yoruba, en torno a la sanación y la medicina. Su director, Tunde Kelani, estudió en Londres. «Yo soy de la vieja escuela», proclama.

El éxito de la industria se debe a una abracadabrante receta: la ojeriza entre el bien y el mal, Dios y Satán, amor y dinero. Otra razón ha sido la presencia de proteínicas escenas de alcoba, el gatillo alegre y su inmediata sangre, y el críptico juju de los hechiceros. Pero también triunfa porque las películas muestran honestamente a la sociedad, sea mala o buena esta verdad.

Receta al fin, abundan los plagios, los remakes y las segundas, terceras y cuartas partes. Vista una, se tiene la sensación de que se han visto todas. «La realidad de Nollywood es que se hacen demasiadas películas», comenta Don Pedro Obasaki, uno de los directores más reconocidos.

Chico Ejiro se ha hecho de un nombre por ser el realizador más prolífico de esta industria. Su elevado octanaje le permitió realizar 80 filmes en cinco años, muchos de ellos en tan solo tres días. Obasaki, por su lado, suele reservarse para una sola película al año, normalmente de temas épicos y nativos: «Vengo del gueto y eso me da más recursos a la hora de contar una historia».

DEL GUETO AL MUNDO

La diva Genevieve Nnaji tiene fama internacional. Una década después de nacido Nollywood, un filme salido de sus neuronas alcanzó fama internacional. Osuofia in London (2003) estuvo protagonizado por Nkem Owoh, un destacado comediante nigeriano. Por su lado, Zeb Ejiro, hermano del fértil Chico, se ha convertido en el director más célebre fuera del país. Para no ser menos, la industria ya tiene su icono, la actriz y cantante Genevieve Nnaji, llamada la Sharon Stone de Nigeria, por hacer trascender sus roles a pura fuerza de personalidad.

Como lo que comenzó siendo un jueguito se ha puesto serio, los realizadores ya sienten una obligación con su sociedad. «Pongamos un mensaje en eso», dictó el director Bond Emeruwa.

Muchos claman por mejorar la calidad de los trabajos y por mantener un equilibrio entre las pretensiones artísticas y las comerciales. «A veces los actores sobreactuamos demasiado», fustiga Olu Jacobs, de 63 años, el Robert de Niro de Nollywood, fraguado en las tablas inglesas durante 20 años. También pretenden vencer a la piratería, consolidar el creciente mercado africano, conquistar la gran pantalla y empinarse hasta los festivales europeos.

De lo que no hay duda es de que Nollywood ya forma parte de la cultura nigeriana y constituye un vehículo para el debate étnico, los derechos de la mujer, la corrupción o la lucha contra el sida, mientras en el restaurante O’Jez los fanáticos suspiran ante una reencarnación de Ochún despechando a Julia Roberts.

OTROS «HOLLYWOODS»

Aishwarya Rai, la actriz de Bollywood mejor conocida en el mundo. Erróneamente se nombra Bollywood a todo el cine hindú, cuando en realidad se corresponde con la industria cinematográfica en lengua hindi, establecida en Mumbai, antigua Bombay. El neologismo define también al cine nacional en hindi y urdu, idioma este último que aporta comúnmente sus palabras poéticas.

Como la diáspora hindú es cada vez mayor en países de habla inglesa, Bollywood está mirando un poco hacia Hollywood y ha ido cambiando sus estereotipos. Hoy produce y vende más películas que sus colegas norteamericanos.

A Bollywood le sigue Tollywood (155 filmes en 2003) como manufactura fílmica. Se asienta en el estado hindú de Andhra Pradesh. Su nombre proviene de telegu, la segunda lengua más hablada en el subcontinente, aunque también denomina a todo el cine bengalí.

Pisándoles los talones anda el cine en tamil (en 2003 realizaron 151 películas), mejor conocido como Kollywood. La contracción viene de Kodambakkam, área de la ciudad de Chennai (antes Madrás), donde se concentran sus estudios. Algunos observadores afirman que las películas en tamil tienen, después del cine en hindi, la mayor distribución. Se estima que en el siglo pasado, 5 000 títulos salieron de allí.

Por último está Pollywood, que no es hindú como las anteriores, sino paquistaní. La industria radica en la ciudad de Peshawar, capital de la provincia de la Frontera Noroeste. Sus filmes en urdu fueron inmejorables entre los años 60 y 80 del siglo pasado.

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