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Una tradición centenaria de la Mayor de las Antillas

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Las parrandas de Camajuaní, en el centro-norte de la Isla, son uno de los espectáculos más fastuosos de Cuba. Mantenerlas depende hoy de todos sus protagonistas y defensores

San José, ¿para qué tú cantas si tu canto no tiene melodía? Tú eres como la lechuza que abandona el trono a la luz del día.

Santa Teresa, mira este barrio cómo va. Es San José, es San José que arrollando siempre está.

CAMAJUANÍ, Villa Clara.— Bajo el misterio legendario de una añeja tradición, los nacidos en este minúsculo rinconcillo de la geografía cubana aguardamos cada año por la aplastante victoria de uno de los dos barrios, al que desde pequeños nos enseñan a defender. No importa si el nuestro es uno u otro, mientras sepamos «tirarle» al contendiente y ocultar los defectos del grupo con el que nos parcialicemos.

—¡Ja,ja,ja!, dicen los «Chivos» que este año van a ganar, como si no fuéramos nosotros, los «Sapos», los que arrollamos fiesta tras fiesta —grita eufórica una mujer en pleno parque central, segura de las potencialidades de su gente y escéptica por completo ante el poder de sus rivales. Aunque enamorados y entusiastas como ella cada vez van quedando menos, todavía hablar de parrandas en esta comarca villaclareña genera polémicas.

Más allá de límites físicos, la simpática pugna entre dos frentes populares que se forman para retarse mutuamente en el terreno de la creación artística, constituye un motivo de orgullo para muchos coterráneos.

Sería más creíble y menos presuntuoso que la grandeza de estas festividades las resaltara un visitante y no un nativo; aunque de seguro, al describir, ambos coincidiríamos en destacar la exquisitez, el fasto y la autenticidad de un espectáculo como pocos festejos en Cuba. Carrozas, changüíes y fuegos artificiales se combinan magistralmente aquí en nombre del deleite de un pueblo que justiprecia las fortalezas y debilidades de su propia cultura.

¡Pero cuánta añoranza se siente hoy por la triste partida, y al parecer sin regreso, de los cabezones, los faroles y las verbenas! ¿Volverán aquellos tiempos de parranderos empedernidos?, se cuestionan sin alivio y sin respuesta a la vez los más viejos seguidores de la tradición.

Para cualquier foráneo aún es sorprendente la destreza y el ingenio de los artesanos locales —díganse diseñadores, carpinteros, vestuaristas, decoradores—, quienes construyen en poco tiempo verdaderas obras de arte, sin escapar a las archiconocidas carencias de recursos. ¡Y qué decir de los electricistas, comprometidos a desterrar la opacidad y hacer policromías en una noche presta a ser todo luz!

¿Dónde dejar a los pirotécnicos, expertos en convertir mediante voladores, bengalas y palenques, el cielo del pueblo en una luminosa nube de pólvora?

Historia de esplendor y lentejuelas

Por suerte, nuevamente en este 2008 las parrandas prevén anclarse en su fecha fija —agosto—, luego de haber sido celebradas por razones entendibles durante dos años consecutivos en meses posteriores al habitual. Ojalá el retorno traiga consigo nuevas voluntades, las que hacen falta para avivar el jolgorio en su cumpleaños 114.

Oficializadas en 1894 como un desprendimiento de las ya existentes fiestas de Pascuas, de la vecina villa de San Juan de los Remedios —cuna de las parrandas—, el convite camajuanense se ha desarrollado desde sus inicios respetando la configuración arquitectónica del poblado y dependiendo de los vaivenes económicos vividos en cada período histórico.

El trazado regular y la amplitud de las calles han hecho posible el paseo de largas y anchas carrozas, así como el desplazamiento arrollador de changüíes por varias arterias de la localidad.

En un principio, las barriadas parranderas fueron llamadas «La loma» y «La cañada», al tomarse en consideración los dos accidentes geográficos más representativos del pueblo. En el propio año inaugural de los festejos cambiaron sus nombres por los de China y Japón, respectivamente, en honor a la guerra que se desarrollaba en aquel entonces entre esos dos países asiáticos. Poco tiempo después, recibieron las denominaciones de «Chivos» y «Sapos», con las cuales se identifican en la actualidad.

No pocos recovecos y sitios, historias y leyendas de la cultura universal encuentran en las festividades de Camajuaní una plaza para auténticas representaciones. Epopeyas y mitos de las civilizaciones antiguas, gestas de caballeros medievales, proezas del indio americano, junto a incontables personajes y narraciones de diversas literaturas, han inspirado soberbios trabajos de carroza.

Con total licencia, los proyectistas y artesanos del patio —autodidactas en su mayoría— recrean y enriquecen cada año el acervo cultural de un terruño bendecido por la gracia creadora de sus gentes, quienes hoy, como nunca antes, no han de permitirse hablar de grandes parrandas en pasado.

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