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Marta Rojas, indómita por 80 años

La notable escritora ha dado pruebas de una inagotable creatividad, testimonio de ello son su trabajo reporteril y sus exitosas novelas

Autor:

Juventud Rebelde

Hay tres cualidades que admiro sobre todas las demás que posee Marta Rojas: su intrepidez, su optimismo y su curiosidad. La recientemente fallecida Lilia Esteban, viuda de Carpentier, solía llamarla cariñosamente la Indómita y sus amigos la nombramos también así por su postura intransigente frente a todo lo injusto y chapucero que encuentra a su paso por la vida.

Desde su adolescencia comenzó a maniobrar con las palabras. Primero como reportera, después dando pruebas de una inagotable creatividad, de la cual son testimonios sus exitosas novelas El columpio del Rey Spencer, Santa lujuria, El harén de Oviedo, Inglesa por un año y la todavía inédita El viaje.

En este mes de mayo Marta ha llegado a los 80. Pero su sonrisa infantil, la tersura de su rostro y la agilidad con que se mueve le otorgan el don de la eterna juventud. El cuestionario que le entregó El Tintero lo respondió en menos de una hora. Esas, me dijo, son las ventajas del periodismo.

—Eres una periodista de pura cepa. ¿Ha influido ese oficio en tu creación literaria?

—Sí ha influido. En primer lugar en la disciplina que, unida a mi carácter, se convirtió en autodisciplina. En se-gundo lugar por el hecho de haberme permitido conocer a muchas personas, de muy diferentes carácter, sexo y latitud. Ello me facilita mucho construir personajes, y mis novelas son, fundamentalmente, de personajes que se mueven en determinado medio y tiempo histórico, lugar y circunstancias complejas. Eso como ejemplo. Pero, aquí el pero, siempre he sido imaginativa.

«Creo que alguna vez he revelado que, desde niña, yo veía las películas y cuando las contaba en el taller de costura y sastrería de mis padres, siempre les ponía un final diferente o les introducía algo que se me ocurría, porque me gustaba más de esa manera. El ejemplo crucial fue con el filme Lo que el viento se llevó. La vi primero que mi mamá. En mi relato, Scarlet O’Hara volvía con Rhett Butler, se encontraban en un viaje a Europa, seguían peleando, pero continuaban amándose. Cuando mis mayores la vieron me dijeron que ya eso era el colmo, mo-dificar Lo que el viento se llevó. Se rieron muchísimo. Desde entonces mi mamá me decía a cada rato “Julita Verne”. Bueno, el tiempo me dio la razón. Hace unos años hicieron una se-gunda parte de la película, que titularon Scarlet y sucedió eso. Para no extenderme quiero expresarte lo útil del periodismo, pero para mi obra literaria la imaginación y la curiosidad son fundamentales».

—¿Qué lugar ocupan la historia y la ficción en tu obra novelística?

—El asunto está en que me gusta hurgar en la No historia; las historias lineales nunca me han atraído, por eso jamás hubiera estudiado la carrera de Historia, aunque sacaba buenas notas en esa asignatura desde la es-cuela primaria. Sin embargo, me gustaba y me gusta la Medicina, y eso es lo que yo quería estudiar, pero hubo dos razones para no hacerlo. La primera, que era muy larga, y la segunda, que era bastante cara. Mis padres se hubieran sacrificado y nunca se opusieron a que la estudiara, pero me gustaba escribir, inventar cosas.

«Adolescente aún escribí una novela porque un enamorado me retó al decirme que yo no me atrevía a escribir una novela cuando se había anunciado que una muchacha francesa llamada Fracois Sagan escribía novelas de amor, en París. “Pues yo también puedo escribirla; si ella lo hizo por qué no lo puedo hacer yo”. Y la hice, escrita a mano, con una pluma Studebaker gris: gasté un tintero. La titulé El dulce enigma. Cada vez que escribía un capítulo se lo daba a mis compañeras y compañeros, hembras y varones; al que se le ocurría algo, me daba pie para cualquier asunto o para agregar o quitar, y lo aceptaba o no. La lectura del “inédito” ocurría en los recesos del primer año de bachillerato (yo no terminé el bachillerato). La novela transcurría entre Santiago de Cuba y París durante la Guerra de Independencia. Yo no me he atrevido a volverla a leer; debe ser malísima, pero la hice y mis escuchas se divirtieron muchísimo. Ahí empecé con la química de la imaginación y hechos verosímiles, cuando no reales. Con la intrahistoria de la que habla Miguelito Barnet.

«Primero creo el argumento, me cuento a mí misma la historia, veo a los personajes —mentalmente— e incluso la cuento, le quito y le pongo, y después empieza la investigación profunda para saber cómo fue tal o más cual hecho, o cómo pudo haber sido, y qué no se dijo porque se escondió o por cualquier otra razón. Debo confesarte que para lograrlo aplico tanto de la Historia como de la Lógica. Y de la Filosofía. Luego busco las palabras. La doctora Isabel Monal te podría contar nuestras largas charlas sobre Lógica y Filosofía, mis interminables preguntas en su casa, cuando estaba pensando escribir El harén de Oviedo con personajes tan insólitos, complejos, pero que existieron.

«La importancia de la Historia tiene otro carácter. Sinceramente, el que no conoce el pasado no puede comprender bien el presente, en cualquier parte del mundo. Y siempre deja interrogantes de las que me aprovecho».

—¿Cuál prefieres de tus novelas y cuál te ofreció mayor resistencia?

—La más trabajosa para mí te la acabo de mencionar, El harén de Oviedo, y es la que prefiero. Pero a todas las amo y me divierten, espero no resulten densas, sino fluidas para quienes las lean. Siento mucho cariño por El columpio de Rey Spencer porque fue la primera obra de ficción mía que se publicó; Santa lujuria, aunque Filomeno existió, me la inspiró el Rey del Pop, Michael Jackson; es un juego, pero un juego bien serio, mas no fue complejo para mí escribirla. Le leí un capítulo a Rolandito Pérez Betancourt, un poco pacato (el capítulo) y él me dijo, en la redacción de Granma: «¡Suéltate, suéltate!», y me solté. Inglesa por un año es el resultado de mi curiosidad impenitente por conocer cómo pudieron haber sido La Habana inglesa y los habitantes de mi país súbditos británicos. En fin, las quiero a todas, como te darás cuenta, tanto como a El viaje, que está por venir.

—¿Cómo te gustaría que la posteridad te recordara?

—Jamás me he planteado lo que vendrá después en cuanto a mi obra. Que rescaten lo que quieran. En lo personal, quizá te hayas dado cuenta —porque además de poeta y novelista eres buena periodista—, soy una persona del presente, del día que vivo, del minuto, del segundo que respiro, con la mayor sinceridad, sentimiento y plenitud.

«Lo que desearía es que el día que muera, porque “nadie nació para semilla”, echen mis cenizas en una botella al mar para seguir andando por ahí, y porque de todos los elementos de la naturaleza es el que más me gusta, aunque no sé nadar muy bien; pero el mar tiene más misterios que descubrir, aun más que el cosmos. Y soy curiosa».

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