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Tambores en duelo por «Angá»

Miguel Aurelio Díaz Zayas, «Angá», fue acaso el mejor percusionista joven de Cuba en los años 90. Su talento y su temprana muerte lo convirtieron en una leyenda

Autor:

Yanet Medina Navarro

A Echú, dueño de todos los caminos, le dedicó su disco Echú Mingua, en el que lo invita a bajar a la tierra para hacer una rumba. Esta vez su toque fue más intenso y concentrado. Era una invocación a sus ancestros africanos y a los espíritus yoruba.

Miguel Aurelio «Angá» Díaz Zayas creció entre tambores, en San Juan y Martínez, Pinar del Río. Los domingos de su infancia eran de rumba en el parque del pueblo. Sus padres, músicos, lo iniciaron en saberes académicos que concluyeron en la Escuela Nacional de Arte de La Habana, pero Titino, viejo «tumbador» del barrio, le puso por primera vez las manos sobre los cueros y estimuló su virtuosismo callejero.

Sus referentes musicales iban desde Miles Davis hasta Tata Güines —su maestro espiritual—. Este sincretismo lo hizo buscar un modo sui géneris de «acariciar» las congas, que lo convirtió en el mejor percusionista joven de Cuba en la década de los 90 del pasado siglo. Le llamaron «El nuevo Chano Pozo». Era un ciclón sobre los tambores.

Generalmente pocos músicos alcanzan la gloria en tan breve tiempo. Cuando aún estaba en Cuba, ganó un premio Egrem con Pasaporte, junto a Tata Güines. Residiendo en París y más tarde en Barcelona, se nutrió de otras influencias y de ahí surgieron nuevas producciones y más premios. Obtuvo un Grammy por Habana, con Roy Hargrove; otro por Buenos hermanos, junto a Steve Coleman y Afro Cuban All Stars, y el tercero por Mambo sinuendo, de Ry Cooder y Manuel Galbán.

Compartió escena y descarga con monstruos de la música cubana e internacional. Bastaría mencionar a Chucho Valdés, Cachaíto López, José María Vitier, Ibrahim Ferrer, el Guajiro Mirabal, Billy Cobham, Tito Puente, Carlos Santana y Buena Vista Social Club.

Su interés por la experimentación lo hizo fusionar jazz, rock, hip-hop, música tradicional cubana, flamenco y ritmos brasileros como el frevo y el serton.

«Angá» se marchó sin despedirse, con los tambores en ristre y varios proyectos varados en costas del Mediterráneo. Recién iba a cerrar acuerdos con Chano Domínguez para integrarse a su New Flamenco Sound.

Estaba inmerso en el despegue de la banda Angá fusión Brasil MPB Jazz Cubano, en la que colaboraban su hermano Juan Miguel «el Indio», el guitarrista carioca Danilho Pinheiro y el percusionista argentino Martín «Maluco» Penalta. Todos se habían encontrado en España. El principal interés del proyecto era rescatar temas de la música popular brasilera y dotarlos de una nueva fuerza melódica.

Es 9 de agosto de 2006. Ese día «Angá», con 45 años y una trayectoria brillante, se reuniría con el grupo cubano Síntesis para actuar en España. No pudo. Le estalló el corazón.

El cielo de Barcelona está plomizo. En Sant Sadurní de Anoia alguien toca un cajón.

En Salvador de Bahía llueve. Una samba de Batatinha asciende al éter y una negra bonita baila, espurriando aguardiente.

Desde París, «con aguacero», sus gemelas le extrañan. Rafael Quintero, músico venezolano, le escribió este yambú:

Lloran los tambores / Lloran lloran lloran / los tambores / lágrimas derrama el Iyá / porque ya no sonará igual / nunca más nunca más / tambor en compás de dolor / por Angá por Angá / Lloran lloran lloran / los tambores / Cuando un tamborero se va / la tristeza hay que derrotar / a tocar a tocar / tambor en compás de dolor / por Angá por Angá.

Cerca del paradero de trenes de San Juan y Martínez, un hombre viejo, con la mirada humedecida, toca enardecido la tumbadora, pero esta vez a cuatro manos. El hijo de Echú nunca se irá.

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