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Silvio Rodríguez confía en el mejoramiento humano

El trovador dialoga en exclusiva con JR sobre su recién finalizada gira artística Expedición por centros penitenciarios del país

Autor:

Juventud Rebelde

Silvio Rodríguez. Foto: Roberto Meriño Cuando la cultura se hace y entrega con amor y el público agradece su infinito valor artístico, estamos sin dudas ante una eterna obra de arte, sobre todo si va acompañada de la noble intención de enaltecer los sentimientos más hermosos del ser. Y así lo demostraron el cantautor Silvio Rodríguez y los expedicionarios que recientemente lo acompañaron en una misión de sensibilidad y dignificación humana por 16 centros penitenciarios del país. Con música, humor, literatura y artes plásticas, Silvio, Trovarroco, Sexto Sentido, la flautista Niurka González, Eliades Ochoa y su grupo Patria, Polito Ibáñez, Vicente Feliú, Augusto Blanca, el humorista Carlos Ruiz de la Tejera, los plásticos Alexis Leyva Machado (Kcho), Ernesto Rancaño y Vicente Hernández, así como el escritor Reynaldo González, Premio Nacional de Literatura, mostraron con arte de altos quilates su confianza en el mejoramiento humano.

—¿Por qué esta Expedición por centros penitenciarios del país?

—Antes que nada, nuestra gira por las penitenciarías es por la gente que está cumpliendo condenas. Partimos de que la mayoría de la población penitenciaria está saldando su deuda arrepentida de su delito y desea tener otra oportunidad en la vida. Ir a cantarles a sus prisiones nos suma a las señales que le dicen a esos seres humanos que la oportunidad que quieren es posible.

«Desde los años 70, cuando los festivales de la nueva trova, siempre había alguna cárcel entre los muchos lugares a donde llevábamos la canción. Después, en Angola, se nos hizo costumbre cantarles a prisioneros porque en los frentes todo el mundo participaba de las actividades. Incluso una vez fuimos a la prisión de Luanda y en el auditorio había 12 sudafricanos capturados por las tropas cubanas. Cuando volví a Chile en 1990, estuve en la cárcel de Santiago, cantándoles a los presos de la dictadura que aún guardaban prisión. Ese mismo año, junto a Vicente Feliú y Augusto Blanca, emprendí una gira que pretendía recorrer todas las cárceles cubanas. Comenzamos por la Prisión Provincial de Pinar del Río —donde volvimos a estar hace unos días— y seguimos cantando en centros penitenciarios, hasta llegar a Matanzas. Allí hubo que parar por carencias logísticas: estaba empezando el llamado período especial. Siempre recomendamos que continuáramos las actividades cuando nos fuera posible.

«La última Asamblea Nacional a la que asistí, en diciembre pasado, me pareció un buen momento para replantear aquel proyecto que había quedado interrumpido. No lo propuse como una gira mía sino como la necesidad de una acción sistemática y coordinada entre los Ministerios del Interior y de Cultura, para que participaran los artistas que lo desearan. Por el contacto directo con los reclusos sabía el aliento espiritual que significaban las visitas artísticas y, además, tenía el dato de que los índices de conflictividad habían bajado sensiblemente en las prisiones que habíamos visitado en 1990. La iniciativa tuvo una aceptación total y aquella Asamblea terminó con el acuerdo de que se llevara a cabo el proyecto. El presidente del Parlamento, Ricardo Alarcón, me preguntó si yo participaría y comprendí que era justo que diera el ejemplo y formara parte de la primera experiencia. Todo esto lo conoció el pueblo porque salió en los reportes de televisión de la Asamblea; es obvio que por eso es que esta Expedición ha tenido tanta resonancia».

—Hipotéticamente se pensaría que los presos a los que les cantas tus canciones no tienen la sensibilidad de la poesía.  ¿Cuál es la reacción a tus canciones de este público tan especial?

—En el Combinado del Este hubo un preso que recitó un poema propio que nos estremeció a todos. Si eso no es poesía, me pregunto qué cosa podrá ser. Además, los reclusos son cubanos y cubanas como tú y como yo, y conocen la variedad de la música que se hace en el país. En los intercambios, algunos de ellos me han mencionado títulos e incluso en medio de las actividades han pedido canciones. También sé que prefieren unas a otras por la fuerza de sus aplausos, como cualquier público. Yo pretendo que ese momento en que estoy con ellos lo pasen lo más agradablemente posible y para eso he seleccionado canciones reconocidas. Otra cosa a tomar en cuenta es que nuestro espectáculo es bastante variado, no es solo Nueva Trova. Hemos incluido fílin, sones, humor, música campesina, y los propios reclusos han aportado la rumba y el rap.

—¿Qué repertorio escogiste? ¿Una mezcla de temas antológicos y nuevos, o solo los temas más conocidos?

—En los 15 minutos que me tocaban fui cambiando las canciones, para no mecanizarme y aburrirme de mí mismo, cosa que puede dar lugar a una interpretación distanciada. Comencé cantando El Colibrí, con Vicente, y explicando que es la primera canción que recuerdo y que por eso tuvo que ver con mi posterior decisión de hacer canciones. Interpreté La maza, Óleo de mujer con sombrero, Quién fuera, Pequeña serenata diurna, y por último incluí Cita con ángeles porque me la pidieron. Otra que casi siempre estuvo fue Expedición, por ser el tema que le dio nombre a la gira, gracias a la ocurrencia de Léster Hamlet, el director de cine que nos acompañó.

—Desde que la gira comenzó a ser noticia en enero pasado, hubo rumores de que lo hacías porque habías estado en las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) en los años 60 y de ahí parte tu sensibilidad artística hacia los reclusos.

—La mitología popular es a veces más fuerte que la realidad. La idea de que yo estuve en las UMAP está tan arraigada en algunos que a mí me han parado personas en la calle para evocar «lo que pasamos juntos». Al principio yo aclaraba que estaban equivocados y veía como algunos se mosqueaban, como si yo estuviera negando mi pasado por una supuesta conveniencia. Cuando me daba cuenta de que no creían la verdad, a veces dejaba de decirla; en ocasiones incluso me sumaba a la mentira, para que mi interlocutor no se sintiera frustrado. Eso puede haber contribuido a que ese mito se expandiera. También llevan décadas diciendo que estuve detenido en Villa Marista. Hay leyendas con las que no se puede.

«La verdad es que cuando las UMAP existían, en los años 60, yo estaba pasando mi servicio militar. Existe la idea generalizada de que las UMAP se nutrían solo de civiles, pero cuando los que estábamos en el ejército cometíamos indisciplinas nos amenazaban con mandarnos a aquellas unidades a cortar caña. Yo tuve y tengo amigos que pasaron por aquella experiencia y nunca renegué de ellos ni renuncié a reconocerlos. En una ocasión, ya siendo civil, fui llamado y sometido a represalias por negarme a renunciar a esos y a otros amigos. Te garantizo que mi trabajo con los presos no viene de ninguna vivencia carcelaria personal, sino de un sentido de la solidaridad que siempre he tenido y porque hacerlo es parte de mi forma de asumir mi responsabilidad ciudadana».

—¿En estos centros penitenciarios les cantabas a todos los presos sin distinción?

—Tanto en 1990 como ahora manifestamos nuestra disposición de actuar para cualquier recluso que lo deseara, sin ningún género de discriminación. Las autoridades de Prisiones tampoco obligaban a asistir a nadie, porque no se trataba de una imposición sino de que los que asistieran lo hicieran a gusto. Por eso te puedo decir que las únicas limitaciones que sufrimos fueron de espacio.

«Por otra parte, lo que hicimos en las prisiones no fueron actos políticos sino culturales. Reynaldo González y Jaime Sarusky entregaron una biblioteca de 300 tomos de literatura; Sexto Sentido hizo una breve panorámica del fílin; Amaury hizo chistes y cantó Acuérdate de abril; Alexis Díaz-Pimienta interpretó La tulibamba y su famosa Seguidilla; Carlos Ruiz de la Tejera hizo jocosas reflexiones críticas; Eliades Ochoa, a ritmo de son, nos hizo saber que El cuarto de Tula le cogió candela; Augusto Blanca cantó No olvides que una vez tú fuiste sol. Vicente pudo haber sido el más político, porque musicalizó e interpretó unos versos de Antonio Guerrero, un preso político nuestro en los Estados Unidos. En todas las prisiones compartimos la escena con artistas aficionados, tanto reclusos como custodios, y la verdad es que quienes más cantaron canciones explícitamente revolucionarias, hechas por ellos mismos, fueron los presos».

—¿Piensan ampliar la gira también a centros de salud u otras instituciones que igualmente recaban de la sensibilidad de tus canciones?

—Eso lo ha venido haciendo, y muy bien, Liuba María Hevia, junto a otros artistas: una labor necesaria y muy meritoria, aunque poco publicitada. En ese silencio puede haber influido la extrema delicadeza que las enfermedades terminales inspiran. En algún momento yo también participé en alguna actividad de ese tipo, pero muy modestamente. Recuerdo que tuve que recurrir a canciones de Teresita Fernández, por tener poco material especialmente para niños. En fin, ojalá que en lo adelante pueda profundizar en esa dirección.

«Lo que sí seguro vamos a hacer, el domingo 11 de mayo, a las 5 de la tarde en el teatro Karl Marx, es el mismo concierto que llevamos a las prisiones. Queremos que al menos una parte del pueblo vea lo que hicimos. Va a ser una tarde de sorpresas y espero que se filme lo que va a pasar allí».

—¿Qué aprendiste durante la gira?

—La gira me reafirmó aún más que a las actividades culturales en las prisiones hay que darles continuidad, tanto con las visitas de profesionales como con el fortalecimiento del movimiento de aficionados. Esto debiera ser continuado por el Ministerio de Cultura, en conjunción con los Poderes Populares y el Ministerio del Interior. Estoy convencido de que recibir y/o practicar expresiones culturales puede hacer una importante contribución de mejoramiento, dentro del conjunto de medidas de rehabilitación que se toman.

«Otra bella experiencia fue el trabajo en equipo entre reclusos y artistas. Con nosotros marchó todo el tiempo Ernesto Rancaño, quien pintó un mural que ha quedado como aporte a cada prisión, asistido por presos que aman la pintura y por artistas plásticos de las provincias visitadas. En este frente también enriquecieron la Expedición Roberto Fabelo, Kcho, Sandor González, Vicente Fernández y otros maestros de la plástica.

«Lo último es decirte que los verdaderos héroes de esta gira fueron los equipos de montaje y de sonido, y además los choferes. Después de cada actuación ellos se quedaban recogiendo sillas, cables, bocinas, atriles y micrófonos, lo subían todo a los camiones y luego recorrían kilómetros para llegar tarde a sus cenas y a sus camas. Al día siguiente se levantaban con el amanecer y partían a la prisión siguiente, a montar todo lo que hacía posible cada actividad. Ellos, y todos los anónimos que trabajaban construyendo los escenarios, me hicieron recordar aquellos versos tremendos de Brecht: ¿Adónde fueron a dormir los albañiles, / la noche que terminaron la muralla china?».

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