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No puedo dejar de estrenar

Enrique Poblet, fundador del Guiñol Cienfuegos y del grupo de teatro para niños Cañabrava, lleva un cuarto de siglo dirigiendo obras infantiles

Autor:

Julio Martínez Molina

Enrique Poblet, un hombre de teatro. CIENFUEGOS.— Jura que se inició en el teatro por mera obra de la casualidad, porque lo suyo tiraba para las artes plásticas, especialidad que estudiara. Pero la vida de Enrique Poblet, por diversas razones, estaría totalmente vinculada a las tablas y las puestas para niños.

—¿Qué descubriste en la escena infantil?

—Un universo fascinante. La posibilidad de encontrarme con un espectador fecundo y agradecido que aprecia cada idea o concepto. El teatro para niños te atrapa tanto que te olvidas del de adultos.

—Si ya formabas parte del Guiñol Cienfuegos desde su inicio, ¿con qué objetivos fundas el también colectivo de teatro para niños Cañabrava?

—Fundo Cañabrava en 1990 para hacer lo mío sin presiones, sin interferencias. La decisión me permitió seguir ejecutando mi obra en la forma que yo quería, con una estética personal, acorde con mi visión del hecho teatral infantil.

«Con Cañabrava he montado cerca de medio centenar de obras, las escribo o las adapto de cuentos clásicos, generalmente de la literatura latinoamericana, aunque recientemente hice El secreto del rey, un cuento tradicional checo que es una variante de la historia del rey Midas. Lo cubanicé respetando la recreación de la etapa en que se enmarca la obra, en el siglo XV. Un riesgo que me propuse y deseaba correr, variando el texto y viéndolo de una forma más contemporánea: no sé si en Cuba alguien ha hecho eso antes. La actual se titula La oreja equivocada.

—Eres un creador muy prolífico...

—Yo no puedo dejar de estrenar. A veces me digo: el año que viene voy a descansar. En definitiva tengo un repertorio activo de 14 obras, que puedo mantenerlo un año completo y no se repite, en virtud de que he hecho un teatro de repertorio. Hay quien hace un teatro que pone la obra, la estrena, y ya a los dos meses no existe.

«Yo, incluso, tengo algunas piezas que están presentándose desde hace 25 años, sin perder ninguna vigencia... Son clásicos que no mueren, y pueden continuar reponiéndose. Algunas de estas piezas poseen un texto muy bueno que las respalda; por ejemplo, las adaptaciones de los cuentos de Onelio Jorge Cardoso destinados a los niños, los cuales he versionado casi todos.

—¿Por qué un «oneliano» a ultranza?

—Su obra es pura poesía. Adapté la mayoría de sus cuentos: Caballito blanco, Tres pichones, Pájaro, murciélago y ratón, Dos ranas en una flor, El canto de la cigarra, El cangrejo volador... Hay mucha sencillez y, a la vez, profundidad en sus imágenes llenas de humanidad.

—¿Qué se experimenta al contar con un público tan fiel?

—Una alegría indescriptible. A veces algunas personas se preguntan cómo es posible que varias de estas obras que llevan montándose un cuarto de siglo cuenten con un público permanente.

—¿Contrariedades?

—Muchas. Cosas que no me han quedado bien, no siempre todo funciona del modo pensado, y es algo que de alguna manera te duele o marca.

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