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Francisco Ramón Martínez, un hombre que vive del cuento

Entre los personajes de Santiago de Cuba a los que da vida en su obra está Moncorona, quien se ganó 6 000 pesos a costa de tocar en público los glúteos al dictador Fulgencio Batista

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«No sé cómo averiguó usted esas cosas, pero puedo decirle que por aquí me conocen relativamente pocos jóvenes y soy para ellos simplemente “el papá del veterinario”, ¿qué le parece?», dice, sonriente, refiriéndose a su hijo, este hombre, lamentablemente poco conocido, que tiene sin embargo una vida meritoria.

Hinojosa disfruta sus relatos, porque ama los personajes que habitan en ellos. Vive del cuento porque recordar es volver a vivir. Francisco Ramón Martínez Hinojosa no solo sabe contar vivencias de un modo coherente y lógico. Además, lo hace con una gran dosis de amenidad, fina ironía y humor del bueno.

Eso ha logrado este hombre de 72 años, licenciado en Ciencias Sociales, que al recibirnos en su casa, en el municipio capitalino del Cerro, nos advierte que él es solo un simple «narrador oral».

Sin embargo, el cristal de su modestia se le rompe enseguida en pedazos, porque antes hemos indagado bien y sabemos que es un especialista de envergadura, un narrador autóctono, autor del curioso e interesante libro Personajes populares y cuenteros en Santiago de Cuba, ciudad donde nació el 27 de junio de 1935.

Los cuenteros

En su obra Personajes populares..., editada por el Centro del Libro y la Literatura en esa provincia, a principios de este año, Hinojosa refiere las historias de José Roberto de la Tejera, más conocido por El Caballero Roberto —también llamado Pisabonito— según él, tal vez el personaje callejero más pintoresco de la historia santiaguera.

Aparecen también en su chispeante obra Carburo, ladrón de chivos y carneros; Pierre Castelneau, creador de originalísimas frases y sentencias; Alacrán, una especie de rey de los apodos; Garrafón, vendedor ambulante de quincallería, encajes y cintas; Timbolo, veterano mambí que inventaba anécdotas que no le habían ocurrido y con quien —según refiere Hinojosa— comencé a comprender el incalculable alcance de la magia de la palabra.

Para un nuevo libro ha dejado a otros personajes populares de la Ciudad Heroica, como Chago Mantequilla, reparador de tejados que cobraba en mayo, cuando llovía, tras verificar la calidad de su trabajo; Rompecoco, quien partía esas frutas con la cabeza; El Caballito de Mascarada, hombre disfrazado de ese animal en los carnavales.

Además, incluirá a Juan La Macha, quien vendió una puerca que se encontró «recién fallecida»; Luis Pitico, jefe de una estación de bomberos que no existía; Chicho Puñalá, notable improvisador de décimas que no las cobraba aunque intentaron varias veces pagárselas; Pisiyoya, a quien no se le podía llamar de esa forma por el peligro que eso implicaba; Careto, quien todos los sábados compraba un billete de la Lotería Nacional de la misma denominación, hasta sacarse «el premio gordo de 100 000 pesos»; Guatejel, quien vivió varios años en Nueva York, pero solo aprendió a decir una frase en inglés.

Además, Piteto, a quien su padre bautizó como el célebre filósofo Epicteto, pero la mala pronunciación le cambió ese nombre; Chano Cafetera, quien se emborrachaba e intentaba ahorcarse, sin lograrlo, y Cotica, una mujer maestra de sexología de jóvenes, con clases teóricas y prácticas con ella misma.

La apuesta de Moncorona

Tal vez nunca el dictador Batista supo que Moncorona apostó a sus glúteos. De todos esos pintorescos personajes, hay uno que en verdad constituye todo un acontecimiento: el caso de Moncorona, quien apostó a que le hacía una verdadera maldad, a la vista del público, al dictador Fulgencio Batista.

«En realidad esa anécdota se la escuché a otro narrador oral santiaguero, Roberto García Ibáñez, ya fallecido. Aludía al gobernador provincial de Oriente, Ramón Corona, al que le decían Moncorona o simplemente Mon. Según Ibáñez, cuando supo que el presidente visitaría Santiago de Cuba y se albergaría en el Hotel Casagranda, frente al parque, les dijo a varios de sus amigos que estuvieran al tanto de lo que iba a hacerle a Batista delante de todo el mundo.

«¿Qué hizo? Apostó 3 000 pesos a que le iba a tocar las posaderas al presidente. ¿Qué cómo lo hizo? Muy fácilmente. Lo esperó en el aeropuerto y desde el mismo instante en que lo vio bajarse del avión, no le quitó la vista de encima, de modo que el propio presidente se percatara de su insistencia. En cuanto llegó a su lado, le soltó su primera frase: «Fulgencio, te tiraste del avión un poco sofocado, has engordado mucho, parece mentira, un militar pundonoroso debe cuidar su imagen para no estar tan grueso». A lo que Batista le respondió, con una súbita preocupación en su rostro: “¿De verdad, Mon, que estoy tan gordo?”. “¡Demasiado, casi obeso; tienes que cuidarte la boca, estás comiendo mucha carne de puerco últimamente y esa cantidad sobrante de grasa no te sienta bien como general, y mucho menos como presidente de la República!”».

Hinojosa argumenta que el gobernador provincial de Oriente era un tremendo «jodedor» criollo, que no tenía piedad a la hora de fastidiar un poco. Eso fue cuando el primer gobierno de Batista.

«Al que quiera apostar conmigo, le voy 3 000 pesos a que le toco el fondillo al general Batista», dijo a un reducido grupo de sus compinches de la politiquería, y enseguida el doctor Mascaró, un nefasto personaje, depositó en el club San Carlos otra cifra igual de dinero, hasta sumar 6 000 pesos.

«Había una gran expectación. ¡Tocarle los glúteos al primer mandatario del país era algo tremendamente comprometedor y más tratándose de un tirano como aquel! Por supuesto, Moncorona era muy amigo del general. Lo recibía cada vez que iba por Oriente y hasta lo trataba de tú. Pero de todas formas era un riesgo hacerle semejante maldad ante la gente, y mucho más que se lo permitiera.

«Pues mientras se trasladaban del aeropuerto hasta el Hotel Casagranda, lo fue torturando indiscretamente sobre el mismo tema: “¡Mira el barrigón que tienes, tócate para que veas!”.

«“Coño, Mon, ahora sí que estoy pensando seriamente en lo que me estás diciendo. Es que a mi mujer se le ha ido la mano y me está dando mucha comida. Voy a tener que prohibírselo en cuanto regrese a Palacio”. “Hazlo, porque veo que te está faltando hasta el aire cuando caminas, y un militar como tú no puede darse esos lujos”».

Cuando la comitiva llegó al Hotel Casagranda, estaban esperando las llamadas «fuerzas vivas»: el alcalde, los concejales, directivos del Club de Leones y del Rotario, empresarios, oficiales del ejército, de la policía y de la marina, y otros politiqueros. El presidente se baja del carro y comienza a subir las escaleras del hotel, pero el gobernador se va quedando detrás con toda intención, al tiempo que le dice bajito: «Fulgencio, ahora sí estoy comprobando que estás demasiado gordo, mira las caderas que has echado en los últimos tiempos, déjame ver...», y delante de aquellas «fuerzas vivas» le da un pellizco en una nalga, mientras le recalca: «¡Qué va, ya estás obeso!».

Batista salta, sorprendido del insólito atrevimiento público de su amigo, y le dice también en voz baja: «Pero, ¡Mon!... me has tocado un glúteo en público. Mon, estás abusando de nuestra confianza».

El gobernador de Oriente lanza de reojo una miradita a los espectadores más cercanos y, de modo imperturbable, le responde al presidente: «Lo hago por tu bien», y sonríe convencido de que ha ganado la apuesta.

LA OBRA DE NARRADOR ORAL

Antes de sentarnos en un cómodo sillón en la sala de su casa, ya sabemos que trabajó en Santiago de Cuba como periodista, primero, y después como profesor de Filosofía de la Universidad de Oriente, hasta 1968, en que se trasladó a la capital cubana, donde ocupó distintas responsabilidades relacionadas con la Cultura.

Hinojosa ha publicado ensayos, prólogos y artículos; fue director del Centro Nacional de Derecho de Autor del Ministerio de Cultura y actualmente es asesor de esa especialidad en la Editorial Pablo de la Torriente Brau, de la Unión de Periodistas de Cuba.

«La idea de este libro sobre los personajes y cuenteros más pintorescos de Santiago de Cuba tiene la impronta de no ser la obra de un literato, sino de un narrador oral. Todas las historias que contiene son parte de las que yo siempre contaba en Santiago. Todos los personajes de los que hablo en él murieron en 1958. Vivieron en la primera mitad del siglo XX allá y tanto dieron varios amigos míos, como Joel James, quien fuera director de la Casa del Caribe —ya fallecido— que me decidí a escribirlos y publicarlos.

«Yo no le veía sentido. Esa es la verdad. Me conformaba con narrar sus anécdotas oralmente, pero al fin hice lo que me recomendaron. Aproveché una etapa de convalecencia por una polineuropatía que me afectó mucho físicamente y empecé a escribir. Pero escribí más de la cuenta y me quedé con parte de las historias para incluirlas en otro libro similar, más adelante».

Hinojosa de muy niño fue con sus padres hacia El Caney, donde residió con ellos durante 20 años, hasta 1955. Por sus tareas como luchador clandestino contra la dictadura de Batista, se vio obligado a salir de Santiago en 1958, rumbo a Jamaica, primero, y posteriormente a México. En los últimos tres meses de la lucha revolucionaria estuvo en Veracruz, donde lo sorprendió el Primero de Enero de 1959, y el 6 de enero de ese año regresó a Cuba, vía aérea, «de pie, en un avión, para que cupieran más personas», por el Aeropuerto Internacional José Martí, de Rancho Boyeros.

En La Habana estuvo hasta que necesitó partir hacia Santiago, deseoso de ver a su novia, Aurora, su esposa de toda la vida, con quien tiene sus dos hijos, el veterinario y una muchacha también profesional.

Trabajó como periodista en el periódico Surco y en la emisora de radio provincial CMKR, y después se fue definitivamente para La Habana con su familia, en 1970, hacia la casa del Cerro donde tuvo lugar esta entrevista.

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