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Alicia Alonso es nuestra

Sin su férrea voluntad y entrega total jamás hubiese existido el Ballet Nacional de Cuba

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¿Sabiduría del destino u obra de la casualidad? De cualquier manera los cubanos hemos sido afortunadísimos al poder gozar del privilegio de que la gran Alicia Alonso haya sido una de las nuestras. Y es que más allá de su legendaria carrera, sin su férrea voluntad y entrega total jamás hubiese existido el Ballet Nacional de Cuba (BNC), y mucho menos un Festival Internacional de Ballet, cuya 21 edición, recientemente finalizada, acaba de celebrar dos acontecimientos verdaderamente significativos: el nacimiento hace 60 años de dicha compañía danzaria, la más prestigiosa de la Isla; y el debut de la prima ballerina assoluta en el rol principal de la obra cumbre del Romanticismo: Giselle.

Muy etérea la Giselle de Anette Delgado, quien fue secundada por un cuerpo de baile excepcional. Lejos de quedarse con toda la gloria para sí, durante estos años la Alonso ha ido traspasándole los «secretos» de su formidable puesta en escena a sus atentos sucesores, de modo que Giselle siguiera dando de qué hablar, como ocurrió con la sui géneris función compartida por los primeros bailarines Viengsay Valdés, Anette Delgado, Rómel Frómeta y Joel Carreño, así como por los bailarines principales Elier Bourzac y Javier Torres; demostración palpable de que al BNC le asiste el honor de poder presentar más de una Giselle convincente; y que el público cubano puede darse el lujo de disfrutarlas a plenitud.

Para la ocasión, Viengsay vistió con gusto y elegancia a la joven aldeana que se enamora sin saberlo del príncipe Albrecht. Una vez más la Valdés, quien a las claras se veía cómoda acompañada en la escena lo mismo por Bourzac que por Frómeta —seguramente porque ambos resultan seguros y fuertes partenaires—, entregó una creación personal, sentida en la difícil escena de la locura, donde con frecuencia se cae en la sobreactuación. Teniendo de su lado cada uno de los tantos matices que el papel requiere, la excelente bailarina puso su notable potencial técnico y su musicalidad a disposición de una Giselle a ratos alegre y tímida, y la mayoría de las veces conmovedora.

Más que emotivo fue, por su parte, el segundo acto, lo cual se pudo intuir desde la entrada de Torres. Javier fue un Albrecht psicológicamente bien configurado, mientras que Carreño, obsequió otro a muy alto nivel técnicamente, elegante y carismático. La Delgado, por su parte, con su línea fluida y regia técnica, que le permite resolver sin aparente esfuerzo las sabidas dificultades de su papel lleno de pasajes que requieren de gran elevación, no decepcionó a sus seguidores al entregarnos una Giselle cuidada hasta en el más mínimo detalle (estilo, pantomima, interpretación), como clara evidencia de que domina a fondo su personaje. Al interpretarlo cabalmente, nos hacía partícipes de la dimensión de su drama.

En esta función también habría que destacar la más que correcta labor de Ernesto Díaz como Hilarión, un rol en verdad complejo que él logró sacar de un modo muy creíble. Asimismo, Yanela Piñera —más que una joven promesa de la compañía— estuvo fenomenal en la elegante y poderosa (sobre todo en esos saltos que emocionan) reina de las Wilis.

Si protagonistas y solistas se manifestaron en una forma admirable, el cuerpo de baile se mostró sencillamente magistral, sobre todo en un segundo acto donde hizo alardes de una exquisita unidad, de una sincronía en los movimientos que rayaba en la perfección.

Para quienes teníamos muchas ganas de volvernos a encontrar con El lago de los cisnes —las malas condiciones del Teatro Nacional impidieron que este acogiera los grandes clásicos—, la oportunidad la encontramos en la Plaza de la Catedral, donde la lluvia había impedido que se representara la también muy gustada Shakespeare y sus máscaras.

Si bien me parece formidable la idea de poner estas obras al alcance de aquellos que normalmente no asisten a los teatros, también creo que ese espacio de fabulosa arquitectura, a diferencia de la Plaza Vieja, no resultaba idóneo para una puesta como El lago... No pocas cosas atentaron contra la función: el escenario construido con escasa altura impedía ver los pies de los bailarines; la gente, sin las limitaciones que impone un teatro, hacía fotos indiscriminadamente obviando que no solo podía afectar con el flash de la cámara a los intérpretes sino que impedía la visibilidad de los que estaban detrás. Como si fuera poco, la presentación coincidió con la hora de la cena en el restaurante El Patio de modo que eran inevitables el ruido de platos, cubiertos, cervezas destapadas... Todavía me pregunto cómo los bailarines pudieron mantener la concentración, y cómo Viengsay Valdés pudo desdoblarse en personajes tan diametralmente opuestos como Odette y Odile y lucirse en ambos como si ella misma hubiera nacido princesa condenada a ser cisne, y ofrecer en el segundo acto junto a Rómel un adagio colmado de lirismo y belleza, y al mismo tiempo ser tan admirablemente fuerte en el tercero.

Galas que impresionan

Aunque acogió dos funciones de La bella durmiente del bosque y una de Giselle, el Gran Teatro de La Habana estuvo reservado para las más disímiles galas. En la del 1ro. de noviembre se entregó a la bailarina y coreógrafa camagüeyana Tania Vergara el premio del VI Concurso Iberoamericano de Coreografía —en lo adelante se nombrará Alicia Alonso—, por A los confines de la tierra, imaginativa creación que nos dio la posibilidad de comprobar la solidez que distingue a la Escuela Cubana de Ballet al dotar a sus egresados de un envidiable arsenal técnico que los prepara para asumir con libertad tanto las obras del repertorio clásico como las contemporáneas o modernas.

Con un excelente segundo cuadro donde las bailarinas parecen danzar en sus soledades con inmensos telones, A los confines de la tierra —admirable Amaya Rodríguez quien supo sobreponerse a una inesperada caída y bailó con más clase y entrega que nunca— tiene la virtud de comunicarse muy bien con un público que la aplaudió a rabiar.

Asimismo, varios hechos relevantes tuvieron lugar durante la gala dedicada a los 400 años de literatura cubana, entre ellos destaca el estreno mundial de Lucía Jerez, de la Alonso, basado en un libreto de Fina García Marruz sobre la novela Amistad funesta, de José Martí. En pocos minutos, Alicia consiguió trasladar con acierto todo el mundo de amor y celos recreado por nuestro Héroe Nacional. Sencillamente magnífica Viengsay Valdés como Lucía Jerez, armó muy bien dramatúrgicamente su papel, para arrancar una más que merecida ovación.

En esa propia jornada, Anette Delgado volvió a ofrecer una clase de estilo y de buen hacer en Las Sílfides, donde sobresalieron Aymara Vasallo (Preludio), una bailarina que convierte en danza sublime todo lo que interpreta; y Alejandro Virelles, joven de condiciones técnicas verdaderamente excepcionales.

Esa fue la función donde la muy joven y siempre sorprendente Grettel Morejón debutó como la Elisa de La flauta mágica, de Alicia Alonso, junto a Joel Carreño, como si este fuera un ballet que hubiese defendido muchas veces; la misma donde una estrella internacional del calibre de Carlos Acosta, con su interpretación llena de soltura y gracia, pero con esa técnica insuperable que lo convierte en el mejor bailarín del mundo, hizo delirar a los asistentes con Le Bourgeois, de Ben van Cauwenbergh, con música de Jacques Brel. La euforia se repetiría durante la jornada final donde evidenció su apego por esos personajes que van más allá de los saltos y giros al elegir el pas de deux de Espartaco al lado de una impresionante Nina Kaptsova, del Ballet Bolshoi.

La gala de clausura tuvo también otros momentos espectaculares, como aquel donde el coreógrafo Eduardo Blanco tomó la música de Luna Negra para que Serafín Castro, Yonah Acosta, Camilo Ramos, Yanier Gómez y Alejandro Silva pudieran decir con la obra Acentos: aquí estamos nosotros, casi recién llegados a la compañía, pero como los más auténticos hijos del dios de la danza. No tendremos que esperar mucho tiempo para escuchar hablar con frecuencia de estos cinco muchachos.

Entre los tantos rasgos que distinguen al hoy bailarín principal Javier Torres destaca su inteligencia para escoger aquellas obras a las que puede extraerle el máximo y a las que se entrega al máximo. Ya en la pasada edición del Festival puso de pie al público con la versión masculina de La muerte del cisne, «hazaña» que nuevamente logró con La arlesiana, donde explota una presencia carismática que desde su aparición atrae la atención del espectador y la mantiene durante toda su ejecución.

Tal parecía como si Bejart hubiese concebido Bhakti pensando en Sadaise Arencibia, quien aparece en esa obra junto a Javier Torres. Formidable también la actuación y la danza de Torres cuando se convirtió en el partenaire de la bellísima Sadaise Arencibia en Bhakti, de Maurice Bejart; ballet lleno de poesía, en el que se mezcla exquisitamente lo clásico y lo moderno, y donde hay puntas, saltos..., todo. Sobre Bhakti solo podría agregar que la Arencibia acaba de establecer una cota que difícilmente se podrá derrumbar.

Queda mucho por comentar, pero el espacio se me agota. No obstante, no quería terminar sin referirme a los impresionantes bailarines coreanos Han Seo-hye y Kim Ki-min quienes con El Corsario provocaron quizá la más furiosa ovación. Con un largo camino todavía por recorrer no me sorprendería que muy pronto estos jovencísimos bailarines del Ballet Kim Sun-hee, de Corea del Sur, encabecen carteles de diferentes certámenes internacionales (sobre todo él con sus endemoniados e interminables giros cuya velocidad parece ser animada por insistentes ráfagas de viento).

Por último decir que Romancero gitano, del Ballet Flamenco de Andalucía, dirigido por Cristina Hoyos, merece el mayor de los aplausos. Se trata de un espectáculo fuera de serie que deja mudo por su profesionalidad y montaje, y donde el cante, el baile, la guitarra, el atrezzo, la iluminación, el vestuario, la dramaturgia... están en función de brindar unos de los homenajes más sentidos y deslumbrantes que se le hayan podido realizar a Federico García Lorca.

Así, concluyó el 21 Festival Internacional de Ballet de La Habana, pero no terminaron las celebraciones por los 60 años del Ballet Nacional de Cuba, sin duda, el principal protagonista de esta fiesta de la danza mundial. Una muestra de ello es el concierto que ofrecerá esta tarde (5:00 p.m.), en el teatro Amadeo Roldán, la Orquesta Sinfónica Nacional en honor a la compañía, y donde bajo la dirección del maestro Enrique Pérez Mesa se interpretarán las piezas que han sido empleadas por los coreógrafos para ballets como Cascanueces, Prólogo para una tragedia y Sinfonía de Gottschalk; otra oportunidad que no se debe dejar pasar por alto.

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